El próximo martes Hernán Peláez se retira como director de La Luciérnaga. Pocos, por no decir que ningún otro, ha logrado confluir en su manera de entender el oficio toda una serie de cualidades y genialidades que le han hecho inolvidable para varias generaciones de colombianos.
Locutor y comentarista deportivo, se dio el lujo de demostrar que no hay que gritar, ni apasionarse, ni mucho menos prolongar las vocales, para poder hacerle entender al oyente lo que pasa en una cancha de fútbol.
Poseedor de un manejo de voz en donde fluye con suavidad desde el apunte sarcástico hasta la seriedad apabullante del comentario a lo que no le gusta, Peláez mostró con garra su generosidad ilímite y su don de maestro.
Pasando la pelota como diría su carnal Iván Mejía, quienes tuvimos el privilegio de trabajar con él siempre conseguimos espacio para actuar, libertad para pensar y respeto en nuestras ideas. Se va de La Luciérnaga sin que sepamos de verdad cuál es la causa, puesto que es muy diciente que se quede haciendo El Pulso, su programa deportivo de la una de la tarde. Y preferimos no sospechar la verdadera razón para no irnos a sentir culpables.
Su programa debería sobrevivir. Ha hecho un equipo que donde sea conducido con esa grandeza de espíritu que demostró Peláez puede seguir dando batalla por años. Si no es posible que ello sea así y nos desintegremos, a todos los que hemos aprendido de este hombre excepcional no nos quedará más remedio que admitir lo que muchos ya dan por descontado: que Peláez es único e irremplazable.
*Tomado de diario ADN