Claro ejemplo son los absurdos procederes contra millones de personas sometidas a torturas psicológicas por parte de anacrónicas sectas, que a través de los años han perforado la sensibilidad, transformándola en cualidad dependiente.
Aunque la fe es tomada como argumento para insistir que las distintas creencias religiosas van en favor de la salvación del alma, todo se reduce a simples convencionalismos costumbristas. Cada vez esta actitud pegajosa está desviando su objetividad, convirtiéndose en banalidad popular. No es raro en Colombia, especialmente en época electoral, observar ‘líderes’ pelándose las rodillas frente a altares o sitios de peregrinación, atrayendo las miradas y de paso ganando adeptos que al final es lo que importa.
Retomando cuidadosamente la historia social y política de la humanidad, mucho han tenido que ver las posturas religiosas en el desenvolvimiento de la persona en su entorno, llevando consigo una serie de irregularidades propias de limitaciones físicas, psicológicas y espirituales. El fundamentalismo islámico no es más que un masoquismo ideológico y mental, que unos irresponsables imponen gracias a la susceptibilidad de pensamientos volátiles, producto de la desesperanza o injusticia.
Las acciones terroristas musulmanas son reflejo de un falso convencimiento sobrenatural, que fracciona las neuronas de quienes en nombre de una sesgada fe, proceden inescrupulosamente contra otro grupo de personas que a pesar de ser fieles y sumisos a los mismos dogmas, se convierten en carne de cañón, para infundir miedo y respeto ante el mundo.
Lo irónico es observar a fundamentalistas cristianos admirándose de los comportamientos orientales, sabiendo que en este hemisferio aún no subsanan las cicatrices de asesinatos y atropellos a causa de una razón similar al fanatismo musulmán. La cruz, fiel pretexto para que legiones enteras hayan socavado la dignidad y estatus emocional de millones de americanos.
No existen diferencias entre islamismo y cristianismo, la disensión es en el modus operandi para conseguir sus propósitos, pero el objetivo final siempre será el mismo. La diplomacia occidental opaca las obtusas ideas y acciones en favor de una devoción que mantiene en la cúspide a líderes conservadores. Esta es una de las razones para que los verdaderos pensamientos liberales no prosperen en una sociedad maltrecha por su propia irresponsabilidad.
Las masacres provocadas por el Estado Islámico son producto del poder religioso de una congregación; ni que decir de las barbaridades de cientos de curas y pastores, que a diario aprovechan la esencia de la inocencia e ignorancia para saciar su devorador y depravado apetito sexual, yendo en contra de los principios morales y civiles de sus víctimas. Es más dañino mantener esclavos devotos, que una inmediata barbera cortando el cuello de humanos extraviados.
Los golpes de fe definitivamente seguirán marcando el sendero derechista de unos pocos facultados para subyugar a inaudibles creyentes. El halo celestial se acopla estrictamente a la vicisitud misteriosa de la espiritualidad divina. A medida que los tiempos pasan y las generaciones avanzan, los cimientos de estas fortalezas endiosadas se tornan lúgubres, proyectándose cada vez con mayor intensidad a una total incertidumbre.
Naturalmente la fe al convertirse en fanatismo conlleva a actitudes falaces que inevitablemente trastornan el cerebro de quienes lo padecen, actuando miserablemente contra la libertad de sus semejantes. La carnicería humana liderada por el papado de siglos pasados ha marcado la mentalidad de la actual generación, ensangrentando la historia en torno a una martirizante cruz.
La cruz, además de representar la fe del cristianismo católico, es la esencia de un eterno sacrificio persuasivo y destructor, determinante de los grandes retrocesos sociales. La cruz, como quiera que se le mire, siempre será un homenaje a la muerte y un trofeo a las malas decisiones y acciones. El sometimiento a esta alegoría sigue causando sesgos en la sociedad, aunque de manera sutil y metódica, pero al final el efecto dominador continua imperante en el alma de una multitud soñadora con un cielo irreal.