Si tenemos en cuenta que un semestre en una universidad promedio de Colombia está rondando los seis millones de pesos, y que una sola materia del posgrado que hago becado vale cinco, yo puedo decir que con la misma plata que vale la educación superior en el país pasé un mes entre India y Nepal. Sumando pasajes, hostales, comida y transportes habrá sido algo así entre cinco millones y cinco millones quinientos mil pesos los que me costó haber vivido esa experiencia, que al menos a mí, me enriqueció más que un semestre en cualquier universidad del mundo.
No le estoy diciendo a nadie que deje de estudiar por irse a recorrer el mundo. Esto es más bien una invitación a conocerse uno mismo y saber cuáles son sus necesidades para así satisfacerlas. De hecho, creo que hay gente a la que le sirve más estudiar que viajar. Pero en mi caso, hasta el 2017, eran 27 años entre colegio y universidades sin haber salido del país una sola vez. En un mundo donde el emprendimiento invade la mentalidad colectiva, y donde la gente ya no quiere estar marcando tarjeta en oficinas, los títulos universitarios cada vez valen menos. Las habilidades y capacidades individuales están cobrando mayor relevancia. Por lo tanto, el estudio debe ser una decisión motivada por la misma razón que los viajes; por el placer de hacerlo y por pasión.
Los viajes y el estudio tienen muchas cosas en común. De entrada, ambos están sobrevalorados y muchas veces se eligen por razones equivocadas.
Por ejemplo, pienso que los viajes no hacen mejor persona a nadie porque hay más de una rata humana que conoce el mundo entero. Sin ir muy lejos, en el Congreso podemos encontrar varios ejemplos. Si viajar abriera la mente y transformara a la gente como dicen que lo hace, entonces no pasarían ni la mitad de las cosas que ahí pasan casi que a diario. De hecho, ahí pareciera que ocurre todo lo contrario porque en muchos casos viajan con dineros públicos. Lo hacen en clase ejecutiva, de una manera en que la mayoría de quienes realmente están pagando esos viajes, no podrían hacerlo.
Sin embargo, a pesar de que los viajes en sí mismos no hacen mejor persona a nadie, he comprobado que sirven para tener un mejor conocimiento de la condición humana, y en ese sentido hay más elementos para decidir qué tipo de persona quiero ser en la vida, como también los hay para ejercer de una mejor manera cualquier profesión.
El aprendizaje surge al salirse de la zona de confort, lo cual es algo que no necesariamente va de la mano con viajar. Por ejemplo, no es mucho lo que aporte al crecimiento personal de nadie un paquete turístico todo incluido de una semana en Dubái o Paris. De igual manera, hay muchas formas de salirse de la zona de confort sin viajar y hay gente a la que hasta un libro o un curso de cocina le funciona mejor.
El mejor viaje es el que se escoge como la ropa o la comida. Es decir, teniendo en cuenta las características de cada individuo porque lo que le gusta a uno, a otro le parece horrible. En mi caso, escogí uno que no es para todo el mundo; es decir, uno barato. No hubo ninguna agencia de por medio, todo lo organicé yo, dormí en hostales y lo más caro que pagué por una noche fueron 28mil pesos, no cogí un solo taxi, dormí en trenes y hasta pisos de aeropuertos, llevé una sola maleta, me unté de polvo y pueblo, y lo más importante: me fui solo. En lo único que no ahorré fue en la comida. Me gusta comer bien, y aunque lo hiciera, de todos modos salía barato comparándolo con los precios de Colombia. Nepal e India son de los países más baratos del mundo.
Volví a Colombia el 31 de diciembre. Al momento de escribir esto todavía estoy procesando el viaje. Lo hago todo el tiempo. Es como si la experiencia estuviera conmigo en cada minuto desde que volví. Pienso en eso cada vez que salgo a la calle, cada vez que me como algo o hasta cada vez que me visto.