Terminada tras 50 días la reciente guerra entre Hamás e Israel, es atrevido encontrar un ganador en este enfrentamiento que dejó tantas víctimas y destrucción.
A nadie debe extrañar que los líderes de Hamás salieran de sus madrigueras a celebrar sobre las ruinas de Gaza la “Victoria”. Ya lo había hecho Nasser después de la guerra de los seis días cuando celebró la “victoria” en Tahrir, tras haber perdido el Sinaí y con su ejército aniquilado. Lo hizo Arafat en 1982, cuando fue expulsado de Beirut por el ejército de Israel, exhibiendo la V de la victoria abordo de la embarcación en la que huía a Túnez y lo hizo el líder de Hezbollah, Hassan Nassrala sobre los escombros del Dahieh, el barrio shiita de Beirut.
Hamás realmente no obtuvo nada y lo único que tiene para mostrar es la supervivencia de algunos de sus líderes mientras que su infraestructura de túneles fue destruida, más de mil militantes fueron muertos y sus fábricas de armas y arsenal quedaron sustancialmente decimados.
La esperanza para Gaza de que se levante el bloqueo, se abran los pasos fronterizos y se implante un “Plan Marshal” para su reconstrucción, yace en que Hamás y otras organizaciones se desarmen –hasta donde sea posible-, evitar que reconstruyan la infraestructura de terror y que la Autoridad Palestina, con apoyo de Europa, algunos países árabes y Egipto, retome el control de la franja y de los pasos fronterizos. De ser así esta guerra habrá dejado un resultado positivo y podría abrir las puertas a una negociación integral del conflicto palestino-israelí.
Por otro lado, Israel en esta guerra sufrió un grave deterioro en su reputación, las falencias de su gobierno quedaron expuestas y las tensiones con Estados Unidos, su principal aliado, fueron evidentes, por lo que tendrá que dar muestras reales de querer negociar una paz definitiva con el presidente de la Autoridad palestina Mahmud Abbas, comenzando por detener la construcción de asentamientos en Cisjordania que tanto daño le ha hecho a las negociaciones de paz.
De lo contrario Israel podría tener que enfrentar un panorama oscuro en el terreno diplomático internacional, hacia donde se desplaza ahora el conflicto. Las comunidades judías del mundo afectadas seriamente por lo que ocurrió en Gaza tendrían que apoyar la negociación final de un acuerdo de paz, donde ambas partes deben hacer concesiones importantes.
No hay que hacerse ilusiones que tras los sangrientos días que finalmente terminaron, la paz este cerca, pero podría abrirse una oportunidad. La realineación de fuerzas en el medio oriente que ha colocado a Israel y varios países árabes del mismo lado, la amenaza de organizaciones como el Estado Islámico, el colapso de los estados en Siria e Irak y el “cansancio” con el conflicto palestino-israelí, son un incentivo para que la comunidad internacional, aquella que desea lograr una paz negociada, haga todo lo necesario para presionar a las partes a avanzar en un proceso que eventualmente de origen al Estado de Palestina.
Sin embargo ante el fracaso de procesos de negociación anteriores, incluyendo el último impulsado por John Kerry, se haría necesario cambiar el paradigma de negociación usado hasta ahora de tratar de resolver todos los temas en un solo paquete. Ítems muy complejos cada uno en sí mismo: fronteras definitivas del Estado Palestino, Jerusalem, asentamientos, refugiados, seguridad y reconocimiento mutuo, empacados todos en narrativas contradictorias. El nuevo paradigma implicaría la construcción de la paz paso por paso hasta que se generen circunstancias adecuadas para el acuerdo final.
La reconstrucción de Gaza y el levantamiento del bloqueo a la franja podría ser el comienzo de un proceso al cual le podrían seguir otros pasos en Cisjordania. La alternativa de no acometer pasos reales en la búsqueda de la paz, es más rondas de violencia como que la que acaba de terminar.