La medallería olímpica usualmente permite observar el estado del arte de la geopolítica del mundo. La versión de Río de Janeiro 2016 no es la excepción. La olimpiada se realiza en un país polarizado por la tensión entre dos modos de gobernar: uno basado en la defensa de lo público, la soberanía y los derechos, y la otra de defensa de lo privado y el gobierno de las élites. Su contexto es el de un país atravesado por la más grande crisis de su historia democrática, que pone al descubierto un asalto al poder por vía de la ley y la instalación en el gobierno de un grupo cuestionado y acusado de corrupción, que imputa un delito de responsabilidad a Dilma Rousseff, quien ganó la presidencia con más de cincuenta millones de votos jalonados por el Partido de los Trabajadores y que trata de ser expulsada del cargo y judicializada por menos de cincuenta votos parlamentarios. La biodiversidad, los hidrocarburos, el valor del trabajo y la riqueza extensa e inexplorada, depende del modelo que oriente el gobierno y desde ya la apuesta por abrirse camino con los los BRICS y el G-20 junto a China y Rusia, cambia de rumbo hacia el otro lado: el del capitalismo salvaje y sin escrúpulos.
Definido el escenario de los juegos, aparece la acomodación múltiple del poder que se refleja en la distribución del medallero que avanzó por parejas. En los lugares uno y dos aparecen Estados Unidos de América y Gran Bretaña. Dos potencias que marcan la historia de la acumulación y despojo capitalista, siempre juntas desde la misma promulgación de derechos del pueblo de Virginia de 1776, cuyos antecedentes de luchas por el libre comercio encontraron su clímax al final del siglo XX cuando señalaron que la historia llegaba a su fin y establecían la era neoliberal y de guerra preventiva con capacidad para expropiar, empezar o terminar invasiones y guerras, y poner de su lado al resto del mundo con la formula de que solo se puede ser amigo o enemigo, aliado a proteger o contrario a eliminar y justificar a discreción cualquier violación a principios de la guerra, la paz o los derechos.
En los lugares tres y cuatro, la medallería corresponde a China y Rusia, aliados perdedores de la guerra fría. China convertida en gran beneficiaria del neoliberalismo a pesar de la complejidad de sus estructuras de decisión política y con un inexpugnable modo de ejercer el poder que combina lo milenario y lo futurista, que mezcla partes del régimen comunista en su ejercito y poder civil con las juventudes emprendedoras encargadas de disputarse el control de los negocios donde sea. Rusia que ante la disolución de la Unión Soviética asumió el rol de país hegemónico del antiguo régimen socialista, que ha logrado asimilar en tan solo dos décadas las dinámicas del capital y mantener cierta salvaguarda de la independencia y soberanía heredada del socialismo anterior.
En este primer grupo de cuatro potencias reales, todas con armas nucleares, descansa buena parte de las decisiones que conducen la reacomodación del planeta a las reglas del capital y del mercado y de nuevas guerras de la fase posterior de la guerra fría, con mayor peso en alianzas económicas. Ni a EE.UU y China nadie puede impedirles sus mercados, ni darles consejos sobre asuntos de poder y menos aun cuestionarles la pena de muerte, que invalida una conquista de la humanidad.
Después aparecen en la medalleria Alemania y Francia, que conducen el equilibrio de la Unión Europea, cada vez mas inestable y sin capacidad para gestionar las consecuencias de las guerras que ella misma ha alentado o consentido con su silencio por fuera de sus territorios. Ambas herederas de la iluminación filosófica y de la declaración de los derechos humanos basados en la triada de Libertad, Igualdad y Fraternidad, con origen en las libertades de conciencia, culto, pensamiento.
Después están en el cuarto cuadrante de poder en la medalleria individual las combinaciones de los tres anteriores. Italia, Holanda, Japón, Australia, todas adentro o muy cerca del mismo grupo de los aliados de la segunda guerra, reconformados como G-7 (todos sus países están entre los 12 primeros en medalleria, excepción de Canadá) que gobierna el mundo y organiza el capital en calidad de gran club privado global. Por equipos el G-7 con USA y Gran Bretaña se queda con el oro, el G-20 con China y Rusia con la plata y la mezcla de los otros países ricos con el bronce. Los demás, que se extienden en el planeta al vaivén de los poderosos, reciben diplomas.
El capital y el atleta se confunden a la hora de remover obstáculos. Los dos compiten en busca de la máxima velocidad y perfección, el uno para reproducir del capital y su sistema de acumulación privado y el otro de sus movimientos. Los espectadores, permanecen en estado de contemplación y sin saberlo pagarán con su velocidad y perfección de consumo los más de 5000 millones de dólares que costó la olimpiada abierta para medio millón de turistas y para más de 5000 millones de potenciales televidentes que consumen, interiorizan mejor el individualismo y la competencia, y aportan las ganancias privadas que serán distribuidas entre siete patrocinadores oficiales, once colaboradores y los veinticinco proveedores inversionistas, entre otros que controlan con precisión cada pasión del espectador, cada gota de sudor y cada milímetro avanzado o centésima reducida que el atleta conquiste, lo convierten en ganancias para ellos, en nuevo capital privado para el inversionista global.
P.D. Mientras los atletas afro, a pesar del olvido estatal, le recuerdan al mundo con medallas que Colombia es un país diverso, multicultural y plural, la extrema derecha (política, económica, eclesiástica, social) se agrupa para poner obstáculos a la convivencia, la paz y los derechos, y renovar el oscurantismo y sus prejuicios de homofobia, xenofobia y racismo, invocando defender la misma pureza que justifica la muerte, la inquisición y el holocausto y que resulta criminal por la ansiedad obsesiva de fomentar odios y guerra.