La paz va andando y sus frutos comienzan a verse. La insurgencia ha cumplido en términos generales, y avanza por el camino de convertirse en fuerza política sometida a las reglas de la democracia. Pero subsisten múltiples temores. No se conocen por ejemplo, las secuelas de ese nuevo régimen constitucional farragoso y etéreo, cambiante al arbitrio del fast track.
Tampoco se puede ignorar que la sociedad colombiana quedó profundamente fracturada por cuenta de un proceso de refrendación mal manejado, el cual dejó sabor a desprecio hacia la voluntad mayoritaria. Y en medio están las víctimas con sus dificultades para sobreponerse al dolor y llegar a la reconciliación.
Son todas estas complejidades las que dan un valor singular a la visita del papa Francisco. Su presencia que sana y reconforta, es la oportunidad de llegar a una verdadera pacificación nacional.
Sin embargo, al reconocer los esfuerzos efectuados para poner término al conflicto, propósito en el cual descollaron personas de la talla de un Sergio Jaramillo, debe tenerse cuidado de que los organizadores de la visita no pongan a su Santidad en la tarea de legitimar, de bendecir un régimen contaminado por los politiqueros corruptos.
Los buenos religiosos no deben olvidar que el agresor más despiadado del pueblo colombiano, el que más muertos ha puesto y sigue poniendo, no es la guerrilla. Es la politiquería podrida que opera a través de infinidad de individuos incrustados en el Gobierno y en las corporaciones de elección popular. Son ellos quienes día a día se roban los recursos para la alimentación escolar, la infraestructura, la educación, la salud. Son ellos quienes han contribuido a la destrucción del sistema de justicia mediante el intercambio de favores burocráticos con esa rama.
El pillaje a las arcas públicas y la subsecuente imputación de cargos a congresistas, magistrados, ministros, contratistas, etc., tiene origen principal en los cupos parlamentarios o mermelada maligna consentida y aupada desde los altos poderes.
Al hablar de reconciliación Francisco tiene que ser muy cauteloso
porque frente a esa politiquería corrupta
no puede haber capitulación si no denuncia valiente
Al hablar de reconciliación Francisco tiene que ser muy cauteloso porque frente a esa politiquería corrupta no puede haber capitulación si no denuncia valiente. Además, al propender por una paz duradera le corresponde ser cuidadoso de no hacerle un mandado en esta época preelectoral a los repugnantes aliados del Gobierno.
Y es que el Ejecutivo y sus partidos asociados afirman que es mandatorio votar por sus candidatos ya que solo ellos garantizan la sostenibilidad del Acuerdo final. De esta manera cuando el papa impulse y defienda la paz, sus expresiones que son mandato para la mayoría, podrían terminar favoreciendo a esa zurrapa politiquera enquistada en nuestro Estado.
Una zurrapa conformada por individuos que de dientes para afuera se dicen comprometidos con la paz, pero a los cuales no les interesan las transformaciones de fondo, ni la purificación de la vida pública, ni la solución de la crisis ética que está en el centro de nuestros males.
No se si a Francisco le contaron todas estas complejidades; si le advirtieron que su visita podría utilizarse con fines electoreros, y que la firma del acuerdo no garantiza nada si no se acometen cambios de fondo en las instituciones y en la manera de hacer política.
No se si a Francisco le dijeron que en esta nación hay una ciudadanía consciente y pujante ajena a las marrullas de la politiquería tradicional, a las posverdades de la derecha y a los desvaríos temerarios de la izquierda. Una ciudadanía ignorada, “ninguneada” por los dueños del poder estatal, que busca un lugar en la historia para ayudar a construir un país mejor y necesita una voz de aliento.
No se si a Francisco le dejaron saber que en el programa de su visita excluyeron el desplazamiento hacia la región del Pacífico, la más pobre, y convulsionada; la más afectada por la guerra y el narcotráfico, cuyos indicadores sociales son similares a los de las naciones más atrasadas del planeta y donde se percibe de manera patética el abandono por parte del Gobierno central. Tumaco, Buenaventura y Quibdó son lugares donde él seguramente habría preferido plantar su tienda para impregnarse de “olor a oveja”. Precisamente el olor de esos desvalidos del suroccidente, que ignorados por las autoridades languidecen en la miseria.
Cuánto quisiéramos que el papa y el clero local guarden distancia frente a los poderes corruptos y exijan su conversión definitiva. Cuánto deseamos que en sus palabreas no haya ambigüedad para explicar que los acuerdos de paz son apenas el comienzo, una débil lucecita incapaz de sostenerse si no cambia la esencia de las cosas, si no se destierran los torcidos y las corruptelas de la vida pública, si los políticos no se transforman interiormente poniendo en el centro de su atención a los necesitados y a las víctimas.
En resumen, su santidad debe tener claro que llega a visitar una nación cuya clase política en buena parte hiede. También debe saber que aquellas malas reses harán todo lo posible por reencaucharse, por relegitimarse a la sombra de la Sede Apostólica y de la paz que añoramos.