Si propongo que la poesía de Quessep es intemporal, es para significar que está por encima de una particular clasificación en escuelas, modas o estanterías, en las que suele anclarse la poética y otras expresiones de la literatura y la narrativa contemporáneas.
La suya rebasa los linderos de los ismos; transgrede, armoniosa y musical, cualquier frontera que pretenda limitarla en su levedad y palpable forma, intimidad y belleza.
Y eso no hay que presumirlo, ni leerlo entre líneas, ni proclamarlo como originalidad del lector crítico. Es el mismo poeta quien lo afirma sin sedicentes eufemismos.
Alejado de todo estilo de época y de toda moda, la depurada calidad de su obra, caracterizada por la unidad temática y la definida forma y musicalidad prevaleciente en ella, es cuanto nos predispone a considerar a Giovanni Quessep, Premio Mundial de Poesía “René Char” 2015, como el representante más significativo de la lírica colombiana contemporánea.
Los sueños, la soledad, el tiempo, la infancia, el ruiseñor, la muerte, el olvido, el extranjero, la fábula y leyenda, son materia y símbolo de cuanto está hecha su poesía.
El mito, profundamente humano, significando, siempre está naciendo y pereciendo en el poema:
Quiero tornar a lo que ya no existe / sino en la imagen del hilo sagrado / tal vez un mito sea / pero mi alma / no se resigna a perder su tesoro /.
Su lirismo conjuga música y poesía, expresión sublime de la soledad del hombre; tan viva y convincente en su poesía, como la muerte prevaleciente en ella:
Nadie nos pida una canción / distinta de la nuestra / para decirle a la muerte / que pase / Que no se quede la muerte fuera /.
Y es que la muerte, en la metáfora intensamente humana de este poeta, nacido en San Onofre, Sucre, está revestida de un hálito de ensoñación y encantamiento, que la hace aparecer como algo trascendental y bello:
Venga la muerte así / como ha venido / la infancia / en un juguete /.
La metáfora en Quessep, parece decirlo y dominarlo todo con precisión y significación semántica que reiteran su perfección en el manejo de la forma y de la imagen.
Nada sobra ni falta para que el verso surja luminoso y musical y el concepto, trágico y absurdo de la muerte, se avenga en ensoñación y levedad:
Por eso hoy quiero estar tan solo / como nunca / y ver las maravillas de la muerte /: Afuera hay un jardín / y alguien /en sueños / me da un ramo de flores / y se aleja cantando /.
En la metáfora, y la suya lo logra plenamente, está inmersa la realidad que subyace en el poema; máxime si en él confluyen, como en el de Quessep, melodía, musicalidad, forma e intensidad lírica, para que la metáfora resalte.
El mismo lo ratifica: todo poema debe ser una metáfora del alma; metáfora de sus maravillas y terrores:
Si te olvido / si no florece una nostalgia / y en la memoria cierra sus páginas / un cuento / es que el Edén tu nombre amado / será tal vez la muerte.
Metáfora de sus cielos y abismos:
Todo esto fue la anunciación / de un tiempo / en que los hombres iban/ en busca de los abismos cantores / para redimirse de la pena del cielo /.
De transfiguración de la realidad, lo que no constituye el olvido de la misma, sino su afirmación más profunda:
Tigre / tigre / quemante joya / en las florestas de la noche ¿qué hada se ha posado en tus ojos / qué jardín / en tu piel de luna manchada? /
La sonoridad del vocablo da en él fuerza, transparencia y materialidad a la imagen; las palabras son el pretexto y el signo para sumergirse en lo fantástico y lo mágico.
Para ir tras el hilo de Ariadna que lleve al lector a la esencia del mito; a las presencias de la fábula; a la melodía del poema, tangible y musical, fluyendo del aljibe agrietado de la infancia:
En el patio de piedra / el agua del aljibe / en otro tiempo suena. / Sierpes. / Hiedra. / Nadie sabe / esta tarde / por qué vive /.
Si la palabra inventa al ser, de igual manera debe encubrirlo en la metáfora; despojarlo de la corporeidad que se queda en la palabra, en el signo.
Para que sea ella, la metáfora, la que diga y cuente. Y cante, cuanto está más allá de las palabras.
Tampoco le es ajena la alegoría del momento y la fugacidad aprehendida en el verso; el anhelo de lo desconocido y fantástico a través del mito. Ni lo es el símbolo, esencial cuando el poeta recurre a él para expresar su soledad y su alteridad en el otro que es en sueños:
¿En dónde me dejaron / después de conducirme a otra memoria?/ ¿Existe alguna tierra / donde nadie se aventure / en el alba de tonos misteriosos? /
Memoria que en la poesía de Giovann Quessep, no es otra que la muerte, el olvido, la fantasía:
Entre bosques / el reino ha concluido / No tiene sino puertas con herrumbre / El sortilegio era falso / los encantadores yacen / bajo el espino blanco /.
Navegando un aire de levedad y constante melodía, su universo poético está poblado de temas en los que la realidad alcanza la dimensión intangible de la ficción; la inasibilidad de un lugar que apenas si es memoria y añoranza, soledad y silencio:
En la memoria / queda la epifanía / del amor / y un camino de lilas / desciende de los ojos / en quien ha visto / más allá de la muerte/.
Forma y fantasía, son en Quessep coordenadas vitales de su poesía, por eso nadie escucha al ruiseñor sino más allá del ruiseñor; más allá de la palabra que lo nombra. En lo fantástico y mágico, y no en otra dimensión, es en donde su ruiseñor, como el de Keats, deja oír su canto:
Digamos que una tarde / El ruiseñor cantó / Sobre esta piedra / Porque al tocarla / E tiempo no nos hiere / No todo es tuyo olvido /
Algo nos queda /
La ausencia que se invoca en cada verso suyo, es la muerte evocada en la transparencia del verso y la reafirmación de la metáfora en la oposición muerte – vida:
Quiero vivir o morir / lo mismo / me debe ser la muerte / que la vida /
¿Quisieras tú decirme la canción / De la esperanza / o la desdicha? /
Esa oposición, reiterativa a lo largo de su contar poético, alcanza en la metáfora la dimensión de lo onírico:
Si tuviese tus ojos / hilandera / podría ver / lo que jamás he visto/ hilos de plata / hilos de oro / hilos de seda /moviéndose en mis manos / para tejer las cuatro estaciones /… las bellas formas / que ya son el hilo / en que siempre la muerte nos espera / el hilo de plata / el hilo de oro / el hilo de seda /.
Sutil, veladamente, se alcanza a percibir en el poema la dimensión trascendental que la muerte adquiere en Giovanni Quessep; quizá con mayor intensidad y menos fatalismo, al abordar la perennidad de la vida que se atesora contra la muerte:
Si en la piedra / escribimos nuestra dicha / algo contra la muerte / atesoramos /.
En él, lo humano del mito es constante en la muerte; en sus formas y símbolos: la barca, el puerto, el remo, las hilanderas:
La hilandera del puerto / ha cantado / a la sombra de los verdes clemones / la canción de las barcas / la canción de las horas /.
Pero es la añoranza, finalmente, la que reafirma la musicalidad, las formas, el realismo y la intensidad lírica, prevalecientes en Giovanni Quessep:
Tuve todo en mi casa / el cielo y la raíz / la rama oculta / que hace las estaciones / y el vuelo de los pájaros /…pero yo nada quise / y me fui lejos / por caminos / por ínsulas entrañas /…En el atardecer /lo dejé todo / por una sombra / y un alcázar / y hoy/ perdido en un amargo / laberinto de hojas / veo las nubes / que se van / la vida /.
Añoranza que no solo expresa la individualidad del poeta, sino que lo trasciende en su ancestro; en las nostalgias de un país de dátiles y lapislázuli; de encantamiento, fábulas y leyendas:
Es posible que aquí mis huesos / sean desconocidos / es posible que muera / soñando un país de dátiles / y un barco donde cantan /navegantes fenicios /.
O lo aproxima a la elegía, en la evocación ancestral del legendario cedro y de los cánticos de la mítica Biblos:
Dadle una hoja de cedro / De rumoroso azul / Para un dolor o cántico / Bella palabra de Benut /.
Poeta
@CristoGarciaTap