¨El mérito recae exclusivamente en el hombre que se haya en la arena, aquel cuyo
rostro se encuentra manchado de polvo sudor y sangre¨. Esta era la frase que leía
en la parte trasera de un plegable de la Escuela Militar de Cadetes Gral. José
María Córdova que me habían regalado, y que me servía de motivación para
cumplir mi deseo de verme algún día como oficial del Ejército de Colombia.
Desde la imaginación todo era perfecto, los sueños de gloria, de virtud, de
medallas ganadas invadían mi mente, no sin imaginarme en esos momentos, que
entre lo que soñaba despierto y la realidad, había una distancia diametralmente
grande.
Llegado el momento y a pesar de tener una recomendación del cónsul de la
Escuela para ingresar a ella, no fui seleccionado, se abrió entonces la posibilidad
de prestar el servicio como soldado, y si era de mi agrado a mitad de año, se
abriría un curso en el cual me podían hacer un cupo debido a que en ese
momento, había pocos oficiales y era necesario vincular nuevo personal.
Dejar la casa, renunciar a mis privilegios, alejarme de mi familia me dio duro, por
mis mejillas bajaban las lágrimas en los días de visita cuando veía a mi mamá,
extrañaba todo aquello con lo que crecí. Con los meses me acomodé a mi nueva
vida, conocí a amistades que todavía tengo, viví una experiencia que todavía
atesoro, y comprendí que hay vivencias que son para siempre, paradójicamente,
el día que me fui de baja volvieron a aparecer las lágrimas que me avisaban que el
lugar que me acogió, quedaba atrás para sumergirme en el mundo de las leyes.
No he vuelto a portar un uniforme, ni siquiera a empuñar un arma en nombre del
Estado, pero mi amor y respeto por el Ejército de Colombia sigue latente, fue una
experiencia fuerte al principio, porque dejé de ser el nené de mamá por ser el
soldado de Colombia, lo que agradezco mucho por enseñarme a valorar la
abnegación de los que portan uniforme.
La carrera militar es sufrida, es una vida de renuncias, de sacrificios, de entregas,
de desafíos, nadie conoce las dificultades que atraviesa un uniformado en la
manigua o en los rincones escondidos de este país, sin embargo, el discurso del
odio que ha empleado un sector político, se ha atrevido a resquebrajar el honor y
la imagen de instituciones que han defendido por décadas al Estado de la
amenaza de mentes egoístas, que escondidas en ideologías perversas quieren
perpetuarse en el poder.
Es una afrenta al Estado y su ordenamiento jurídico, ver como sus soldados son
secuestrados por grupos con intereses criminales, mientras el gobierno llama a
semejante delito ¨retención¨, es triste como soldados y policías son asesinados
cobardemente ante la mirada indolente de un gobierno, que tampoco le interesa
ahora contar las masacres ni la muerte de líderes sociales.
Las Fuerzas Militares de Colombia, merecen respeto, desde el soldado anónimo
patrullando en la espesura de la selva hasta el general en una fría oficina en
Bogotá, a ellos y solo a ellos, les debemos el reconocimiento del sacrificio que
descansa sobre su espalda para que la población colombiana todavía pueda vivir
en democracia.
Estamos permitiendo como sociedad que se atropelle la institucionalidad que
representa las Fuerzas Militares, dejemos de ser rocas de indiferencia y digámosle
a este gobierno ¡Basta!
Basta del ultrajar la dignidad militar, basta de menospreciar a esos miles de
hombres y mujeres que se atreven a cumplir una labor que muchos se negaron a
asumir.