Al parecer la corrupción tiene un alto nivel de hipocresía y diversos de aceptación. Cada uno de nosotros empieza a medir y calificar una corrupción socialmente aceptable dependiendo del nivel en el cual el nuestro se encuentre. En ese nuestras propias condiciones y las de más abajo parecen ser hipócritamente aceptables. La indignación parte de un poco más arriba del nivel de aceptación que nosotros tenemos para nosotros mismos. Y un nivel excepcional, en el cual se declara de cuello a voz que se lucha contra la corrupción (de otros), pero que hace mutis por la propia, que sobrepasa en perversión y efectos anómalos la corrupción de los otros.
Ahora bien, está circulando un texto titulado Corrupción no soy yo, escrito por Rubén Montoya, que expone de una manera casi cruda aquello de lo que es la corrupción de otros, no la propia. A continuación, un fragmento del escrito referido y más adelante una relación de las situaciones que en algún momento se han conocido para el país del Sangrado Corazón:
Soy el médico que ordena exámenes complejos, quizá innecesarios, en el laboratorio que me paga por cada cliente que le doy. Soy el abogado que se inventa gastos que no hace y coimas que no reparte. Y de los que estafan al fisco, yo soy el contador.
Soy los 40.000 burócratas que alargan o entorpecen un trámite por el cual el Estado les paga a tiempo, y bien. Soy los 15.000 conductores multados cada mes por estacionar en doble fila, y los miles más que no lo fueron por manejar viendo el celular.
(...)
Soy las amas de casa que no afilian a sus empleadas y soy las empleadas que roban comida a sus jefas. Soy el bacán que escucha música como si viviera en un descampado, bota basura donde se le canta e insulta a quien le reclama. Soy el padre que inculca a su hijo que lo importante es tener, llegar como sea. Ganar.
Soy, en fin, el ciudadano bueno, devoto y honesto, patriota y trabajador, que maldice haber nacido en Ecuador. Porque alguien nos desgració la vida llenándola de políticos corruptos. Son ellos los culpables, los que joden a la nación. ¡¿Quién diablos los habrá elegido?! Siempre me lo pregunto. Porque la corrupción son ellos: la corrupción no soy yo.
De nuestra propia cosecha algunas adiciones más:
Taxista que muñequea; mercader del PAE que contrata basura para alimentar niños necesitados; proveedor de basura que la cobra a precio de oro y que, en excelencia del negocio, ni la basura entrega.
Aquel innombrable que aúpa a sus hijitos a tomar lo que no es de ellos, a incursionar en buenos negocios, a enriquecerse en segundos como aquel inversionista y su sagrada seguridad.
Ese y el otro empleado público que cree tener derecho al pago de su salario, por la mera presentación. Y que aun haciendo nada pelea por la injusticia ya que a otro, que igualmente solo hace nada, le pagan más.
Abogado sin escrúpulos o mínimos morales para tumbar al Estado demandando sin compasión por errores que él o sus colegas gestaron en la norma, ley o resolución.
Asegurador que no asegura; cobro por riesgos que no lo son. Ganancias que se transfieren como costos al exterior.
Financieras que cobran, en inteligente y “lobiado” atraco a ley armada, comisiones exorbitantes, haciéndolas pasar como proporciones insignificantes sobre un todo capital y no como debiera serlo, por la porción del ahorro que a bien debe les dan para administrar.
No soy yo, es el otro quien se gasta los recursos sin generar valor, quien da o que recibe sin “mérito” pagos por sueldos, beneficios, auxilios, ayudas, subsidios, contratos, seguros, eventos, dietas, pensiones, cirugías plásticas o embellecedoras y servicios sin contraprestación.
Es que ser avivato no es ser corrupto, es solo no ser pendejo para aprovechar la ocasión.
Y en el top de los que son sin serlo (para la foto de la prensa) aquellos que declaran luchar contra los malos, esos malos que se roban millones, mientras sin ton ni sentido contratan cientos de miles de millones para pagar el favor. El favor para presentar a la sociedad el malo del millón, millón que al final también se pierde, como se pierde la honestidad, la dignidad y la moral, porque el malo no soy yo.