En su autobiografía política y sentimental Una vida, muchas vidas, Petro construye un perfil bastante particular de César Gaviria. Por un lado, el expresidente es retratado como un oportunista que aprovechó el ambiente preconstituyente para montarse al tren reformista e introducir el neoliberalismo en el ordenamiento constitucional —un acelerador de la contrarreforma—; y, por el otro, se describe su habilidad para comprender el momento político.
De ahí que mientras Petro lo invitó insistentemente a sumarse al Pacto Histórico como una especie de acto de “contrición” para superar su legado neoliberal comprendiendo las rupturas del momento histórico, Fico, sin adentrarse en los contornos de su lugar en la historia, solo haya apelado en cuidar “su legado”.
Al final, a Gaviria le ganó su perspectiva personal, porque a pesar de ser consciente de las innumerables debilidades discursivas de Fico o de su naturaleza continuista, sabe que su legado se encuentra anclado a la narrativa uribista; además, tiene claro que el futuro político de su hijo —Simoncito— se encuentra en la derecha (y el sueño de Gaviria es ver a Simoncito portando la banda presidencial).
Por eso, no tiene mucho sentido su exagerada despachada contra Francia cuando lo tildó de neoliberal. Su adhesión al uribismo encarnado por Fico confirma que ya era una decisión tomada y que solo utilizó a Francia como un pretexto.
La postura de Gaviria también responde a la preeminencia en las toldas rojas de un sector cercano al uribismo. Solo cito dos ejemplos, los senadores Mauricio Gómez Amín y Miguel Ángel Pinto; Amín, aliado del clan Char y defensor de Duque; y Pinto, un liberal casi tan conservador como el extinto Gerlein.
Son perfiles que nunca respaldarían el programa de Petro, poco importa si el líder de la Colombia Humana apela a López Pumarejo o las gestas de Gaitán; para nada, esos liberales de corte más progresista que sí se sienten restituidos en el discurso de Petro hace rato aterrizaron en el Pacto —desde 2018—, pero la línea gavirista-uribista es la esencia de la caricatura esbozada por Gabo cuando afirmó que la única diferencia entre liberales y conservadores —uribistas en este caso— se reducía a que los unos iban a misa de seis y otros a misa de ocho.
Como si se tratase de un déjà vu, el Partido Liberal se vuelve a alinear con el uribismo y así defiende su antigua adhesión a Duque. Pero no será una adhesión como la vivida en 2018, cuando el grueso de la bancada liberal se tomó la foto con el candidato de Uribe, demostrando que la campaña de De la Calle siempre fue un chiste, al parecer, en esta ocasión las cargas están más repartidas y muchos congresistas liberales no están dispuestos a tragarse el sapo del candidato de Duque.
En contravía, en las toldas del Pacto Histórico muchos respiran tranquilos porque no se tendrán que tragar, por el momento, al expresidente. Gaviria se acuarteló en el neoliberalismo y no le aceptó la invitación a Petro para repensar su legado. Un legado que pasa por la privatización de los derechos fundamentales; la ley 100; el atraso del campesinado y un neoliberalismo depredador. Todo lo que el Pacto Histórico propone cambiar.
Ahora bien, Gaviria no es la esencia del Partido Liberal y tampoco tiene una ascendencia estructural sobre la totalidad de las bases. Así que resulta ingenuo pretender que su eventual adhesión a Fico automáticamente le sumará al candidato del uribismo los dos millones de votos que alcanzó la lista liberal al Senado, seguramente será un factor que podrá dinamizar esa campaña —en riesgo estancamiento—, pero en una elección presidencial el factor opinión es trascendental y buena parte de las bases liberales, desconectadas de las maquinarias de los congresistas, se sienten más identificadas, desde lo ideológico y programático, con el Pacto Histórico.
Sin duda, muchos liberales no se ven representados en el expresidente que Petro retrata críticamente en su autobiografía o en los liberales de cuño tradicional que asisten a misa después de los conservadores.