Gobernantes astutos... con máscara

Gobernantes astutos... con máscara

Con sagacidad y artimañas engañan para sojuzgar, dominar y sacar provecho. Este fenómeno es casi tan viejo como la humanidad

Por: Orlando Solano Bárcenas
febrero 15, 2023
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Gobernantes astutos... con máscara
Foto: Pexels

El poder es inseparable de la vida social en todos sus niveles. Está presente en todos los grupos. Es un fenómeno universal. Luego, la dicotomía gobernantes-gobernados es de aquí y de acullá. Los primeros mandan, los segundos obedecen. Si los primeros lo hacen bien, son premiados; si lo hacen mal son castigados (a veces). Un mal comportamiento de los gobernantes es abusar de la astucia. La astucia negativa, se sobrentiende, esa que engaña y hace daño.

De los gobernantes desmesurados dijo Platón que son “misólogos”, cultores del odio y del desprecio a los razonamientos y de estos son muy peligrosos los falaces, los sofísticos que engañan con astucia, arrogancia, orgullo desmedido, egolatría. Para los griegos, la astucia que engaña a los súbditos ofende a la “frónesis”, esa prudencia, sensatez y ética pública que debe tener el gobernante para no engañar a sus gobernados. Veremos cómo engañan y abusan de la astucia los malos gobernantes, casi siempre con máscara.

El engaño del gobernante “astuto

La conducta de astucia del que gobierna muestra su capacidad para valerse del ardid, la artimaña, la viveza y sutileza para lograr fines propios mediante el engaño, los trucos o las tretas. Esta conducta torcida autoriza a hacer el juicio ético sobre los fines y los medios empleados por el embaucador dado que estas actitudes y procederes más que mostrar inteligencia denotan perversidad, habilidad para el engaño y el artificio que conduce directo al error. Es por esta razón que al astuto se le compara con el “zorro”. El gobernante astuto es persona poco considerada que se vale de artimañas en beneficio propio, pero que causa perjuicio a terceros y que casi siempre contraviene las reglas, normas, leyes o los principios éticos con descaro y sin vergüenza.

El gobernante perversamente astuto manipula y estafa con trucos, tretas y artificios

La astucia del gobernante perverso y mentiroso suele utilizar el “truco” como un medio artificioso y planeado con el que obtiene ciertos efectos inesperados o poco comunes, con maniobras de ilusionismo y puestas en escenas de estafador. Es el empleo de tretas acompañadas de artificios sutiles e ingeniosos que le facilitan conseguir lo propuesto, desarmando a sus gobernados. Estas son muestras de ser un individuo perverso y mentiroso, aprovechado, “vivo”, sagaz, pícaro, taimado, charrán, ladino, solapado, artero, calculador, cauteloso, diestro, hábil, mañoso, malicioso, malvado, pillo, bribón, granuja, pérfido, tramposo, vil, ruin, sinvergüenza, socarrón, marrullero, y malo.

La astucia, sagacidad, habilidad, maligna inteligencia y sutileza del gobernante perverso engaña a los pueblos con “viveza” y “malicia criolla” para ofrecerles mentiras, inexactitudes, argucias, sofismas, y hacerlos caer en la trampa, en la manipulación y el ardid. Todo esto para su propio beneficio. No en vano el color que significa “astucia” es el verde olivo intenso, color de aventura y magia, que en su matiz oscuro es secreto, disimulo, doblez.

Del gobernante perverso y mentiroso se puede decir que no muestra sabiduría, sino una astucia que crea con sagacidad y artimañas el entramado que permite engañar para lograr el objetivo de sojuzgar, dominar y sacar provecho. El gobernante astuto suele ser comparado con la maligna y taimada “serpiente” de la Biblia que hizo caer en el mal a la mujer, y a las ovejas en el pecado original (Mt. 10, 16-33; 17–25). Bertrand Russell y Murray Rothbard percibieron a Maquiavelo (el difusor de la astucia en política) como “un consciente predicador del mal” porque recomendar qué debe hacerse para conquistar, mantenerse y ampliar el poder político dejando a un lado toda consideración moral, es básicamente predicar el mal. De allí que dijese el florentino: “En caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal”.

El gobernante astuto es sutilmente tramposo

Consigue lo que quiere de una manera ingeniosa y, muchas veces, engañosa; para ello emplea la sutileza, la trampa y los trucos que le permiten manipular a los demás y conseguir lo que quiere, siendo capaz de percibir las intenciones de los otros y utilizar esta información para su propio beneficio. Es por esto que es perceptivo, informado, se esfuerza en conocer los motivos de los demás, no descuida los pequeños detalles que le permitan manipular, está siempre alerta, esconde sus emociones, estudia las fortalezas y las debilidades de los demás, practica el timo constantemente, evita los riesgos innecesarios, aprende de sus errores, se conoce mucho a sí mismo, es inescrutable en sus emociones o las oculta tras la máscara, no vacila, muestra confianza en sí mismo, planifica la estafa, se miente a sí mismo que es el mejor. Urde con mucho cuidado la trampa, no alerta de sus intenciones, prevé todos los resultados posibles de su farsa, incluso aquellos resultados que no le sean favorables y tiene siempre  el plan “B”, que le permite zafarse de la condena. Así ha sido desde la mitología griega.

En la mitología griega Metis personifica la astucia

Igualmente, el consejo no siempre bueno, el truco, la habilidad y la destreza. Ella es una diosa ambivalente de la sabiduría, el pensamiento y la prudencia. Pero, también lo es de la perfidia y el cálculo dañino. Sus hermanas son Peito (la “persuasión”), Tique (la “fortuna”), Pluto (la “riqueza”) y Némesis (la “venganza”). Por ejemplo, Metis se zafó con astucia de los requiebros amoroso de Zeus, y este se la tragó, para que la diosa le avisara siempre de lo bueno y de lo malo. Metis es también una alegoría sobre el poder de la creación del ingenio que permite captar las “oportunidades” (Kairós).

Zeus, el dios fuerte, se tragó entonces a Metis para apoderarse de su astucia, de ese saber artero que necesitaba para consolidar su poder en el Olimpo. Más tarde Zeus y Metis engendraron a Atenea, la diosa portadora por excelencia, de astucia artera y con el nacimiento de Atenea de su propia cabeza, Zeus puso a su servicio la astucia de gobernante y la superioridad del linaje paterno sobre el materno a la hora de establecer la filiación; así mismo, la exclusión de la mujer de la vida política, lo que dejó a la comunidad cívica formada exclusivamente por hombres. Entonces, con doble astucia, Zeus hizo suyo el propio símbolo del orden patriarcal, dejando por fuera de la política al género femenino. Pérfido, con ventaja o ventajismo, para afianzar su poder Zeus se valió de la vengadora Némesis.

La Hibris del gobernante astuto la castigan los dioses

Como a Prometeo, ellos sancionan desbordar los límites impuestos por los dioses a los seres humanos. Les sancionan la “desmesura” de pasarse de astutos, arrogantes y orgullosos. Les reprochan el desprecio temerario del espacio personal ajeno unido a la falta de control de los impulsos propios, desatados por las pasiones exageradas, consideradas irracionales y desequilibradas. Escribió Eurípides: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco” y le enciman entre otras tentaciones el Poder, una facultad que es fácilmente desbordable y fácilmente castigable por la némesis con el sufrimiento que devuelve al individuo dentro de los límites que cruzó, sobre todo los límites de una ética de la mesura, la moderación y la sobriedad. Recuerda, decían los griegos, este proverbio: “Nunca demasiado”.

El exceso ebrio de los poderosos hacia los débiles ofende a Nous (el dios legal) al tratarse de un fruto del cálculo torticero (“hamartia”), el “trágico error” rayano en la imprudencia, la temeridad, la insolencia, la arrogancia o el desdén hacia los gobernados. El gobernante astuto suele entonces ser presa de la arrogancia y víctima del llamado “Efecto Dunning-Kruger” (la sobrestimación de las propias habilidades), también del “Efecto superconfianza” (la confianza excesiva en las propias decisiones, no exentas de megalomanía y narcisismo), de “Sesgo de autoservicio” (por no reconocer los propios fracasos), de impiedad (“asebeia”), vanidad o imprudencia. Todos estos vicios de la personalidad autocrática, son característicos del gobernante sin Frónesis, del carente de prudencia.

El gobernante astuto confunde el cálculo ventajista en provecho propio con la prudencia

La prudencia es el comportamiento orientado hacia la felicidad, la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con moderación. El gobernante astuto actúa con cautela y precisión, pero solo para el engaño. Elige bien el fin (su propio provecho) y emplea los medios sin consideraciones éticas, jurídicas o de medida. Es la doblez y la simulación en el mal obrar humano, en el actuar con la perfidia que engaña, en la mala fe de las estratagemas, camuflajes, simulaciones, artimañas y desinformaciones que tienen por objeto inducir hipócritamente a error a los gobernados.

El gobernante astuto no es de paralogismos

No es de raciocinios falsos o incorrectos realizados de buena fe por falta de consciencia de su engaño o falsedad. Realiza el engaño de manera reflexiva, meditada con cálculo y cubriendo todo con ambigüedad, oscuridad, máscara, vaguedad, y falta de definición de las palabras que formen las premisas de su discurso. El gobernante astuto es de “sofismas”, no de paralogismos, por la real intención de engañar siendo consciente de su falsedad.

El gobernante astuto es sagaz

Porque es ducho y cauto en la picardía, en la bellaquería, en la iniquidad, en la bribonada, en la villanía del fin logrado artificiosamente. Este es el juicio moral hecho por Víctor Hugo sobre este personaje: “Donde no hay más que astucia, forzosamente hay mezquindad; astucia equivale a mediocridad!. O el de Francis Bacon: “No hay cosa que haga más daño a una nación como el que la gente astuta pase por inteligente”. O la de Esopo: “La habilidad es a la astucia lo que la destreza a la estafa”. La de Giovanni Papini: “Los astutos vencen siempre en el primer momento y suelen ser vencidos antes del fin”. O la de Quevedo: “Por astuto que sea, al que es enemigo se le ve el corazón en los labios”. La de William Blake: “Villanía, máscara de la astucia”.

La malicia tildada de indígena como exaltación de la astucia negativa

La astucia puede ser positiva o negativa. Practica la primera el ser “vivo” que emplea el engaño, o la omisión para lograr objetivos o beneficios propios, mediante una combinación de creatividad, astucia, prudencia e hipocresía que permiten lograr el fin propuesto, sin hacer daño a otro. Practica la negativa, el gobernante astuto que pone en ejecución tretas que inducen a error para lograr el fin propuesto, sin consideración a los límites entre lo que está bien y lo que está mal; es decir, que en conductas de este tipo está ínsita la inmoralidad de que el fin justifica los medios, que las normas admiten atajos para hacer caer en la trampa, el engaño, o en el delito. En el mundo de la Colonia quedaba retratada la malicia indígena con el dicho: “Se acata, pero no se cumple”. Esta es la justificación que se da el “avispado”.

La astucia del mal gobernante no es la “astucia de la razón” de Hegel

Hegel utiliza este término para conciliar su concepción de la historia como desarrollo de la idea o de la razón con los aparentes retrocesos de irracionalidad que aparecen a menudo en las acciones humanas, o simplemente con los intereses meramente particulares y egoístas de los agentes históricos. El fin último de la historia (lo sepan o no los hombres) es un fin universal, y no es otro que “el desarrollo pleno de la razón”. La historia tiene un sentido y un fin último, ignorados tanto por los pueblos como por los individuos concretos, que se realiza inexorablemente en el conjunto de las acciones históricas según la pauta que marca una voluntad, o una razón, superior y poderosa.

Los grandes hombres de la historia, como Alejandro Magno, Julio César o Napoleón, siguen más bien sus propios intereses particulares que los universales de la humanidad, pero a través de ellos la historia sigue su curso de racionalidad, porque la Razón, la Idea, se vale, “como de un ardid”, de los intereses particulares, de las pasiones, para lograr fines universales. Algunos ven en esta suerte de providencialismo un desarrollo en el ámbito moral e histórico de la teoría de la “mano invisible” de Adam Smith, según la cual, los individuos persiguen ciertamente objetivos egoístas y, pese a ello, se obtienen, en el ámbito económico y social, muchos otros objetivos comunes: aumento de producción, de consumo, etc. La astucia perversa del gobernante es de otro tenor, es la que produce daño, pérdidas, resentimientos. Lo de Hegel es muy diferente al amoralismo de Maquiavelo.

El gobernante astuto practica la hipocresía

Para obtener ventaja actúa con falsedad, con fingimiento, doblez, fariseísmo, cuento, disimulo, simulación, teatro, afectación, cinismo, duplicidad, falseamiento, fariseísmo y retorcimiento. Conductas reprobables que le sirven para engañar, para lograr un fin con las maneras artificiosas o ardides del zorro (“Cuervo, qué bella voz tienes…”). O del gato (con botas y ¡marqués!). Es la inmoralidad y viveza del pícaro, pero no el divertido de los cuentos de Pulgarcito sino aquella del gobernante maligno. Maquiavelo, que da recetas adecuadas para la perfidia y la hipocresía, aconseja a los gobernantes hacer hincapié en no cultivar los preceptos morales tradicionales, como la honestidad, la honradez, la justicia o la benevolencia, propias del “buen cristiano”. Por el contrario, les dice que deben separar la política de la moral por medio de la intriga, la insidia, la estratagema, la artimaña, el ardid, la treta, el enmascaramiento, la sorpresa del caballo de Troya y el intríngulis solapado de sus propósitos.

Las recetas que les da Maquiavelo a los gobernantes astutos

Tienen como único objetivo la conquista, conservación y extensión del poder político, y cualquier medio para lograr este fin está justificado. Les recomienda el uso sistemático de la mentira y el engaño: “Hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Aquél que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. Además, el gobernante de éxito no ha de dudar en ofrecer promesas para luego incumplirlas: “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses”.

El arte del engaño, la mentira y las apariencias, les dice, debe ser utilizado de manera sistemática sobre todo en los programas políticos donde deben competir en realizar promesas que no pretenden cumplir. Los artificios destinados a engañar al ciudadano con el único objetivo de hacerse con el poder político, debe utilizarlos con profusión, pero también con sutileza. El gobernante igualmente debe promover el “miedo” entre la población, culpar a otros de las consecuencias de los actos propios, e incluso hacer uso de la fuerza bruta. Así mismo, deben hacer a los gobernados dependientes del Estado: “Un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él. Y así le serán siempre fieles”. Una alta dependencia del Estado hace fácil dominarlos. ¿Carnetizándolos?

El gran teórico de la astucia en política es Nicolás Maquiavelo

En su obra póstuma El príncipe (1531) y gracias a sus experiencias como diplomático pudo exponer los métodos más eficaces para fundar un Estado, hacerse con el poder o mantenerlo, sin consideraciones morales o religiosas. En el vademécum que le ofrece al gobernante ideal le dice que debe ser ducho en la manipulación; que debe hacer uso de los medios necesarios para alcanzar los fines, practicar la tenacidad y la astucia para esquivar los obstáculos; que no debe ser indiferente a la inmoralidad que le sitúe por encima del bien y el mal.

Le recomienda tener el ingenio que supla la carencia de escrúpulos. Le indica que debe ser experto en el engaño y en formar un ejército propio, pero no de mercenarios. Estas habilidades reunidas deben hacer del príncipe un estratega que logre alcanzar y conservar el poder político de forma estable y permanente, lo que se consigue mediante la astucia, la inteligencia y el pragmatismo: “Nunca intentes ganar por la fuerza lo que se puede ganar mediante el engaño”; “Nada grandioso fue jamás conseguido sin peligro”; “El que desea ser obedecido debe saber cómo mandar”; “Es mejor actuar y arrepentirse que no actuar y arrepentirse”; “La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad”.

Entonces, el príncipe astuto de Maquiavelo se centra más en los asuntos propios de la estrategia política y las estratagemas del poder, que en los moralismos de la Escolástica. Se trata de crear una estrategia de las “circunstancias”, de las situaciones realmente vividas y de las máximas de la experiencia para así poder llegar al fin último de la práctica política: ser exitoso en la  conservación  del poder. Es el recetario del “maquiavelismo” puro y duro, del pragmatismo de prácticas inmorales o malévolas que deben ser eficaces y de buena fortuna, sobre todo para conducir al poder absoluto y no compartido.

El maquiavelismo es la quintaesencia de la astucia perversa en el poder

Especialmente por la idea de superponer la “razón de estado” (sobre cualquier otra consideración ética o moral) para mantenerse en el poder.  Para desligar la política del dominio de la moral y la religión Maquiavelo le recomienda al príncipe tener una personalidad hipócrita, falsaria, calculadora y carente de empatía que lo subordine todo al propio beneficio porque la necesidad debe imperar sobre la moral. En esta vía, para el florentino Francesco Sforza sería un príncipe eficiente por su “buena fortuna” y Fernando el Católico lo sería por su “virtud y suerte”.

La fortuna sin virtud sirve de muy poco; como en el caso de César Borgia que tuvo la fortuna (que le venía heredada del padre) y no la virtù (que no tenía de sí mismo). El príncipe debe disponer de las habilidades del león (la fuerza) y del zorro (la astucia) "el león no se libera de las trampas; el zorro no se defiende de los lobos; por tanto, debemos ser zorros para conocer las trampas, y leones para asustar a los lobos" (El príncipe, XVIII).

Maquiavelo separa ciencia política de la moral y la religión

Se ocupa del ser, no del deber ser. Para ello establece que la conducta práctica del político se ha de desarrollar al margen de consideraciones teóricas fuera de la realidad; además, debe el príncipe tener una obsesiva persecución del poder y del prestigio cueste lo que cueste, con independencia de consideraciones éticas que deben ser pospuestas a ese fin, ya que el fin importa más que los medios.

Para gobernar a los hombres, el político ha de disciplinarlos, lo que exige conseguir prestigio y autoridad mediante el uso de la fuerza y prescindiendo de consideraciones éticas. Estas, sin embargo, debe usarlas solamente como apariencia y de forma tal que se establezca como principio supremo la “razón de Estado” puesto que el objetivo del Estado es su propia supervivencia, y esta puede llegar a legitimar un mal menor a costa de evitar un mal mayor así sea recurriendo a la mentira como la conducta política menos mala, o a la infidelidad en las promesas

El príncipe débil debe recurrir a la astucia

Maquiavelo considera que hay dos tipos de príncipes: los que escuchan y los que no escuchan. Si el príncipe es débil, debe recurrir a la astucia mejor que a la fuerza y no ser esclavo de su palabra, sino de su conveniencia. Para él "es mucho más seguro ser temido que ser amado" puesto que "la fuerza es justa cuando es necesaria" y "los hombres se deben mimar o extinguir, porque se vengan por cualquier ofensa ligera y de las graves no pueden: así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal que no se tema la venganza" (El príncipe).

El miedo del príncipe puede justificar su actuar inmoral

Los miedos de los gobernantes en relación con sus decisiones políticas, pueden ser vistos como justificación de sus acciones inmorales. Todo fin abstracto es justificado en su logro por los medios, que serán juzgados como honrosos por el vulgo. Los gobernantes que realizan acciones inmorales, pero eficaces, son virtuosos porque logran la estabilidad en el mando. La crueldad puede llegar a ser inteligente, puede ser un atributo del buen gobierno cuando el monarca necesite asentar su autoridad, a fin de evitar con el mal menor el mal mayor del desgobierno. Thomas Hobbes diría que: "El poder de un hombre viene determinado por sus medios actuales para obtener algún buen futuro aparente".

El príncipe astuto debe ser realista y alejarse de la utopía

Por la virtud, por las armas propias, por la fortuna, con una crueldad “bien” usada y sin vacilaciones, con la astucia política que sea necesaria para mantener al pueblo de su lado, el príncipe será “capaz”. Pero, sus soldados deben ser bien pagos, para que pueda tener un ejército fuerte que no sea de mercenarios sino de hombres leales. Un príncipe no hábil en los artes de la guerra será despreciado por el pueblo.

El príncipe capaz, bien dotado, debe ser alabado y no censurado, por saber actuar según las circunstancias; por siempre saber analizar las consecuencias de sus acciones y decisiones; por saber guiarse siempre por la realidad y no por utopías irreales. El príncipe eficaz es el que sabe  que para mantenerse en el poder lo importante no es seguir la moral sino hacer lo que sea necesario para la conservación del Estado por la generosidad o la avaricia, por la crueldad o la compasión, por el amor de los súbditos o por su temor. O por ambos simultáneamente, de preferencia por el temor, que no se olvida tan fácilmente como el amor.

El príncipe astuto no se deja defenestrar

Para no ser destronado, el príncipe debe conducirse al mismo tiempo en los asuntos del Estado con la fuerza del “león” (para defenderse de los lobos) y con la cautela o astucia del “zorro” (para evitar las trampas). Para no ser defenestrado, el príncipe debe preferencialmente aparentar ser “virtuoso” que poseer la virtud porque no toda virtud es buena para el poder y porque, la mayoría de la gente solo juzga por las apariencias y los resultados.

Lo que sí debe evitar el príncipe a toda costa es ser odiado y menospreciado, sentimientos que pueden llevar al pueblo, los nobles o los soldados a derrocarlo, en cambio, debe hacerse estimar y admirar por ellos emprendiendo grandes empresas, manejando adecuadamente la política interna y otorgando premios o castigos que ejemplaricen en la conciencia de los súbditos. El príncipe debe creer en el poder de la fortuna, sin dejar todo en manos de esta, sino que ha de estar preparado para las adversidades de tal modo que les pueda hacer frente con decisión y sentido de las realidades.

El realismo en Maquiavelo

Maquiavelo es un realista en política. Es por esto que ha sido visto como sinónimo de astucia, perfidia y falta de escrúpulo en la selección de los medios a emplear para la consecución del fin propuesto. Ha hecho su paso por la historia de las ideas políticas como el cultor de lo maligno y lo perverso en el arte de gobernar con eficacia.

En su justificación del poder inmoral, pero eficaz, parte de que en la naturaleza humana priman la competición y la pugna por el poder, situaciones de conflicto en las que se observa que para conseguir sus objetivos, los seres humanos son capaces de cualquier acción, así sea infligiendo daño o la destrucción del otro.

Política es conflicto, y esta llama instintivamente a la astucia, a la racionalidad del cálculo y el interés, lo que puede poner en tensión la moral y la política. Lo importante, dice Maquiavelo, es el éxito político que se logre con la decisión tomada, y lo que asegura alcanzar la meta es el empleo de los métodos y medios que sean más realistas y eficaces para llegar al poder y mantenerse en él, incluidos el engaño o la simulación.

El éxito universal del príncipe astuto de Maquiavelo

Federico el Grande, Napoleón, Mussolini, Hitler, Lenin, Stalin no han desdeñado leer en privado a Maquiavelo y practicarlo en público. Según Antonio Gramsci, los métodos y doctrina de gobierno de Lenin han sido considerados como de raíz maquiavélica. De Benito Mussolini se dice que en 1924 mostró gran admiración por Maquiavelo, afirmando que su pensamiento estaba más vivo que nunca antes. Gramsci ve en el florentino un maestro explosivo precursor de los jacobinos, de Marx y de Lenin que tuvo el gran acierto de reivindicar la autonomía de la política frente a la ética, dándole a la ciencia política su autonomía definitiva. Lenin diría, tal vez siguiendo a Maquiavelo, que “es moral lo que contribuye a la destrucción de la sociedad antigua” y a la construcción de la nueva sociedad comunista. Según esto, Maquiavelo sería un filósofo de la praxis que procura el cambio político.

Tres marxistas serían seguidores de Maquiavelo

En el conflicto entre los medios y los fines en la política como lo expone Maquiavelo, estaría su paternidad sobre Lenin, Stalin y Mao. Lenin es maquiavélico durante la NEP por pragmático en escoger los medios que sean útiles para el logro oportuno de los fines en la política. En igual sentido, Stalin es próximo a Maquiavelo por su pragmatismo político al establecer la política del socialismo en un solo país, el expansionismo nacionalista e imperialista ruso-soviético. Lenin y Stalin toman de Maquiavelo la idea de que el arte de gobernar y el arte de la guerra van de la mano, lo mismo la pasión y el sentimiento, también la astucia y el cálculo.

Por su lado, Mao Tse Tung exalta la fuerza del pensamiento de Maquiavelo al considerarlo el más grande pensador político de todos los tiempos y les reprocha a los italianos despreciarlo, pese a que los grandes hombres políticos lo han leído y practicado siempre; además, les reprocha haberse quedado rezagados por este olvido cuatro siglos en la creación del Estado-nación. Los tres ven en Maquiavelo un desmitificador de la política y un humanismo realista y poco cristiano. Sus respectivos epígonos, son maquiavelistas.

Fidel Castro, el mayor astuto político de la historia

Según Jon Lee Anderson (analista de la BBC), Fidel Castro es el político más astuto del siglo XX y por varias razones:

Fue una figura clave de la Guerra Fría, donde ocupó un lugar protagónico en el escenario internacional; era el cuentista por antonomasia (la “cubanía” y el “cubaneo”, formas de la  viveza criolla), el más astuto de todos; se mantuvo en el poder 49 año; engrupió a la URSS muchos años y la sobrevivió; hizo de Cuba una superpotencia en el imaginario mundial; vio venir e irse a diez presidentes estadounidenses; los cubanos convirtieron en un pasatiempo nacional el intercambiar historias sobre sus astutas proezas; murió a la edad de 90 años; antes, les quitó a los argentinos miles de vehículos a cambio de un pagaré firmado solo por él, que nunca pagó; durante una entrevista con Matthews, reportero de fama universal, ordenó marchar circularmente varias veces a sus hombres frente al reportero para crear la ilusión de que eran muchos; desde 1959 hasta 1961 continuó simulando moderación política, afirmando ante la prensa americana que su revolución era "humanista" y no comunista y les puso misiles a unos minutos de Miami (y les enviaría luego a los “marielitos”); y puso a los rusos a comprarle el azúcar a precios por encima del mercado; a la izquierda boliviana le hizo creer que el “Ché” Guevara solo estaría de paso hacia Argentina y no que crearía una guerrilla; hizo creer a Mandela que el fin del apartheid era suyo; puso a los venezolanos a que le regalaran el petróleo, hechizando a Chávez.

La astucia y el engaño, como Maquiavelo famosamente escribió, son esenciales para el ejercicio del poder y quizás en Castro, más que en cualquier otro gobernante de su tiempo, esos rasgos eran como una marca registrada y llegó a ser, dice Anderson, casi un semidiós.

Astutos maquiavelistas escribieron contra Maquiavelo, para ponerse la máscara

Las obras de Maquiavelo fueron publicadas en tres volúmenes, autorizados por el Papa Clemente VII. Sin embargo, los jesuitas la emprendieron contra él dando inicio a su satanización. Sin embargo, muestra la historia que los gobernantes acuden a Maquiavelo cuando están en apuros. Federico II de Prusia escribió El Antimaquiavelo, o Ensayo crítico sobre El Príncipe de Maquiavelo (1740), prologado por Voltaire. En él trata de refutar las tesis del florentino, ofreciendo la imagen de un príncipe totalmente opuesto al suyo.

Federico ya había supuestamente renunciado a sus devaneos de joven rebelde. En el prefacio a esta obra, Voltaire cree en conciencia que Federico (hombre virtuoso) le hace un beneficio a la humanidad al denunciar el veneno de Maquiavelo y ofrecerle el antídoto dado que, por fin, el género humano podrá ver la virtud mejor adornada que el vicio, teniendo en cuenta que el secretario era impío al tratar de enseñar a reyes y príncipes el arte de ser malos, cosa ya muy sabida antes que Maquiavelo la enseñase. Voltaire se va con todo contra Amelot, el traductor al francés de El príncipe y le dice que Maquiavelo no era sino un escritor vil y despreciable, puesto que aborrecía la tiranía, y sin embargo la enseñaba.

Pedro de Ribadeneyra matizará la razón de Estado diciendo que hay una buena, que acoge (la religión será Estado) y una mala, que desecha (el Estado será religión). Siendo censurables ambas vías, esta última es la que parece estar tomando América Latina con el triunfo momentáneo de gobernantes astutos que hablan de una cosa y realizan otra, que fingen renegar de Maquiavelo, pero que teorizan siempre con máscara…

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