Alberto Giacometti fue un artista suizo que nació artista pero nunca logró lo que buscaba, aunque muchas de sus obras se parecen: encuentran un infinito del ser humano. Al contrario de Fernando Botero, el mundo de la figura humana se redujo a solo la figura escueta, donde es importante la expresión. Y donde la obra funciona en relación con el espacio.
City Square, 1948
Nació en Bregaglia en 1901, donde no había electricidad ni automóviles. En un valle lejano de las fronteras. Austero y riguroso como era la razón de ser de esa época. Y, así fue Giacommeti toda su vida. Un fumador que se vestía de saco y corbata para trabajar con barro. Su padre Giovanni Giacometti fue artista que no pasó a la historia y su familia tuvo que conocer las inclemencias del tiempo, por lo que nunca llevó una vida próspera. Pero Alberto Giacometti tuvo a su hermano Diego que fue un niño débil, pero con el tiempo aprendió a apoyar el destino de su hermano mayor y se convirtió en su sombra porque aprendió a ver el estudio y la vida de su mundo. Desde muy temprana edad Giacometti estuvo interesado en una escultura de su ciudad donde una piedra dorada estaba perforada. Y, a él le interesaba el final del túnel. Buscaba qué podía ver después del agujero. Le fascinaba la escultura y fue dibujante y escultor del infinito. De un mundo ambiguo donde los perfiles, algunas veces, fueron más importantes. Donde la plasticidad era parte de lo inacabado-final.
Grande tate mince, 1955, la escultura más valiosa jamás vendida
(USD 53,3 millones)
Estudió en París y su gran mentor y profesor fue Antoine Burdelle, quien a su vez fue asistente de August Rodin. Giacometti Vivió las dos guerras mundiales y aprendió de la fugacidad del ser humano. De lo posible y lo imposible que se vive entre la vida y la muerte. En París conoció a su esposa Annette Arm quien fue su paciente modelo con su perro Merlín que los acompañó su tiempo. (Acá en Bogotá en el Museo Botero tenemos uno de sus bellos retratos de Annette). Son dibujos que se parecen a las esculturas porque no sabemos dónde termina y dónde acaba la creación.
Annette Arm, 1952
En los años 30 Giacomett conoció a los surrealistas y fue parte del grupo. Sartre decía sobre su obra algo esencial: " Es el existencialista perfecto. A mitad de camino entre el ser y la nada".
Sin volumen, sus esculturas tienen un perfil perfecto, sus caras son muy trabajadas aunque su mirada es atónita. Sus formas tienen el misterio de lo ambiguo donde importa el sentido del cuerpo, y en algunos trabajos, el movimiento. Fue un ser infinito que murió en 1966.