Esta semana se supo que Andreas Brehme, autor del gol con el que Alemania consiguió su tercer campeonato del mundo, está en la bancarrota. Víctima de su afición al juego y de las malas decisiones, Brehme podría perder su casa y quedar literalmente en la calle. Para agravar el cuadro la única ayuda que ha recibido es la de un excompañero del Bayern Munich que le ofreció un empleo como limpiador de inodoros. El de este exitoso lateral del Inter de Milán no es el único caso de grandes futbolistas caídos en desgracia. A continuación repasaremos cinco de los casos más sonados de campeones a los que la fortuna dejó de sonreírles:
Palomo Usuriaga: Debutó en el Cúcuta Deportivo, por allá en 1988. Era alto y de piernas largas y delgadas. Parecía una inmensa garza negra. Decían que tenía talento, que se parecía a Iguarán al principio: un tipo correlón y torpe que necesitaba de una Bruja Verón para que lo puliera. Era un diamante en bruto. Entonces se va al Atlético Nacional en 1989 y de la mano de Maturana estalla. En el partido de vuelta de la semifinal de la Copa Liberadores contra Danubio de Uruguay marcó cuatro goles y en el encuentro definitivo, enfrentando al Olimpia, marcó el gol que llevó al conjunto verde a los penales en donde terminaría imponiéndose con el histórico tanto de Leonel Álvarez. Dos meses después de ese año inolvidable Albeiro marca en el Metropolitano contra Israel y clasifica, después de 28 años de ausencia, a Colombia a un Mundial de Fútbol. Por una decisión técnica que todavía nadie se explica, fue marginado de la nómina que viajaría a la Copa en Italia.
En 1990 viaja junto al Niche Guerrero al Málaga. Hizo tan solo un gol allí pero fue el primer colombiano en marcar en la liga española. Volvió al América en donde encandilaba cada domingo al Pascual Guerrero con su magia.
Contratado por Independiente de Avellaneda se convirtió en el ídolo máximo del equipo de Miguel Ángel Brindisi que levantó la Supercopa y el campeonato argentino de 1994.
Lo tenía todo, pero las ganas de vivir siempre le jugaron en contra. Cuenta que cuando ganó la Copa Libertadores viajó esa misma noche a su barrio, el Doce de Octubre de Cali, y allí compró 150 cajas repletas de litros de aguardiente Blanco del Valle que repartió entre la alegre muchachada.
En 1995 es detenido por comprar una moto robada y dos años después, cuando en Avellaneda era solo una sombra de lo que había sido, le encontraron rastros de cocaína en la prueba antidoping. Fue suspendido dos años y ya nunca fue el mismo. El 17 de febrero del 2004 tenía 37 años y llevaba un año sin equipo. Estaba arruinado. Su representante lo había llamado alborozado para comunicarle que le había conseguido una posibilidad en la liga japonesa. De un momento a otro la vida cambia y por eso se sentó en la esquina preferida de su barrio a jugar cartas con sus amigos de siempre, cuando un sicario con una bufanda tapándole la cara le disparó en repetidas ocasiones. De pronto todo fue silencio. El Palomo se levantó, ya con los ojos en blanco, caminó tres pasos, trastabilló y cayó sobre las calles polvorientas del Doce de Octubre. Nunca más se volvió a levantar.
Paul Gascoigne: Gazza era el tipo más querido de Inglaterra. Aunque empezó en el Newcastle United, consiguió llegar a la cima futbolística en el Tottenham Hotspur. Se convirtió en una megaestrella del fútbol gracias a su participación en el Mundial de Italia 90. Entonces es contratado por la Lazio de Italia y allí empezó el río a desbordarse. En las concentraciones nadaba en vodka y ginebra. Salía desnudo por las calles de Roma y después de un par de temporadas en donde su nombre sonaba más fuera que dentro de la cancha viaja a Escocia para enrolarse con el Glasgow Rangers, uno de los dos equipos más populares de ese país. Allí se transforma en ídolo absoluto y los escoceses celebraban sus jugadas en el terreno de juego y en los pubs en donde siempre era el borracho más alegre y bullicioso. En 1996 juega su última Eurocopa y empieza el espiral descendente que lo tiene hoy, a los 47 años, viviendo prácticamente como un mendigo en las calles de Londres, un mendigo prestigioso e indomable, famoso no tanto por su rutilante pasado sino por los continuos escándalos que protagoniza. Muchos piensan que su rehabilitación es prácticamente imposible.
Valeriano López: para muchos el nombre de este excelso futbolista peruano es completamente desconocido, pero en su momento fue considerado como el mejor cabeceador del mundo. El propio Santiago Bernabéu viajó a Lima para entrevistarse con él pretendiendo vestirlo de “merengue”. Valeriano se convirtió tal vez en el único jugador en la historia en decirle que no al Real Madrid. La excusa fue simple: él no quería estar lejos de su familia. Bernabéu despechado se fue a Bogotá a ver a un argentino que jugaba en Millonarios que decían era rápido y habilidoso y al que apodaban la Saeta Rubia.
Valeriano viajó un par de años después a Cali a formar parte del célebre Rodillo Negro. Los hinchas azucareros ofrendaban a su ídolo con dólares que él por supuesto acepta. En las noches bohemias el muy sinvergüenza sacaba tabaco, lo esparcía por la cara de Jefferson y hacía un tabaco de proporciones jamaiquinas. Nadie sabe cuántos dólares se fumó.
Murió en condiciones de extrema pobreza en el Callao el 16 de abril de 1995. Tenía 68 años.
Christian Vieri: Tan letal en el área como inestable en su vida personal, Bobo Vieri cambió 17 veces de equipo. Cuando el Inter pagó 45 millones de Euros por su traspaso en 1998 se convirtió en el segundo fichaje más caro de la historia. Sin embargo en marzo del presente año el goleador se declaró en Bancarrota. Su afición por el póker y las mujeres, que dicen fueron más de 300, nublaron su juicio y hoy en día, a una década de su retiro, suplica porque algún equipo le de trabajo como entrenador.
Henry la Mosca Caicedo: Mariscal y líder indiscutido del mítico Deportivo Cali de Carlos Salvador Bilardo. El narigón, quien fuera siete años después campeón del mundo, afirmaba que Caicedo era el mejor defensa central de Suramérica. Siendo consecuente con lo que pensaba lo llevó a Estudiantes de la Plata, donde nunca se pudo adaptar. Como tantos otros futbolistas a Henry le costó colgar los guayos. Para suplir las horas de entrenamiento y la presión de cada partido se dedicó fue a beber y a refugiarse en el bar “El son del obrero” donde gastaba sus días escuchando música antillana.
Llegó a tocar fondo viviendo en las calles. A principios de los años noventa pocos daban un peso por su recuperación definitiva. Sin embargo Humberto Arias, con la ayuda de otros socios del Deportivo Cali, reunieron el dinero para enviarlo a Cuba a una clínica de desintoxicación y el milagro se dio. Ahora Henry está fuerte y bien, trabajando con las divisiones inferiores del club de sus amores.
Pocos de sus pupilos sabrán que ese negro buena onda ha sido, junto con Iván Ramiro Córdoba, el defensa central más rápido que ha tenido el fútbol colombiano en su historia.
