Latinoamérica estuvo, de un confín a otro, bajo el yugo de las dictaduras militares. A principios del siglo XX estos regímenes fueron desapareciendo, abriéndole paso a gobiernos de corte democrático, garantistas de las libertades de los individuos. Se trataba de una bocanada de aire nuevo, de un merecido resurgimiento de los pueblos que estuvieron bajo el horror de las jefaturas militares.
En ninguna época de la historia estamos exentos que se presenten brotes o resurgimiento de expresiones dictatoriales, fascistas, nacionalistas, demagógicas o hasta de tipo anárquico en los gobiernos. Para bien, la humanidad prevalecerá ante el despotismo que quiera imponerse en nuestros pueblos. Aristóteles habló del animal político, de la capacidad de relacionarnos políticamente, es decir, de crear sociedades y organizar la vida en ciudades, hecho que alcanzaría la luz mediante las organizaciones políticas. Pero el tiempo se repite inexorablemente, como lo afirma Nietzsche. O sea que retornamos a las tribus de que habla Karl Popper en Las sociedades abiertas y sus enemigos.
Por su parte, el profesor Carlos Matus, economista chileno, inteligentemente escribió un libro titulado Chimpancé, Maquiavelo y Gandhi, deliberante texto inspirado en el hermoso tratado del antropólogo holandés Frans B. M. de Waal titulado Chimpancé Político, en el cual recrea la forma como los gobernantes tienen un poco de Chimpancé, de Maquiavelo y de Gandhi.
Por su pertinencia y actualidad recreo el primero.
En el estilo chimpancé, "el fin soy yo", es decir, las relaciones políticas se centran, indiscutiblemente, en y sobre una persona. Nace entonces una cierta infalibilidad: el sometimiento de la manada, el poder político por el poder político donde los ciudadanos electores serian la manada de chimpancés sometidos al chimpancé líder. Lo paradójico es que la manada debe obedecer a su capricho o instinto, el cual es guiado hacia la nada, ya que el proyecto es el jefe y el jefe es el proyecto.
La situación es absurda para la manada porque se trata de un juego que suma cero: no existe en el gobernante (chimpancé) un proyecto social. Se acentúa el individualismo, se consolida la corrupción y el desgreño de las finanzas públicas, mientras que no importa si la manada (ciudadanos) hace bien o mal.
El profesor Matus nos induce a una serie de reflexiones relacionadas con los gobernantes (chimpancé), quienes no deben eludir los problemas, deben enfrentarlos, para lo cual tiene que existir planeación para gobernar.
Está probado por la experiencia administrativa que, cuando se gobierna improvisadamente, vamos rumbo a la infelicidad de la manada, a la desacreditación del político chimpancé, a la debacle producto de la mediocridad del gobernante; pero no miremos a la mediocridad como un problema intelectual, sino como un desenfoque, porque el gobernante no está para arreglar sus propios problemas, sino los que resultan de la manada (ciudadanos-pueblo).
De la semblanza del gobernante —chimpancé— nace la baja responsabilidad: a nadie le duele lo público, se facilita la falta de ética, germina la corrupción como subsistema de la mediocridad del gobernante, y a la sazón, la gente no piensa en el Estado, departamento o municipio, ya que el razonamiento tecnopolítico es nulo y el pueblo queda anestesiado, abierto de patas, para que el gobernante chimpancé haga y deshaga.
Esto es un contraste inevitable con lo que sucede en nuestro Estado y en los entes territoriales. Estamos gobernados por sujetos insensibles a toda forma de humanismo y, de cualquier manera, los razonamientos críticos que se formulen quedan sin ser escuchados porque los intereses son otros. La pregunta ordinaria o de orden cotidiano que surge es: ¿qué es mejor?, ¿quedarse en la sartén o volar para las brasas? Prefiero las brasas y levantarme airoso, como el ave fénix, de las cenizas.