Para nadie es un secreto que la forma de comunicar, los gestos y las mismas maneras del acto comunicativo son fundamentales para llegar a un público. Los artistas y los políticos son expertos en estrategias comunicativas; de lo contrario, será un rotundo fracaso. La comunicación exitosa es parte inmanente del político y del artista.
Ejemplos claros de excelentes comunicadores en la política colombiana son el expresidente Álvaro Uribe Vélez y el actual mandatario, Gustavo Petro Urrego. Son, sin duda, víboras sagradas que hipnotizan a propios y extraños, encantan y, tal vez, embrujan. No en vano, son los dos grandes líderes colombianos del siglo XXI. Inalcanzables.
Lo anterior no implica que el discurso de un buen comunicador sea siempre éticamente aceptable. Un hábil orador puede, sin lugar a duda, capturar el alma y la mente de sus seguidores a través de mentiras transformadas en verdades, utilizando estrategias propias de la propaganda goebeliana. Ejemplos de este fenómeno abundan tanto en Colombia como en el resto del mundo.
El uribismo, por ejemplo, sienta cátedra en este aspecto. La mentira en torno al “castrochavismo” es un ejemplo contundente. Al relacionar las ideas progresistas y de izquierda con dicho término, busca infundir miedo en la ciudadanía para obtener réditos políticos.
Dicha mentira termina convenciendo a los ciudadanos de que cualquier cambio, por mínimo que sea, puede llevar a la "venezolanización" de Colombia. Periodistas, influenciadores y foristas de extrema derecha, sabiendo que la realidad muestra algo diferente, perpetúan este discurso. Esta narrativa ha dado frutos y, aún hoy, a pesar de las evidencias en contra, sigue calando en la mentalidad de una parte de la sociedad colombiana.
En Colombia, el profesor Gilberto Tobón Sanín es un ejemplo singular. Un anciano “carretudo” de aspecto afable, que se expresa con el desparpajo y el acento característico del pueblo paisa. Es el típico "anciano de la tribu": cuando él habla, los demás escuchan. Su seseo, su voseo y sus gestos —inevitablemente histriónicos— lo han convertido en una suerte de vedette del análisis político en Medellín, Antioquia, y, más recientemente, en el ámbito nacional, donde se dio a conocer como candidato al Senado por Fuerza Ciudadana.
Aunque no logró alcanzar una curul debido a que su partido no superó el umbral mínimo del 4%, el profesor obtuvo más de 170,000 votos, posicionándose como la quinta votación nacional para dicha corporación. Este resultado fue conseguido, en gran medida, gracias a su poder mediático y a su estilo directo y cautivador. Esas voces “culebreras” que hipnotizan la voluntad del votante, son extrañamente atractivas.
Sin embargo, tras un análisis más detenido —y reconociendo que, en algún momento, me sentí atraído por su enfoque populista y desenfadado, me estuvo tratando de hipnotizar—, he llegado a la conclusión de que sus argumentos son superficialmente elaborados y carecen de rigor. Esta falta de profundidad resulta peligrosa, ya que fomenta la polarización y tiende a estar sesgada, producto de reacciones viscerales que afloran al emitir sus opiniones.
El quid del asunto es que su rol en la conversación pública, tanto en Antioquia como en el país, desvía la atención del verdadero debate. Al centrarse en sus críticas, queda en evidencia la falta de contenido objetivo y científico en su mensaje.
Él mismo sabe que esta ausencia no resuena con la opinión pública, lo que lo lleva a adoptar un estilo extravagante y chabacano. Se podría afirmar que es el analista vulgar que atrae a muchos antioqueños y a un porcentaje significativo de colombianos. Cuando Tobón Sanín habla, la voz del colombiano común resuena, y eso le agrada a la audiencia. En otras palabras, al colombiano de a pie le gusta escuchar lo que dice Tobón, y él es plenamente consciente de ello. Se enorgullece de haberse convertido en la voz del pueblo en medio del desierto. Su capacidad analítica, aunque lamentablemente deficiente, no parece inquietarlo. Al contrario, su figura crece precisamente porque el ciudadano corriente se identifica con él, reconociéndolo como su portavoz amplificado por los medios.
Miremos algunos aspectos de la personalidad y el discurso del “rey de los ad hominem”.
El profesor Gilberto Tobón Sanín es conocido en los medios por su tono abiertamente provocador y su retórica simplista, lo que le garantiza espacios tanto en medios nacionales como regionales. Estos medios son conscientes de que este popular y peculiar profesor contribuye a aumentar la audiencia.
Sin embargo, también es evidente que su popularidad no se debe precisamente a la profundidad de sus análisis, si así pudiera ser llamada dicha perorata. Uno de los principales problemas de su discurso radica en la falta de dicha sustancia analítica. Los programas que habitualmente lo invitan, como Nos Cogió la Noche de Cosmovisión, son plenamente conscientes de esta dinámica, y en ocasiones, ni siquiera intentan disimularla. Es probable que Tobón lo sepa, pero estas interacciones resultan convenientes para ambas partes. Por un lado, él se siente como un oráculo, puesto que los medios se lo han hecho creer, por el otro, quienes lo invitan aseguran una alta audiencia. Es un producto del mercado y no lo desaprovechan. Esto podría interpretarse como un caso de mutualismo y supervivencia, en el que ambos actores se ven favorecidos por la tiranía del dios rating.
Si bien Tobón Sanín aborda temas cruciales que resultan de interés en el desarrollo cotidiano del panorama político colombiano, su enfoque se limita a frases llamativas y a la asignación de apodos peyorativos a los políticos, que es su manera de reprobarlos públicamente.
Si el lector reflexiona sobre estas ideas, se dará cuenta de que el denominado Oráculo antioqueño, al emplear estos recursos retóricos, presenta los temas de forma simplista e incluso reduccionista, minimizando la complejidad de los problemas que actualmente enfrenta nuestra nación. Su enfoque prioriza la viralidad de sus intervenciones, en lugar de ofrecer un análisis juicioso que pueda resultar útil o constructivo.
Indiscutiblemente, Tobón es un mago de la cháchara y la monserga,su discurso es siempre el mismo y nunca llega a ninguna parte, es una especie de hechicero, aunque su estilo grotesco y burdo se confunde erróneamente con sinceridad en sus apreciaciones.
Gilberto Tobón Sanín, en cambio, podría competir por el premio al 'analista' que más utiliza el recurso ad hominem para atacar a los políticos. Esta falacia se ha convertido en su herramienta discursiva favorita, y los ataques personales son un recurso recurrente en su arsenal.
Tanto los medios como él saben que su estilo desaliñado genera un impacto emocional en la audiencia, a pesar de la ausencia de contenido argumentativo sólido. Se presenta como el profesor directo que comunica el sentir de aquellos que no tienen voz, y que necesitan escuchar las palabras de un hombre con títulos, pero que los comprende y traduce. Esa población siente que habla por la boca de Tobón Sanín, y por eso tiene una imagen positiva de él.
Tobón incluso se atreve a solicitar ser invitado a hablar, y los medios, al reconocer el potencial de audiencia, caen rendidos, priorizando el espectáculo sobre la profundidad de las ideas.
El profesor medellinense, en lugar de analizar las políticas, los resultados y los contextos de los políticos a quienes lanza sus críticas, se enfoca en caracterizarlos de manera despectiva, etiquetándolos con apodos como "El Tahúr" Santos, "El Filósofo" Gaviria, "El Bolardo" Peñaloza, "El Lagarto" Roy, y un largo etcétera, que bien podría dar lugar a una "sopa de letras de Etiquetas Tobonistas". Aunque este enfoque puede resultar efectivo para captar la atención mediática, carece de contenido sustancial.
Una crítica política bien fundamentada debe centrarse en los hechos y en el análisis de propuestas, logros o fallos. Un observador de la política que recurre exclusivamente a la burla y la descalificación personal se aleja de lo que debería ser el verdadero objetivo del debate público: cuestionar ideas, políticas y acciones en busca de mejorar la sociedad.
Así, Tobón opta por deslegitimar a los personajes, dejando de lado sus propuestas o políticas, lo que limita la profundidad y seriedad de sus críticas. Me imagino cómo habría sido su capacidad de argumentación si hubiese ganado la curul en el Senado de la República. Peor aún, ¿y como docente universitario?
Esta estrategia, por supuesto, conlleva que el análisis político de Tobón sea, en términos generales, superficial y pueril. Este enfoque, que trata temas políticos que podrían ser importantes, impide una comprensión adecuada de los asuntos tratados, ya que no se exponen con un mínimo de seriedad, sino que se centran en lo que hemos argumentado hasta aquí.
Por ejemplo, en sus críticas al "santismo", al "uribismo" y, más recientemente, al "petrismo”, Tobón no presenta un análisis detallado de las políticas de estos movimientos ni de sus efectos reales sobre la sociedad. Se queda en el nivel anecdótico, sin entrar en un debate serio sobre los beneficios o los desafíos que estos modelos de gobierno implican, ni sobre sus consecuencias para la ciudadanía.
Aquí es donde peca por la falta de rigor en su discurso, lo cual termina siendo perjudicial, ya que no permite educar al público que lo escucha. En lugar de lanzar frases populacheras que podrían escucharse al calor de unas cervezas en el bar de la esquina, debería, en pro de la formación política, utilizar sus habilidades y estrategias didácticas como docente para presentar ideas más complejas y ofrecer críticas constructivas sobre la situación política del país. En definitiva, debería buscar educar a la ciudadanía y no seguir contribuyendo a su hiperpolarización. Ya tenemos suficiente con congresistas ignorantes como Polo Polo o la señora Cabal.
Quienes hemos escuchado a Tobón Sanín lo encontramos como un crítico de las élites políticas y de los sistemas de poder en Colombia. Sin embargo, su discurso a menudo cae en ambigüedades, especialmente debido a la forma en que maneja sus desbordadas emotividades.
Actualmente, parece rendir homenaje a Germán Vargas Lleras, a quien considera el único con el carácter suficiente para rescatar a Colombia de esa coalición entre “santismo” y “petrismo” y de la debacle en la que el país se ha sumido bajo lo que él considera “esta nefasta coalición”. Para Tobón, Santos y Petro son lo mismo, y aboga por sacarlos de la actividad política en 2026.
Vargas Lleras es el candidato que, según Tobón, mostrará sus espuelas mientras su cresta se enrojece en el contexto de una pugna electoral definida por el nieto de Lleras Restrepo. Tobón parece subirse al bus de los coscorrones y manotazos, y muy posiblemente, así gobernaría el señor Vargas Lleras esta nación.
En este sentido, encontramos a un Tobón ambivalente, incoherente y desconectado en su discurso, cuando su crítica debería ser profunda y coherente, fundamentándose en una evaluación ideológica y política consistente de estos movimientos.
No puede ser Tobón un adalid de la crítica contra las rancias y corruptas élites políticas y, al mismo tiempo, apoyar a un personaje como Germán Vargas Lleras, quien representa el poder más fétido de la política colombiana. Vargas Lleras es el líder supremo de Cambio Radical, un partido que encarna los vicios más asquerosos de la política en Colombia.
Para llevar a cabo un análisis político verdaderamente productivo, un crítico debe exponer claramente sus fundamentos ideológicos y mantener coherencia en sus criterios de evaluación. Si Tobón critica al 'santismo', al 'uribismo' y al 'petrismo' sin una metodología clara o sin criterios consistentes de juicio, corre el riesgo de caer en un discurso puramente opositor que no aporta argumentos útiles a la sociedad. Oponerse por oponerse parece ser la esencia de su discurso. En este sentido, los espectadores no logran obtener un entendimiento más profundo del contexto; más bien, experimentan un sesgo que privilegia la crítica por encima del análisis.
Finalmente, es importante señalar que el papel de Gilberto Tobón Sanín en los medios hace un flaco favor a la paz de Colombia y no contribuye a la formación de ciudadanos críticos y pacíficos. Aquí es donde falla en su función como maestro.
El ambiente de confrontación en el que vivimos, caracterizado por la falta de deliberación positiva y argumentada, se ve erosionado con cada idea espuria que él emite. Llamarlo provocador y atrevido es quedarse corto; se siente en su salsa, saca pecho y exhibe un orgullo que, en una persona consciente, debería generar vergüenza.
No es consciente del daño que causa, sin embargo, no es inocente de la violencia que reproduce cada vez que emite sus vacuas opiniones disfrazadas de verdades absolutas. Estoy convencido de que Tobón sabe que las opiniones fuertes y el lenguaje directo pueden captar la atención, pero cuando no están respaldados por un análisis equilibrado y respetuoso, tienden a profundizar las divisiones sociales.
Gilberto Tobón Sanín, el rey del ad hominem, es un crítico irresponsable que no informa ni empodera a la ciudadanía para que aprenda a tomar decisiones fundamentadas. Tobón desinforma, reduce los conflictos a simples etiquetas y renuncia a lo más noble que puede ofrecer una persona que ha dedicado toda su vida a la profesión docente: EDUCAR CON AMOR, y esto, sin duda, es un acto profundamente político.
Hasta la próxima
ADENDA 1: En la columna anterior, dedicada a la tragedia de Valencia, critiqué a los gobernantes españoles por su actitud frente a lo sucedido. Sin embargo, no son los únicos responsables. Las empresas que obligaron a sus trabajadores a acudir a sus puestos de trabajo sabiendo que una DANA inminente se aproximaba son, en primer lugar, mucho más responsables. Mercadona, el Centro Comercial Bonaire, IKEA, Lassal, Glovo, Aquaservice y muchas otras deben ser investigadas y sancionadas por la ciudadanía. ¡Ni un euro más para las empresas que violan los derechos laborales y, sobre todo, el derecho a la vida!
ADENDA 2: Ofrezco mil disculpas a los pocos lectores de este espacio, porque en la pasada columna dedicada a la tragedia de Valencia en España, envié, por un despiste o lapsus, una versión que era realmente una revisión, no la versión final. Muy seguramente, el lector más atento se dio cuenta. Si hay críticas fuertes, lo asumo con total humildad. Estaré más concentrado a la hora de enviar mi NOTA CIUDADANA. Gracias.