Gina Potes, la primera mujer agredida con ácido en Colombia, transforma sus cicatrices en arte

Gina Potes, la primera mujer agredida con ácido en Colombia, transforma sus cicatrices en arte

Con rosas, sus flores preferidas, engalana ahora su muslo derecho. Los próximos tatuajes serán un árbol de la vida y un ave fénix con un ala rota

Por: Ricardo Rondón Chamorro
marzo 21, 2018
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Gina Potes, la primera mujer agredida con ácido en Colombia, transforma sus cicatrices en arte

Las cicatrices imborrables de Gina Lilián Potes Aguirre, la primera mujer víctima de agresión con ácido en Colombia, se remiten a mucho antes de haberse producido el ataque con la sustancia química.

A los diez años, confiesa, aunque se resiste a ahondar en detalles, fue violentada sexualmente. A su vez fue testigo silente de la violencia intrafamiliar contra doña Nancy, su señora madre, inagotable en sus luchas para sacar sus cuatro hijos adelante. Gina es la segunda de dos hombres y dos mujeres. De su padre, la distancia, oscuros recuerdos. De él prefiere no referirse.

De las escasas fotos del álbum familiar, único vestigio de los duros años de la niñez y la adolescencia que trascendió en casas y apartamentos de alquiler en barrios como El Tunal, El Carmen y San Vicente, al sur de la capital, se rescata una que otra foto de una chiquilla de ojos vivaces, piel morena, cabello negro ensortijado: una estampa parecida a la de la cantante Shakira de sus primeros escarceos artísticos.

De hecho, Gina soñaba con ser algún día modelo o estrella de la canción, una quimera que se evaporó rápido ante la precariedad y los constantes derrotes de la vida, entre tumbos y maromas para sobrevivir como madre, cuando apenas despuntaba a los diecisiete años.

Gina Potes (apellido de la costa norte de Colombia) podría haberle inspirado un vallenato a la recordada Patricia Teherán, uno de esos paseos melancólicos de la diva cartagenera —cuyo rutilante y trágico final tiene por estas noches en vilo a la teleaudiencia nacional—, porque de Gina hay mucha historia que contar: el drama de la repudiable violencia machista y de su impunidad rampante, pero a la vez el ímpetu de superación para no dejarse vencer por la derrota.

Era el lunes 28 de octubre de 1996 cuando Gina oyó el timbre de su casa en el barrio San Vicente y salió a abrir la puerta, acompañada de su hermana Angie y de su hijo Andrés, de tres años.

Se trataba de una señora que le preguntó sobre la ubicación de un jardín infantil. Mientras Gina le daba las indicaciones, un hombre pasó corriendo y le lanzó el ácido, al tiempo que le gritaba: “Quien le manda a ser tan bonita”.

Tras el brutal impacto y el olor repulsivo de la sustancia viscosa, Gina solo recuerda el llanto de su pequeño y los gritos de su hermanita:

“Sentí que se me iba la vida, se me nubló la mirada, vi aterrorizada mi piel consumirse, estuve a punto de desvanecerme… Traté de recobrar fuerzas. Me miré horrorizada al espejo. Mi rostro se había convertido en una ampolla enorme, como una bomba, y mi cabeza un remolino”.

“Me llevaron al Hospital El Tunal y allí permanecí cinco horas esperando a que me atendieran. De ahí las graves secuelas que me quedaron. No sucedió lo mismo con mi hijito y con Angie, mi hermana, que alguien les ayudó para que se ducharan con agua fría”.

El ataque químico dejó hecho jirones la ropa de Gina y le afectó parte del rostro, cuello, brazos, pecho, abdomen, espalda y la pierna derecha.

En ese entonces Gina tenía veinte años y han pasado veintiuno de ese horroroso episodio que le ha costado treinta cirugías, setenta procedimientos quirúrgicos, el encierro y la oscuridad de los primeros años que sucedieron al ataque, la desazón de jamás querer volverse a mirar en un espejo: el daño psicológico que llega a ser más hiriente que el físico.

Seguramente Gina Potes ha narrado decenas de veces su dramática historia, que en el transcurrir de los años y a partir de la creación de su fundación Reconstruyendo Rostros, ha repercutido en cientos de lacerantes historias de mujeres de escasos recursos, como ella, también violentadas en su honra, víctimas de maltrato intrafamiliar y de agentes químicos.

El milagroso cambio se produjo una noche, cuando su pequeño hijo Andrés, viendo llorar desconsolada a su madre, se le acercó y le dijo: “No sufras más mamita, yo ya hablé con un angelito para que me preste un borrador que haga desaparecer tus heridas”.

“El angelito era mi propio retoño, que me hizo despertar de la pesadilla —dice hoy una Gina transformada, activista y emprendedora, madre de tres hijos —  y me obligó a enfrentar las dos únicas opciones que me planteaba la vida: dejarme morir en un encierro, vedada para mis hijos y mi familia; o sacar la mujer valiente y luchadora que me gritaba por dentro”.

“Las fuerzas, aunque las hayas desconocido en el transcurso de la vida, te las va proporcionando Dios, como las luces del entendimiento. Uno sabe para dónde va, por Él, porque sientes en el interior su voz, porque te indica qué es lo que debes hacer, porque te alienta a recobrar fe y esperanzas”.

“Todas esas fortalezas no te dejan vencer. Además, cómo dejarse derrotar uno con tres primorosos hijos que me ha dado la vida. Ellos son mi gran tesoro. El milagro de la maternidad te empuja a seguir viviendo por encima de los sufrimientos y la adversidad. Los hijos son el gran motor de la existencia”.

Como Gina Lilián Potes Aguirre, la primera mujer agredida con ácido no pudo seguir los pasos de Shakira o lucir su esbelta y curvilínea figura en las pasarelas, se matriculó en una academia para estudiar Estética y cosmetología, plataforma económica para el sostenimiento y la educación de sus hijos.

Alterno a esa actividad, y con el respaldo de los especialistas que de una u otra forma han contribuido a su rehabilitación física y emocional, doctores como Alan González, Eugenio Cabrera, Linda Guerrero, Luis Eduardo Bermúdez, Ciro Garnica, entre otros, creó con sumos esfuerzos, pero con una tenacidad inquebrantable la Fundación Reconstruyendo Rostros, que a la fecha ha documentado y apoyado a ochenta y siete mujeres violentadas con agentes químicos.

“Yo no sabía nada de protocolos ni de leyes para echar a rodar una fundación. Pero Dios te va proporcionando las personas, las herramientas y la sabiduría para hacerlo.La Ley 1773, de 2016, conocida como la Ley Natalia Ponce de León para la protección de las víctimas de agentes químicos y el endurecimiento de condenas a sus victimarios, es una adición de la Ley 1639, de 2013, que yo promoví, y que tipifica la agresión con químicos como tentativa de homicidio y sube las penas a los agresores”.

“Ese ha sido un trabajo en el que he invertido mi vida, y aunque muchas veces no se reconozca, ha sido mi propósito a seguir: que esta sociedad tenga una atención juiciosa, consciente, digna y oportuna a su problemática, al drama que por años han padecido, sobre todo frente a la salud y la justicia, ya que la mayoría de estos delitos con agentes químicos quedan impunes”.

“El caso de la señorita Ponce de León fue mediático y relevante por su condición social, por sus apellidos, por sus contactos, y eso ayudó a que este tema se visibilizara mucho más en el país, porque a partir de ahí se entendió de que esta violencia no estaba centrada únicamente en sectores pobres, como fue mi caso hace ya veintiún años”.

 

Como un estímulo propio a sus luchas y a esa vanidad de mujer que la mano perversa resquebrajó en el florecimiento de su juventud, Gina Potes, en la actualidad una mujer de cuarenta y un años, altiva y consciente de sus atributos que saltan a la vista y que no pasan desapercibidos al varón que se respete, decidió transformar sus cicatrices con el arte del tatuaje.

“Quise que mi territorio corporal, que es de lo más honroso y preciado que pueda enorgullecerse una mujer, en el pasado violentado con profundas heridas, fuese transfigurado en una obra de arte, como una metáfora de borrar el terrible daño que causa un ataque con ácido y las secuelas físicas y psicológicas que dicha agresión conlleva”.

Rosas, sus flores preferidas, engalanan ahora su muslo derecho, que es la primera parte de este proceso. Luego vendrá un árbol de la vida, que comprenderá desde el abdomen hasta el pecho. Y, en la espalda, un ave fénix con un ala rota, símbolo de su renacer, y en lo que a Gina compete, de un vuelo olímpico que señale la ruta de sus ideales y realidades en aras de proteger y respaldar a las mujeres violentadas como ella.

El procedimiento artístico se llevó a cabo el miércoles 7 de diciembre de 2017, y estuvo a cargo del publicista y dibujante Juan Acevedo, de Traduction Respect Love. All Trust, en Bogotá (carrera 14 # 94A -61), la agencia de tatuajes que a través de su gestión de responsabilidad social, comienza con Gina Potes una etapa de sensibilización y apoyo a víctimas de agente químicos, y de apoyo a sus familias.

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