Hace 30 años, el deporte nacional era el ciclismo. El doping, que se convirtió en política dentro de los grandes equipos europeos, la desaparición de Café de Colombia como patrocinador y el auge de la selección de fútbol hicieron que la pasión por el deporte de las bielas desapareciera, hasta que el gran Rigoberto Urán ganó la medalla de plata en la prueba de ruta de los Olímpicos de Londres. Ese día, un joven narrador argentino electrizó al país como no sucedía desde que Caracol transmitía las gestas de Lucho y de Parra en el Tour de Francia.
Mario Sábato es el culpable de que muchas personas a las que el ciclismo les parece monótono, aburridor, se vean una etapa completa. Mario y Nairo, el mejor deportista de la historia de este país, y Esteban Chaves, todo corazón, el pedalista que no se resigna, el que osó a atacar en la penúltima etapa de la Vuelta a Alberto Contador a 50 km de la meta para desbancarlo del pódium. La hazaña fue más emotiva gracias a la narración de este padre de cuatro hijos que a sus 38 años es el argentino más adorado en toda Colombia. Desde Puerto Carreño hasta la casa de Carlos Vives, Espn pulverizó en rating a Caracol que tenía en su equipo al gran Rubencho, al recordado Santiago Botero y la querida Goga. Técnicamente el análisis de Botero y de Georgina es mucho más elaborado, pero la voz de Ruben Darío Arcila ya parece un eco del pasado. La emoción desbordada de Mario Sábato, exagerado algunas veces, le cala al hondo al colombiano promedio quien ve aún más justificado el esfuerzo descomunal de sus héroes si un argentino es el que las grita.
Lo de Nairo parece no tener techo. Hoy resistió sin despeinarse los ataques de Froome el marciano, de Froome el fenómeno, de Froome el muchacho humilde que se ha convertido en uno de los cinco mejores ciclistas de la historia y que ha encontrado en un boyacense al único rival que lo puede vencer. Por eso, cuando hoy entraron juntos a meta, el reconocimiento del británico conmovió a Colombia: ahí estaba vestido de blanco aplaudiendo al campesino de Cómbita que tiene de rodillas a Europa.
Gracias Nairo, gracias Chavito, gracias Puma, pero, sobre todo, gracias Mario Sábato por devolvernos la pasión de ver carreras de ciclismo, un deporte revestido por el misticismo que trae el sufrimiento de conquistar cimas inexpugnables y que necesita un juglar que cante estas hazañas para poder desahogarnos, para poder llorar con libertad, para sentirnos, por fin, orgullosos de ser colombianos.
Doscientos años después de su independencia, Colombia parece haber encontrado por fin el camino.
