La traición es una palabra que encajona en la sabiduría popular mejor conocida como "golpe bajo", ese que el inerme pueblo recibe cada que al gobierno nacional se le antoja cuadrar caja para balancear el saqueo del erario público. El régimen colombiano es de los pocos en el mundo que persiste en una dinámica exclusiva de cierto círculo social. Es una novedad cuando un plebeyo ocupa una alta dignidad, y si lo hace, por lo general no dura mucho, gracias a la presión de los de su misma clase.
Los golpes bajos son exclusivos de la muchedumbre, así lo interpreta la alta institucionalidad, esa que políticamente está condenada al maltrato y abandono estatal. Lo irónico es que la gente del común es quien privilegia a la aseda clase política para que acampe en la cúspide del poder gubernamental, que con el paso del tiempo se vuelve propietaria de lo público. Siguiendo la línea histórica de los gobiernos republicanos, es a partir de la década de los 80 cuando más se arrecia una perversa inclinación de atacar todo lo que sepa a público.
Es así como en el mandato de César Gaviria Trujillo se formaliza la famosa apertura económica, abriéndole paso a la imposición de un inclemente neoliberalismo que absorbe lentamente los bienes estatales, neutralizando la esperanza de los oprimidos que cada vez son más afectados. La privatización de ciento de empresas públicas dejó en la calle a miles de colombianos que sacrificaron su vida entregándola al interés patrio.
En gobiernos de corte conservador la tendencia siempre es la postulación de políticas que vayan en concordancia con las necesidades de los grandes mercantiles, dizque por ser generadores de "empleos formales", e irónicamente en contravía de las mayorías que ilusamente piensan que una élite maligna les ayudará desinteresadamente. Los golpes bajos se volvieron cíclicos, más cuando por una diabólica compostura a un ejecutivo le dio por crear irregularmente la reelección presidencial. A partir de ese instante la crisis social del país se disparó aceleradamente.
La degradación de la política conlleva a consecuencias letales para un establecimiento cuyo propósito es mantener a toda costa un sistema enquistado bajo un paquidérmico poder oligárquico. Como muy bien lo explica un líder estudiantil quien dice que la protesta universitaria no es contra Iván Duque, sino que hubiera sido contra cualquier presidente, a razón de que el sistema colapsó por lo que las exigencias eran inminentes de lo contrario las universidades publicas desaparecerían.
Golpe bajo es un asunto de nunca acabar que hoy se conoce como ley de financiamiento, donde después de tanto debate maquillado, finalmente se llega a la misma conclusión, y es que los grandes conglomerados nunca pierden; en esta oportunidad ganaran más de 12 de billones de pesos con la venia vendita del ejecutivo. Claro está que son los grandes adinerados quienes financian sus candidatos que luego se convierten en fichas indiscutibles cuando de defender la chequera se trata.
Mientras la gente en este fin de año se entretiene endeudándose para darle gusto a una vanidad implementada por los ricos, los "padres" de la patria a pupitrazo limpio aprueban leyes que en seguida serán el azote de los que estúpidamente defendieron postulados dizque para no volverse como Venezuela. Los mismos desubicados ya están aceptando que el tal "castrochavismo" simplemente fue una ilusión óptica de un mago que se divierte permanentemente gracias a la ingenuidad enfermiza de millones de compatriotas.
La huelga estudiantil, el paro de camioneros y el de indígenas, sumado otras manifestaciones que se avecinan entrando el año, son la esencia de un descontento progresivo de los desprotegidos. Sin embargo, la seguidilla de golpes bajos no ha sido capaz de hacer entender al constituyente primario que este régimen está mandado a recoger. Lamentablemente son los mismos afectados que insisten en defender un sistema putrefacto que les ha carcomido la esperanza de desarrollo y progreso.
Los golpes bajos con consentimiento de los agredidos siempre serán más ofensivos, indignantes y devastadores, haciendo de los oprimidos una presa fácil para los depredadores, cultores de una mafia política, madre de todos los males en la tierra del "Corazón de Jesús".
La desgracia del 70% de la sociedad colombiana tiene su asidero en las instituciones públicas por estar corroídas hasta el extremo de que las acciones honestas son rechazadas por los mismos desfavorecidos, protegiendo generalmente a los malhechores.