La columna Uribe dio la cara de la periodista y ahora columnista Vicky Dávila es un excelente retrato de los síntomas que debemos evitar para seguir condenados a ser un Estado fallido y una sociedad fallida.
Se puede justificar y perdonar a la improvisada monja que gritó esta semana arengas a favor del ex presidente. La columnista María Isabel Rueda en el diario El Tiempo se asume sin tapujos en su defensa del Estado de opinión y del fin justifica los medios.
Estamos en un Estado de derecho y se parte de la tesis que todas las opiniones son válidas. Bueno, casi todas, pues María del Pilar Hurtado, lideresa de Tierralta (Córdoba), fue acribillada delante de sus hijos por pensar diferente.
No obstante, Vicky Dávila, ya nos puso el listón muy alto. Hoy nos obliga en su columna-publirreportaje de opinión en la revista Semana a darle las gracias a Uribe por asistir a una audiencia judicial. Lo hecho por el hoy senador de la República es un acto honorable que merece llevarlo a los registros de la historia y reafirmar el título del Gran Colombiano, otorgado en un singular concurso de hace un par de años.
También debemos agradecerle a los magistrados por cumplir con su deber y no gastarse los dineros públicos en viáticos. Gracias también a las personas encargadas de adecuar la sala para la audiencia. Gracias también al conductor que trasladó al citado hasta los despachos judiciales.
Por supuesto, Vicky Dávila entiende que su columna no está vacía de argumentos y que, por el contrario, está sustentada en las microestructuras del poder político y la esfera pública. Ya estamos acostumbrados a tener que aplaudirles a los alcaldes y gobernadores cuando ejecutan obras con dinero que nosotros hemos aportado desde los onerosos impuestos que pagamos, eso sin incluir, la absurda declaración de renta a la clase media honesta que nos tienen muy bien registrados en las bases de datos.
Si ahondamos en la pirámide base de la vida cotidiana y laboral, los aplausos deben ser más sonoros, cuando agradecemos porque un secretario o una secretaria nos aceptan una carta para radicar. O en los casos donde las manos sudan, el corazón se acelera, y el estómago hace mariposas cuando agradecemos al funcionario del sistema de salud por otorgarnos una cita en el largo plazo de dos meses.
El Tino Asprilla también acertó esta semana en agradecer a Uribe de darnos la libertad que por naturaleza humana ya deberíamos tener. La pesada herencia de la Colonia nos dejo la idea de decir perdón, gracias y por favor como una obligación de prácticas sumisas frente al que ostenta el poder (El amo) o el micropoder (Nuestro igual que ya está aliado con el amo o con la mediocridad de la esfera pública).
No quiere decir que perdón, gracias y por favor estén prohibidas del léxico, pero deberían ser parte de una cotidianidad que se enmarca por la cordialidad, y no como el vocabulario que debemos utilizar para implorarle al funcionario público que cumpla con lo que se ha dejado consignado en sus obligaciones contractuales.
A la final Vicky me convenció. Le doy las gracias por cumplir con su deber de informarnos y mantenernos actualizados de las personas a las que debemos darle las gracias por poner la cara. Está en su código de ética periodística la obligación de informarnos, pero debemos recordar que ahora los deberes se deben agradecer.
Vicky Dávila, lectora asidua de la coyuntura, nos ha regalado una columna a la altura de nuestra historia. Debemos besar la mano del amo que nos castiga con tres latigazos, pero que luego nos consuela con una tibia taza de chocolate.