Llevaba mucho tiempo sin saber de él, cuando hace unos meses recibí un correo suyo pidiéndome una breve comentario para la reedición que pensaba hacer de Cuentistas Colombianos, una antología precoz que incluía relatos de Oscar Collazos, Roberto Burgos Cantor y Umberto Valverde, entonces poco o nada conocidos. Como tampoco lo era Harvey Trejos - un excelente dibujante que como yo estudiaba arquitectura en Univalle - que ilustró la portada. Fue el primer libro que Gérrimo editó y yo le ayudé a financiarlo consiguiendo a través de Erasmo, mi padre, un pequeño auxilio de la Asamblea departamental de la época, impresionado por la audacia y la seguridad en sí mismo con la que quería convertirse en editor. En una época y en una ciudad como Cali carente de una tradición editorial digna de mención.
Los jóvenes que entonces protagonizábamos las interminables tertulias del café Niza amábamos los libros y queríamos ser escritores y algunos, como Oscar Collazos o Jota Mario, ya lo eran de pleno derecho. Pero el mundo editorial nos parecía tan remoto como lo eran para nosotros Buenos Aires, Ciudad de México o Barcelona, donde se publicaban los libros que tanto nos apasionaban. De allí que resultara poco menos que increíble que alguien tan joven y sin más experiencia en este campo que la de editar la revista El Estudiante, se atreviera a editar un libro. Y a anunciar que después vendrían más. Y ciertamente vinieron muchos más, porque en las décadas siguientes Gérrimo no cejó en su empeño de editar libros, incluso cuando Norma y la Oveja Negra se convirtieron en grandes editoriales y las más poderosas editoriales españolas eligieron a Colombia como plataforma de su renovado despliegue en nuestro continente. Sólo que ninguna de estas empresas pueden ostentar el inconfundible sello personal que caracterizó a los empeños editoriales de Gerardo Rivas Moreno. Y menos el énfasis puesto en la publicación de autores colombianos y sobre todo la divulgación de las obras y las publicaciones que han cumplido un papel crucial en la historia de Colombia y de su literatura.
En el haber de Gérrimo cuenta su edición en tres volúmenes de los escritos de Simón Bolívar, las ediciones facsímiles de La bagatela de Antonio Nariño o El correo del Orinoco. Y la de la Elegía de los varones ilustres de Juan de Castellanos, a raíz de la cual “el director del Repertorio Boyacense me propuso que hiciera un artículo sobre mi aventura Editorial (…) La idea me pareció descabellada, ya que siempre he trabajado solo y sin esperar recompensas mayores que el reconocimiento de mi trabajo. Pero tomándolo en serio, me dije, es posible realizarla (…) y sería como encontrar momentos vividos en la alegría y en la tristeza, que representan los éxitos o los fracasos en el mundo editorial”.
Gérrimo incluyó esta confesión en su página web, en la que confiaba ir desgranando las memorias de su ardua y fecunda carrera de editor. No lo consiguió. Como tampoco logro realizar su plan de emigrar al sur de Francia, donde vive actualmente su hija Alejandra y donde pensaba poner en marcha una web dedicada al periodismo alternativo, el periodismo que insiste en informar sobre lo que los media hegemónicos se niegan tercamente a informar.
La muerte impidió que este editor apasionado y ciertamente quijotesco cumpliera sus últimos sueños. Quedan sin embargo sus múltiples publicaciones como el más duradero testigo de sus generosas empresas.