¡La historia de Colombia no siempre fue trágica! A pesar de los interminables ciclos de violencia que siguieron al proceso de independencia, hubo un momento en que las cosas se hicieron bien y el país tuvo un futuro promisorio. Aún a pesar de las retrogradas consignas de la Constitución de Caro y Núñez, y luego de la guerra de los mil días que impidió el advenimiento de la modernidad, emergieron emporios de desarrollo económico y cultural cuyo pasado fue promisorio y hoy rememoran la idea de un país que pudo ser y nunca fue, a consecuencia de las élites gobernantes que prefirieron anclarlo al atraso.
El ejemplo más vivo de ello es el municipio de Girardot (Cundinamarca), destinado a ser un gran eje de desarrollo económico, pero frustrado por la ineptitud y ambición de sus eternos mandatarios. En efecto, terminada la oscura noche de la hegemonía conservadora que ensangrentó al país por más de 40 años, la ola de gobiernos democráticos y progresistas trajo consigo bienestar y desarrollo económico mediante grandes obras y proyectos de infraestructura.
Fue así como para los años treinta, mientras el mundo padecía una gran crisis económica, Girardot se convirtió en el eje de desarrollo de todo el centro del país por lo menos por tres razones: 1). La navegación del río Magdalena. 2). El ferrocarril. 3.) El primer Aeropuerto. En efecto, la condición de principal puerto sobre el Magdalena, llevó a Girardot a un desarrollo inusitado de la industria y el comercio, tal cual atestiguan aún las grandes bodegas abandonadas que resguardaban infinidad de productos que entraban y salían, dinamizando y transformando la vida parroquial que hasta entonces se había impuesto.
La historia relata que por el Puerto de Girardot ingresó toda la tecnología de punta que para ese momento permitió el desarrollo de la industria; por allí ingresó desde la primera máquina de escribir hasta el primer automóvil que rodó en Bogotá. Así mismo, el ferrocarril potenció aún más el intercambio de mercancías y permitió que el país dividido hasta entonces en regiones apartadas, tuviese noticias de un lado y otro, siendo Girardot el centro principal de desarrollo de todos los acontecimientos. Fue tan así, que el primer vuelo registrado en Colombia tuvo lugar desde Barranquilla hasta el puerto cundinamarqués.
Los libros, el arte, la cultura, las nuevas visiones de la vida, la ciencia, los negocios, y la riqueza en todo sentido, pasaron por Girardot, atrayendo a personas de todo lado hasta posicionarse como una ciudad de la clase obrera, donde alabarderos, molineros, fogoneros, cargueros, mensajeros, y obreros de toda condición, construyeron un futuro que las élites, quizá por venganza, quisieron impedir a toda costa, y para ello se valieron de la violencia que se desató en los años 50. Ante la retoma del poder por la oligarquía conservadora tras la muerte de Gaitán, los pueblos liberales interconectados con el mundo, prósperos y desarrollados, fueron reprimidos y aislados. Tal fue el caso de Girardot.
A partir de entonces comenzó el decaimiento, se acabó la navegación por el río Magdalena, se clausuraron los ferrocarriles, y se cambió la cultura y el desarrollo por la dependencia servil que convirtió a Girardot en un simple lugar de “veraneo” para las élites capitalinas. Girardot perdió su autonomía, su capacidad de ser autosostenible, y su potencial de desarrollo, relegándolo a ser un pintoresco pueblo casi esclavo de la mendicidad y las migajas, cuyos habitantes fueron apenas relegados a prestar servicios y estar a la orden de quienes desde otros lados llegasen a disfrutar de su clima. La variante de la panamericana, aún precarizó más la situación, y los gobernantes locales prefirieron ser siempre sumisos y alinearse con las élites que relegaron a la ciudad al ostracismo, antes que emprender planes de transformación que le devolvieran a la ciudad su lugar en la historia.
Hoy mientras Estados Unidos, Europa, Japón y China se mueven en trenes de gran velocidad, y París es atravesada por el río Sena, Roma por el Tíber, y Londres por el Támesis, aprovechando estas ciudades toda la potencialidad que ello implica, al Magdalena lo convirtieron en una cloaca, botadero de basuras y vertedero de las aguas del río Bogotá, sin que ningún gobernante de Girardot hiciera lo mínimo o alzara la voz para evitar tal deshonra. El florecimiento se perdió y la cultura de la ciudad moderna que pudo llegar a ser quedó estancada en la historia, tal cual le ocurrió al resto del país cuya edad dorada de paz y desarrollo de la década de los años treinta, fue enterrada por la violencia hegemónica para siempre.
No obstante, aún es momento de rescatar la dignidad y poner en manos del mismo pueblo de Girardot su propio destino, para lo cual es necesario dejar la sumisión aprendida a quienes le imponen su rumbo y su atraso desde cómodos escritorios en otras partes del país, y quienes sin ningún arraigo ni amor por este municipio lo han feriado al mejor postor. Es momento que Girardot se abra paso en el mundo, mediante el desarrollo tecnológico, el fortalecimiento de la educación, el turismo sostenible, el cuidado del medio ambiente, la recuperación del Magdalena, el crecimiento económico diversificando las fuentes de empleo, el mejoramiento de la atención en salud, y ante todo, mediante el cambio de mentalidad cultural a partir de la construcción de una identidad propia.
Por ello, se puede afirmar que aún existe esperanza para Girardot y para Colombia, pues en medio de la crisis resuenan voces de inconformismo con ideas innovadoras, frescas, respetuosas de la libertad, el medio ambiente y la vida, tal cual es el proyecto que hoy encarna la Colombia Humana y la Unión Patriótica, que en el caso de Girardot ha articulado una propuesta y un programa alrededor de Leonardo Serrano: un joven con visión de futuro, que bajo la concepción de un país moderno, seguro podrá empezar a jalonar de nuevo la rueda de la historia para que Girardot recupere el lugar que le fue arrebatado.