Durante las charlas de pedagogía de los Acuerdos de La Habana que dicto en las mañanas en la zona veredal, siempre me ha llamado la atención la concentración de ojos fijos que he visto en uno de los asistentes, un hombre de piel cobriza y cierto aspecto indígena que casi siempre viste de camiseta blanca, y cuya edad calculo debe girar alrededor de los cuarenta años.
Muchos piden la palabra para formular una pregunta o expresar su opinión sobre algún asunto, pero él nunca lo ha hecho, solo escucha y si participa en la votación de alguna cuestión sometida a consideración del auditorio, siempre lo hace levantando su mano izquierda, lo cual me hacía pensar que era zurdo. Hoy me enteré de su verdadera condición.
A eso de las diez de la mañana lo encontré de pie a la puerta del alojamiento que ocupo. Parecía estar esperando mi aparición. Al saludarlo con cortesía, me respondió con voz que delataba timidez, si podía concederle unos minutos para comentarme un asunto. Lo invité a pasar y sentarse en una silla, y luego me acomodé en otra frente a él.
Una vez comenzó su relato, me percaté de que mi impresión inicial sobre su timidez obedecía a una razón distinta. No era que mi presencia lo turbara, sino que tenía dificultades físicas para hablar, lo cual al tiempo que lo fastidiaba parecía originarle cierta vergüenza. Sus palabras nacían con trabajo y cada frase completada debía parecerle una victoria.
Fue lo primero que me explicó, haciendo un esfuerzo evidente por hallar la palabra precisa cada vez. Le había ocurrido tras un ataque del enemigo. Era un guerrillero antiguo, ingresado a filas en el año 90, recién había cumplido 27 años en las Farc. Su desgracia ocurrió en julio de 2012, cuando bombardearon la unidad a la que pertenecía en el Frente 37.
Ese día mataron a Silvio, el comandante del Frente, y a otro considerable número de compañeros suyos. Él quedó herido y fue capturado inconsciente por el Ejército que desembarcó luego. Nunca supo qué sucedió realmente. Cuando volvió a tener consciencia, se hallaba en una cárcel en Medellín, acusado de una serie importante de delitos.
Solo escuchaba bien por uno de sus oídos, el izquierdo. Por el otro si acaso percibía un ligero zumbido. Y había perdido completamente el habla, no podía pronunciar una sola sílaba. Pasó más de un año para que pudiera volver a articular palabras, como un niño que estuviera aprendiendo a hacerlo. El símil no es casual, padecía una especie de amnesia.
Se le había borrado por completo el casete, como dice él mismo. No recordaba nada, ni siquiera el nombre de las cosas. Había llegado a ocupar el quinto puesto en la dirección del Frente, para lo cual se requería un buen nivel. Ahora no era capaz de leer, ni mucho menos de escribir. Se vio obligado a aprender todo de nuevo, en la celda y el patio de una cárcel.
Se le había borrado por completo el casete, como dice él mismo.
No recordaba nada. No era capaz de leer, mucho menos de escribir.
Se vio obligado a aprender todo de nuevo, en la celda y el patio de una cárcel
Su mudez fue una tortura más, hasta que fue capaz de hacerse entender de otros. Aún no recuerda muchas palabras y su lengua no responde como quisiera. Desde el Frente, sobre todo por la insistencia de Mario, se inició una búsqueda meticulosa, hasta que dieron con su paradero en la cárcel. Desde entonces volvió a contar con un apoyo en medio de su extraña realidad.
Para rematar, perdió por completo la movilidad en su brazo derecho, que desde que pudo recordar simplemente le cuelga del hombro como un objeto inerte. Tras un primer año de prisión, fue trasladado de cárcel a otra también en Medellín. Tiene dificultad para recordar esos nombres. Al fin se logró que le dieran la casa por cárcel. Y un año después consiguió su vuelta al Frente.
Los mejores avances en su memoria se han producido desde su regreso al monte, como dice él. Pero ya es muy poco lo que puede hacer y aportar. La mayor parte del tiempo permanece sentado en su caleta, viendo cómo los otros trabajan en las distintas tareas. En un TAC que le practicaron hace un año, detectaron tres serias lesiones cerebrales como consecuencia de las bombas.
No se trata de esquirlas, sino de los efectos de las detonaciones que lo lanzaron lejos. Los médicos le recomendaron que un año después se practicara otro, para observar su evolución. Sobre eso quiere hablar, que lo manden afuera a practicarse el examen. Manifiesta que por ningún motivo abandonará el movimiento, es toda su vida, seguirá en la lucha.
Por eso rechaza las propuestas de su familia para que se vaya con ellos. Le interesa saber qué será de su futuro, qué podrá hacer, cuál será su situación como discapacitado por la guerra. Siento un escalofrío, hay otros muchos en igual o peor situación que él. Un verdadero reto.