Conozco Millennials con emociones de Centennials, pensamientos de aquellos que se clasifican como Generación X e inclinaciones de Baby Boomers. He hablado con Baby Boomers que se sienten tan jóvenes como los de la Generación X, tan conservadores como los de la Generación Silenciosa y tan ególatras como los Millenials.
Para mí no hay clasificación perfecta. Nada más atractivo y cierto en un ser humano que su capacidad de cambio para adaptarse y progresar.
No estoy en contra de los estudios ni las predicciones que se han vuelto tan comunes desde que el investigador Neil Howe acuñó el término Millenials para describir a un gran grupo poblacional en Estados Unidos que se diferenciaba de sus más cercanos ascendientes por haber sido extremadamente mimados por sus padres, el boom de la tecnología y la digitalización del mundo.
Creo que entender cada vez mejor cómo nos afecta el contexto en el que nacemos, cómo nos influye el grupo humano que nos rodea y el momento histórico que atravesamos cuando llegamos al mundo es clave para tener herramientas que nos permitan progresar y cambiar, o para aprovechar lo que nos entrega el destino todos los días para ser mejores seres humanos y servir a nuestros congéneres según nuestras habilidades.
Hasta ahí está bien.
Pero cuando estas clasificaciones nos encasillan en ciertos modelos, o cuando las usamos para justificar creencias y resistirnos al cambio, o cuando nos creemos mejores o menos buenos porque nos vemos identificados con ciertas características que pueden ser o no reales, o cuando sin conocer juzgamos a otros de acuerdo a la generación a la que pertenece, perdemos el sentido de la individualidad, el brillo de la diferencia y la importancia de la diversidad. Creamos estereotipos absurdos y sobre todo, dejamos de creer en nuestra capacidad de cambio y adaptabilidad. Perdemos algo de la esperanza innata con la que cargamos como seres humanos.
Lo veo todos los días. Millenials con ganas de descontectarse, pero atemorizados de tener que aceptárselo a sus amigos. Miembros de la Generación X haciendo lo imposible por demostrar que aún tienen habilidades importantes para el mercado laboral a pesar de que los estudios dicen que los Millenials están arrasando con los puestos de trabajo y que los empleadores se lo creen. Baby Boomers argumentando con sus pares que ellos no mimaron en exceso a sus hijos y que por el contrario, fueron demasiado laxos.
En fin. Nos creemos estas clasificaciones al punto de dejarnos envolver por nuevos estereotipos que nos inmovilizan.
O por el contrario, las usamos para inflar nuestros egos y restregarle a los demás cualidades o características que no tenemos, pero que los estudios aseguran son parte de nuestra generación.
Es mucho más fácil explicarnos el comportamiento de otros
a través de tablas de Excel, que tomarnos el trabajo de aprender
a través de la cercanía y la comunicación
Clasificar y agrupar para entender, es parte de nuestro ADN. Es mucho más fácil explicarnos el comportamiento de otros a través de tablas de Excel, que tomarnos el trabajo de aprender a través de la cercanía y la comunicación. Obviar las complejidades de carácter con explicaciones contextuales nos evita el trabajo de explorar más allá de los estudios y o lo que dicta la mercadotecnia.
Y entonces nos perdemos de la sorpresa. De las maravillas de la resiliencia de los seres humanos. De su capacidad de adaptación. Nos perdemos del efecto de las experiencias de otros y de las oportunidades que nos brinda la vida cuando nos damos el chance de crear de nosotros lo que queremos cada día.
No nos estanquemos con las clasificaciones. Seamos hoy lo que queramos ser, dándole el chance a otros de hacer lo mismo o de cambiar.