Es un martes soleado en el que decido indagar sobre la vida de Over Gelaín Fresneda Félix, más conocido como el Matador Gitanillo de América. En medio de risas y chistes, decido preguntarle sobre todas aquellas anécdotas que muchos de ustedes se han preguntado: su vida, sus triunfos y cómo logró su prestigio a nivel internacional.
Al considerarme antitaurina, y por el hecho tener un torero tan cercano a mí, me da la curiosidad de conocer más sobre el mundo del espectáculo y el punto de vista de uno de los toreros más grandes de Latinoamérica, quien tras su trayectoria ha logrado obtener varios reconocimientos y posicionarse como el actual presidente de la Unión de Toreros en Colombia.
Es un hombre alegre y de gran entusiasmo, que frecuentemente mantiene una sonrisa plasmada en su rostro. Da la impresión de que en su vida no hay preocupaciones, ni lamentos. Procura mantener la frente en alto y lucha por hacer realidad lo que se propone.
Al nacido en Bogotá, Cundinamarca, el 18 de septiembre de 1962, se le despertó a muy temprana edad el amor hacia el "arte" taurino. Todo fue raíz de que sus padres fueron grandes toreros. Su madre era reconocida como La Morena de América y su padre como El Indio Veloz.
En ocasiones, su mamá lo describe como un niño travieso que le hacía la vida imposible a los maestros por las muchas bromas que inventaba. “Nos llamaba el rector del colegio a decirnos que Over Gelaín organizaba una plaza de toros dentro del aula, movía los pupitres y hacía que los niños actuaran como toreros, los ponía a torear. Una vez el rector me dijo: 'Doña Cecilia, lo siento mucho pero a su hijo no lo podemos tener más aquí'”, me cuenta con risas.
Su familia decidió mudarse a Cúcuta, donde Gitanillo terminaría la escuela. Y a los siete años de edad, empezaba por primera vez a torear con becerros. Sus caídas y heridas no lo pararon, al contrario, lo hicieron más fuerte y con ansias insaciables de triunfar y llegar a ser grande.
Al pasar el tiempo, logró convertirse en novillero y por lo tanto adoptó el nombre de Gitanillo de América. Según él, su nombre real, Óver Gelaín, causaría gracia entre los espectadores y por consiguiente no lo tomarían enserio.
El público lo amaba desde un comienzo, su manera particular de torear cautivaba la mirada de todas las personas encontradas en las plazas.
La cantante y actriz Carmenza Duque lo recuerda de esta manera: “Un hombre fantástico, generoso, cálido, dulce, colaborador y como figura del toreo fue una de las personas que hizo mucho por la fiesta brava de Colombia, rompiendo barreras, luchando, siendo valiente, teniendo sapiencia y queriendo siempre aprender y queriendo siempre salir adelante. Creo que el nombre de Gitanillo de América es un nombre inolvidable en la tauromaquia e inolvidable para mi como ser humano”.
No solo toreaba, iba más allá de eso, brindaba un espectáculo lleno de intriga y entretenimiento, puesto que para él valía más el arriesgarse la vida mostrando carisma que optar los estilos de los toreros tradicionales.
Casualmente, regalaba sus trajes de luces a los aficionados, no le importaba cuánto había costado con tal de alegrarles el día.
Hacia 1982 Jerónimo Pimentel, apoderado de Gitanillo de América y de César Rincón, decide llevarlos a España, país donde recibirían más experiencia y se decidiría el futuro de ambos.
Por un lado, César se queda toreando en España, parte de Francia y en ocasiones viajaba a México. Por el otro, Gitanillo se devuelve a Latinoamérica donde triunfa en países como Venezuela.
El 6 de octubre de 1985, de vuelta a Colombia, Gitanillo de América toma la alternativa en la Plaza La Santamaría de Bogotá, donde recibe su doctorado en manos de dos figuras importantes en el toreo, Pedro Gutiérrez Moya, conocido como El Niño de la Capea, y Juan Antonio Ruíz, más conocido como Espartaco.
Desde entonces, con treinta años de experiencia y más de 1.370 corridas, pese a las muchas críticas por parte de personas como yo, quienes estamos en contra de algunos factores en respectiva a la tauromaquia, me atrevo a decir que Gitanillo de América, como su nombre lo indica, ha dejado un alto legado dentro del mundo del toro no sólo en nuestro país sino que también en el resto de América Latina.
Su amor incondicional por Dios y el apoyo que recibe de los que le quieren, son dos grandes motivos que lo han impulsado desde aquel viaje que emprendió cuando tan sólo era un niño.
Gitanillo de América no solo es un torero que carga su capote con pasión, es también un ser humano que siente y hace sentir a los demás. Para muchos, sigue siendo un personaje único.