La estrategia era bastante simple: Juan Pablo Ramírez, a la usanza coordinador político de la campaña, sería el único encargado de concertar los apoyos de los partidos tradicionales, bajo cuerda y sin fotografía, siendo una labor especialmente sensible, pues si no se hacía con la suficiente “discrecionalidad” podría empañar el mote de independiente y sin jefes políticos adoptado por Quintero. A Ramírez, tan diestro en las lides de la politiquería, le tocó asumir ese “trabajo sucio” y garantizar los apoyos entre sectores del Partido Liberal, el Partido de la U y los conservadores. Todos con una característica en común: formaban parte de la base electoral de Aníbal Gaviria en Medellín.
De esa campaña no es posible encontrar la foto de Quintero abrazando a Aníbal; en las lógicas opacas del poder, esa fotografía se tomó a puerta cerrada y sin la presencia de testigos indiscretos. Pero el apoyo siempre estuvo ahí. Aníbal nunca vio mayor peligro en la aspiración de Quintero, es más, gran parte de los equipos que lo llevaron a la alcaldía en 2011, un collage de partidos tradicionales y clientelistas profesionales, sedimentaron la aspiración de Quintero en las barriadas, fungieron como puerta de entrada de un candidato que poco conocía la ciudad, pero que se abrió un importante espacio de opinión ante la franca incapacidad de sus contrincantes.
Ahora bien, Aníbal tenía claro que no podía empañar la campaña de Quintero; solo la podía observar a cierta distancia y sin mayor interés en Twitter, no le costó respetar el libreto, pues mientras Quintero en tarima lo graduaba de “privatizador” y agente de la política tradicional, en privado sus equipos sellaban los apoyos electorales. Los políticos entienden muy bien los ánimos de las campañas, solo hay que ver cómo Rodolfo Correa, un candidato de extrema derecha, se dedicó a atacar a Gaviria durante toda la campaña, pero al final terminó integrando su gabinete como secretario de Agricultura (sin tener la más mínima experiencia en esa área). Es el clásico libreto de la pantomima del poder.
Ya con la victoria en el bolsillo, Aníbal no tardó en felicitar a Quintero y hasta afirmó que su “campaña había sido admirable e impecable”. A partir de ese momento llegarían las fotografías públicas. Creo que Aníbal pensó que podría asumir cierta tutoría política sobre Quintero, ciertamente desestimó los alcances de la pelea que el Quintero candidato venía incubando con una porción de la clase empresarial tradicionalmente cercana a sus administraciones. Al principio no se anticipaban rupturas mayores, es más, en el gabinete de Quintero aterrizaron antiguos aliados de Gaviria, como el exrepresentante Óscar Hurtado, Martha Cecilia Castrillón y Carlos Mario Montoya. El florero de Llorente no tardaría en llegar.
A dos años de escenificar ese libreto, la desavenencia entre Gaviria y Quintero se concentra en el manejo que el último le ha dado a la contingencia en Hidroituango. Un tema que se ha convertido en el eje transversal para comprender las líneas de ruptura y continuidad de la Medellín Futuro. En reciente entrevista con El Colombiano (periódico que viene asumiendo una línea más dura y exhaustiva contra Quintero), el gobernador afirmó que tiene serias diferencias con el alcalde; inclusive, sentenció que en “Hidroituango no hubo corrupción” y fue más allá al asegurar que los mencionados en el reciente fallo de responsabilidad fiscal de la Contraloría “van a demostrar su inocencia”.
Es un distanciamiento de forma y de fondo. De forma porque Aníbal no valida el estilo confrontacional y retador de Quintero. Solo hay que ver cómo desde su cuenta en Twitter el alcalde sigue contando los días desde que la Controlaría profirió el fallo para exigirle a Fajardo y a los demás reseñados que paguen. Bien sabe el alcalde (sin subestimar sus cualidades intelectuales) que existe un derecho fundamental que se llama debido proceso y que ese fallo se profirió en primera instancia. Así, Quintero solo ha sacado su vena revanchista ante la animadversión que le genera Fajardo.
De fondo, Gaviria hace un énfasis selectivo en la responsabilidad de las compañías de seguros (que afirma han venido pagando) y en la importancia de “sacar la obra adelante”.
Atrás quedaron los días de encuentros discretos y apoyos soterrados, pues frente a un gobernador intermitente, un alcalde embriagado por el poder hace alarde de su independencia, o tal vez no es así y solo están escenificando una nueva puesta en escena, la ambivalente interpretación de un libreto prefabricado. Ya lo hicieron en campaña. ¿Por qué no creer que lo están haciendo de nuevo?