Durante muchos (¿todos?) años la gestión de lo público ha tenido como principal protagonista al presupuesto, en la parte del gasto. Este se convirtió en el referente del hacer y quehacer de la gerencia pública y el principal indicador del éxito, con tal sesgo y generación de (in)competencias, que el desempeño de las entidades se volcó casi que exclusivamente al gasto.
Esta cultura de la gestión de lo público centrada y dedicada al gasto ha llenado y casi que agotado todas las posibilidades de modernización y, aún más, del cumplimiento cabal del “deber”.
Sin mucho esfuerzo, el modelo de gestión pública en Colombia puede catalogarse como un mero modelo de un Estado gastón.
Poco esfuerzo, de la gerencia pública, se enfoca al otro lado de la ecuación el ingreso (o administración de recursos) y el efecto de la misma los resultados.
Excepto por el papel de la DIAN como recaudador (más no como gestor) y del Ministerio de Hacienda, este centrado en tramitar la deuda, preocupándose prioritariamente de la imagen de buen pagador para financiar al país (el gasto), con menores costos, no existe algo que se pueda caracterizar como instituciones enfocadas a la gestión de los recursos.
Y para el extremo (la salida) de la ecuación no existen instituciones que velen por la generación de otros y mejores ingresos, y menos para gestionar las soluciones (resultados) efectivas.
En este panorama y con la enorme experiencia del Estado gastón no se ha aprendido a gastar bien. Todos nuestros gerentes públicos se gradúan con grandes laureles como expertos “gastones”, muy pocos tiene la preocupación por la gerencia de recursos y, menos, tienen compromisos en los resultados orientados a la finalidad. Existen innumerables ejemplos, otros se conocen a diario: aun conociendo cuál es el quehacer y disponiendo de los recursos para ello, los resultados no se obtienen.
De los casos más recientes, claras las necesidades e ingentes los recursos, pobres resultados tenemos algunos entre muchos: Fondo de Adaptación (ola invernal), la Uspec (cupos penitenciarios), Fiscalía (reducción conductas criminales), sector judicial (justicia oportuna), Policía (seguridad), infraestructura-vías. Todos ellos caracterizados por los pobres (casi miserables) o inexistentes productos o servicios.
Para estos y todos los casos adicionales que usted conoce, el diagnóstico era claro, los objetivos se identificaron y los recursos se dispusieron. Pasaron los años, los recursos, supuestamente, se aplicaron, los contratos se realizaron. Pero las soluciones o productos fueron menos de los proyectados o no se dieron.
¿Qué dice esto de la gerencia pública?
Que fue (sigue siendo) un fracaso.
Este panorama, Estado gastón, incompetencia de la gerencia y no gestión de los recursos ha permeado y hasta pervertido hasta el enfoque de llamado control fiscal, este se dedica a “controlar” el gasto, poco o nada de “mirar” los ingresos, menos atiende el tema identificar y verificar el buen uso de los recursos y, en cuanto resultados, ¡Bien, gracias!
El “control” sigue de a pie el modelo gastón. Veamos:
Se anuncia de voz en cuello que la CGR realiza el control financiero sobre cifras que se acercan al presupuesto general de la Nación, esto es una cifra que ronda los $200 billones al año. Y en otros términos se anuncia que se “controla” el gasto en una cifra equivalente. Los resultados socializados dan cuenta de una cifra cercana, ya que se audita ese valor. Sin embargo, estas cifras están bastantico lejos del universo que le compete al “control fiscal”.
Una primera categoría recoge el universo de cifras ($4.464 billones, sí billones, para el año 2016) que corresponde “mirar” con base en el control financiero a las entidades públicas del orden nacional:
La segunda categoría es la del control aplicable a los recursos de origen nacional, que administran o ejecutan terceros, tanto del sector público como privado y que se aproxima a los $296.5 billones.
La referencia de los doscientos y tantos billones del presupuesto (del gasto), que presumiblemente se auditan no hacen un verdadero favor a los siete mil y tantos billones que conforman las cifras financieras objeto de control. Y este es el producto estrella que se arguye o muestra como resultado de la gestión (del control).
En cuanto a la gestión de los recursos (e ingresos), tal como se ha conocido en el caso de los descuentos improcedentes de las regalías en el impuesto de renta, la defensa del Estado se hace por unos particulares, no por el organismo que presuntamente tiene esa función. ¡Triste!
Y nada que decir en cuanto al control de resultados. La sociedad no conoce informes, denuncias o acciones que den cuenta de la calidad, efectividad, equidad, economía o eficiencia para enderezar esos los malos resultados que todos percibimos.
Gerentes dañinos, gestores incompetentes, corruptos reconocidos, contratistas inescrupulosos, que son factores para graves daños fiscales, no son objeto del control, solo de premios para que disfruten ellos y sus familias, con el mero pago (o reposición) de una ínfima parte de la aviesa sustracción de recursos públicos. (Ver. Caso robo de Cordoba, carrusel de la contratación, Nules, Bacrim, Odebrecht, etc. etc.)
Obras no realizadas, gastos improcedentes, pérdida de recursos, regalos a inversionistas, en fin, gasto sin contraprestación o retorno en forma de soluciones a las enormes necesidades del país, no son objeto de la mirada del ente controlador.
Nota: Un grefier corresponde a una publicación no institucional, emitida como opinión personal, que no comprometen a la entidad de control a la que se hace referencia.