Tenía 12 años y adoraba los domingos. Ese día iba sagradamente con Don Ernesto, su papá, al Atanasio Girardot a adorar al verde de la Montaña. En esa época, comienzos de los años noventa, Colombia se dividía en dos equipos: el América de Cali del Pipa de Ávila y el Nacional de Higuita. Sin embargo el pequeño Santiago soñaba era con ser un defensa central tan duro y calidoso como su ídolo Andrés Escobar.
Don Ernesto era un paisa recio y sabio de Sonsón. En la casa a su mamá, una matrona paisa de Girardota, el tema del futbol no le gustaba demasiado así que aprovechaban las tardes de los sábados para escaparse a algunos de los viejos cafetines del centro de Medellín para hablar de táctica y de los partidos que les alegraban los corazones. Su papá era también su mejor amigo, su cómplice.
El primer problema grave que tuvo para llegar a ser un futbolista profesional fue un accidente en moto. Su papá estuvo ahí para ayudarlo sicológicamente. Lo que no te mata te hace más fuerte y en el camino hacia la gloria lo único que quedaban serían escollos y él, si pretendía llegar al profesionalismo y levantar la segunda Copa Libertadores para su equipo, debería ser duro como el acero. Se recuperó a los meses y justo cuando estaba listo para regresar a las canchas le sobrevino el golpe del cual nunca pudo recuperarse.
Una mañana de noviembre de 1991 su papá salió muy temprano de la casa familiar en el barrio Gratamira, tan temprano que no alcanzó a despedirse de él. Al mediodía supo, por una llamada telefónica, la peor de las noticias: la bala perdida de un policía para disolver una pelea terminó incrustada en su papá. Santiago nunca volvería a ser el mismo. Quedó postrado sin aliento para levantarse los sábados a las seis de la mañana a entrenar y entró en unos años oscuros de los que, como a Jaime Garzón, el personaje que interpretaría muchos años después, lo sacó solo su agudo sentido del humor.
En medio de la aburrición escolar, en plena adolescencia, un profesor se presentó al aula de clase a proponerle a los estudiantes formar parte de un grupo de teatro. Sin saber muy bien de que se trataba, Santiago levantó la mano. Su primer papel resultó ser el de payaso.
Inició la ruta a la gloria saliendo de Medellín. Tomó un carro junto a cinco amigos rumbo Bogotá, con la promesa de que estudiaría ingeniería. Pero agenda era otra. Lo tenía claro. Se matriculó en la escuela de teatro Alfonso Ortiz y con un talento a prueba de todo, logró debutar a los 23 años en la telenovela Traga maluca representando a Jacinto. Vendría una docena de papeles más hasta que el éxito le estalló con su personaje de Germán es el man. En el camino hizo de todo: fue mesero, DJ de minitecas, árbitro y planillero de partidos de Microfutbol. Todos esos malos recuerdos se fueron en el 2010 cuando confirmó su fama al encontrar en pleno Carnaval de Barranquilla en que cada esquina los vendedores ambulantes ofrecían la cresta de Germán, su personaje.
Y él sigue siendo el mismo hincha de Nacional desparpajado que caminaba como una “Nea” en su infancia desde Campo Valdés hasta Manrique. En navidad se toma sus guaros y chicharrones con sus 16 tíos y recuerda al viejo que se fue hace casi 30 años. Santiago, con su cresta, parece el hombre indicado para sacar a RCN del bache en el que lo ha postrado Caracol. El espectacular arranque de la Segunda parte de Germán es el Man así lo ha confirmado.