Anteriormente, por este mismo medio había realizado un escrito titulado ¿Gozan las FARC de una nueva imagen? En este olvidé mencionar que aunque los jóvenes estemos dando ese paso para desarmar a las FARC desde el imaginario, no olvidamos aquellas imágenes sangrientas que la guerra en la que fueron partícipes y victimarios produjo. Tampoco, dejamos de lado nuestro clamor para que las víctimas sean reparadas y no haya impunidad. No obstante, tengo muy claro que cualquier paso en pro de dejar las armas y los muertos es una gran victoria. Dicho camino incluye el tan sonado verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición, así como dejar de lado la dualidad amigo-enemigo.
Dejando esta aclaración a un lado, entremos a lo que nos convoca ahora, en este caso la misma pregunta, pero volcada a los militares (y policías, aunque no los mencione durante el escrito).
Si bien se puede decir que las Fuerzas Militares han gozado siempre de una aceptable imagen en el país, son también muchos los sectores que desconfían de los mismos e incluso dudan del compromiso de estos para hacer efectivo el acuerdo. Pero, al igual que lo hice con las FARC, me atrevo afirmar que las Fuerzas Militares también dan una sensación de cumplimiento al acuerdo y han realizado esfuerzos para mejorar su imagen y a la institución misma.
Si bien es imposible “desarmar” la imagen de quienes constitucionalmente representan el uso legítimo de la fuerza del Estado, sí puede haber capacidad entonces de construir un imaginario del militar como un profesional, un servidor público o si usted lo desea como un héroe. Este último resulta ser el más conflictivo, dado que la imagen del héroe representa el ideal de perfección o del deber ser de una sociedad. En esta guerra muchos (de cualquier bando) han renunciado a ese ideal para cometer los crímenes más atroces.
Al interior de las FFMM han habido variados casos en donde se ha renunciado a ese ideal (falsos positivos, colaboración en masacres entre otros). Sin embargo, y con motivo de mi tesis de pregrado, puedo afirmar que uno de estos esfuerzos por construir una nueva imagen se evidencia en la dedicación por construir una “memoria histórica institucional”. Si bien a este ejercicio aún le veo muchos “peros”, para mí constituye la base para que poco a poco se vayan limpiando esos lunares e ir mejorando una imagen que ha sido dañada, según esta institución, por manzanas podridas.
Entre el decir y el hacer hay un camino largo. Ese trayecto va dándose en diálogo con la academia, los civiles y los militares. Esto para lograr que ese ejercicio de memoria se convierta en eso y no en un espacio para no reconocer los errores y vanagloriarse dificultando que se sepa la verdad de los hechos en donde han sido participes y victimarios.
Pasando a otro punto nos encontramos con las implacables estrategias de marketing. En ellas se usa constantemente el apelativo de héroe, el cual consiste en esa dualidad entre el hombre o mujer que porta el uniforme, y el ser humano con sueños y aspiraciones que hay detrás del camuflado. A esta estrategia se le suman iniciativas como las de “soldado por un día”, en donde civiles tienen la experiencia de vivir en carne propia lo que vive un militar a diario. Como resultado de lo anterior, se refuerza aún más esa empatía por el otro, el saber que el otro sufre y ríe, por eso cada muerte debería dolernos.
También es importante mencionar, al igual que lo hice en el otro caso, lo que han señalado boletines como los del mecanismo de monitoreo o el CERAC en donde hacen un balance positivo de lo pactado a pesar de algunas violaciones, mostrando con esto que las Fuerzas Militares cumplen la misión de proteger a ese que antes combatía. Pero, para no repetir ideas entre los textos me gustaría entonces afirmar que las FFMM están también realizando distintas acciones con el fin de fortalecer las relaciones cívico-militares (de vital importancia para su legitimidad como institución). Estas acciones pasan por algo tan transversal como la “profesionalización” de la fuerza, que tiene como uno de sus resultados (dentro de muchos otros) que veamos a los militares haciendo labores de salud, infraestructura, comunicaciones y otras cuantas más que los acercan a la ciudadanía. Basta recordar que, desafortunadamente, son la única cara del Estado en rincones escondidos de este país.
Introduciendo el argumento central, y aunque suene contradictorio con lo que he dicho y diré después (la afirmación de que la vida es sagrada), puedo establecer la idea de que son los resultados que se han obtenido en la persecución a los neo-paramilitares (o llamados también BACRIM). Posiblemente uno de los hechos que mayor sensación de “cumplimiento” e imagen de profesionalismo ha generado en la gente. Esto evidencia entonces que siguen cumpliendo con su labor de velar por la seguridad, pero más allá de esto, porque son estos grupos un peligro real y palpable para los miembros de las FARC que poco a poco se irán reintegrando.
Si bien me declaro “objetor de conciencia” al no ser capaz de empuñar un arma contra alguien, no puedo dejar que este hecho me niegue la posibilidad de ver al otro (que escogió ser militar como opción de vida) como una persona. Es por eso que hice estos dos escritos, los cuales buscan extender la invitación a que demos pasos para acabar la guerra desde el imaginario (lo que implica en muchas ocasiones perdonar) y empecemos a ver a los demás como personas que, aunque diferentes, podemos convivir en esa diferencia sin necesidad de eliminarnos. Eso es importante a la hora de construir paz.