Los gringos expertos en sacarle al centavo un billete, han impuesto la moda de trastear del cine al teatro las grandes producciones de Hollywod. Desde el Hombre Araña, a la que acabó la crítica especializada a pesar de todo el billete que le metieron, hasta Rocky y Billy Elliot cuya aclamada puesta en escena, original de una compañía inglesa, le ha sacado lágrimas a los letreros luminosos de Time Squeare.
Estas producciones dan fe de la versatilidad de los guiones cinematográficos, que permiten fácilmente sacar de la pantalla sus personajes. Es lo que siempre se hace, traducir el lenguaje del cine y así convertir la película en teatro. Es decir, cuando esto sucede, el espectador termina viendo eso: teatro.
Otra cosa muy diferente es brincar del teatro al cine, que es lo que más común y que, dada la cantidad de recursos con que cuenta el séptimo arte, es la mutación que mejores resultados ha dado, o quién dice algo de Marlon Brando encarnando al Julio Cesar de William Shakespeare, o del duo Taylor- Burton en ¿Quién le teme a Virginia Wolf? . De la ecuación se obtiene el mismo resultado: del teatro convertido al cine, siempre sale una buena o mala película proyectada en una pantalla.
Dogville de Lars Von Tier y la muy homenajeada Birdman son excepciones, experimentos exitosos de películas qué proyectan un plató teatral. Lo logran. Una obra de teatro hecha película.
Lo que no había visto jamás, es una película hecha en las tablas. No hablo de una obra basada en una producción cinematográfica, como en Broadway. Diría más bien que, de acuerdo a como lo vive el espectador, no es teatro, es cine.
El riesgo lo toma la ganadora del premio Fanny Mickey, que se presenta en el Teatro Nacional la Castellana. Se llama Granujas y logra su fechoría.
No esperen una parranda de luces, ni sentarse frente a un escenario repleto de engranajes que trastean paredes falsas, nada de eso. Sin recurrir a mayores componendas técnicas, Granujas es una película hecha en las tablas.
Viene siendo la poética. La poética del cine que mezcla pillos vestidos de negro, con mafiosos armados de raquetas de tenis y hasta una sumisa geisha japonesa. Un poco de salsa gangster tipo Coppola, un par de tiernos y gracioso maleantes sacados de Goodfellas, una pisquita de Tarantino muy bien puesta en aquel capo interpretado por Alejandro Martinez, "Papi de Prato", todo en su punto, al horno y dorado en exquisita dramaturgia, adobada en un guión que parece hecho con girones de telón, que convierte a Granujas en una cobija de patchwork, logrando trasladar al espectador del triller psicológico a la comedia negra, y todo sucede allí arriba, en carne y hueso, sin posibilidad de escapar del aquel viaje sideral que inicia tan pronto la trama lo mete a uno en el proyector.
Se faja el Teatro Nacional. Bien puesto el premio. A Fanny, mi maestra, le hubiera gustado tanto como a mí, estoy seguro.