García Márquez está enfermo.
García Márquez está en el hospital.
Afuera del hospital los periodistas esperan.
El nombre en metal sobre la fachada ahora es un nombre de tinta sobre el papel: Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán: tantos periódicos en idiomas distintos mencionan cada día el lugar en el que pasa los días y las noches García Márquez.
García Márquez está enfermo.
Los médicos velan por recuperarlo pronto.
A sus 87 años decir infección también es decir peligro.
La vida pública de García Márquez sucede en la puerta de su casa cada 6 de marzo cuando sale brevemente a saludar —finamente vestido para la ocasión— y dar de comer a las cámaras que esperan para saludarlo. García Márquez agradece con un gesto afectuoso el amor genuino que tantos sienten por él. Saluda desde la nube de la enfermedad del olvido que le cubre como si nos recordara a todos.
Conviene recordar (sin comas ni punto aparte) los motivos por lo que aunque el cuerpo enferme sus letras gozan de perfecta salud: La Hojarasca El coronel no tiene quien le escriba La mala hora Los funerales de la Mamá Grande Cien años de soledad Isabel viendo llover en Macondo Relato de un náufrago La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada Ojos de perro azul El negro que hizo esperar a los ángeles Cuando era feliz e indocumentado Chile, el golpe y los gringos El otoño del patriarca Operación Carlota Periodismo militante De viaje por los países socialistas La tigra Crónica de una muerte anunciada Obra periodística El verano feliz de la señora Forbes El rastro de tu sangre en la nieve Viva Sandino El amor en los tiempos del cólera La aventura de Miguel Littín, clandestino en Chile Diatriba de amor contra un hombre sentado: monólogo en un acto El general en su laberinto Doce cuentos peregrinos Del amor y otros demonios Me alquilo para soñar Noticia de un secuestro Por un país al alcance de los niños Vivir para contarla Memoria de mis putas tristes Yo no vengo a decir un discurso…
La historia del país entró en la biografía de García Márquez así como García Márquez entró en la biografía del país: fue el 9 de abril de 1948 el motivo por el que el aprendiz de abogado abandonó Bogotá para desembocar en un río de letras en la costa caribe y publicar su primer artículo en El Universal el 21 de mayo de 1948.
Si de algún político se ha dicho que “le cabe el país en la cabeza”, de García Márquez habrá que decir que le cabe el país en el corazón. Y en sus latidos he vibrado yo.
Se hizo más colombiano mientras más lejos estuvo. Sin México, sin París, sin Europa recorrida, sin su estancia neoyorquina… su forma de ser y decir no sería tan latinoamericana y tricolor como es. Érase una vez un hombre que también era una bandera de un país. Yo fui el niño que aprendió en 1982 que una guayabera, un liquilique, son formas calladas y profundas de decir: de aquí vengo yo.
Fue el 18 de febrero de 1954 cuando publicó en El Espectador La reina sola y esa palabra se convirtió en el tema que recorre sus letras que no solo están en el obvio título de Cien años de soledad sino en la forma en que tantos personajes suyos miran el precipicio que llevan adentro, ese abismo que somos nosotros mismos. Y anticipa, como suele suceder con los adelantados, el gran mal de este siglo nuevo en que mientras más conectados resulta que estamos más solos al final de la noche.
Bendita sea la divina trinidad de Faulkner, Camus y Hemmigway que lo arropó en lecturas. Bienaventurados sus hijos que no beben del apellido de su padre porque han buscado como él hacerse su propio destino. Divina es Mercedes que le sostuvo el brazo y el bolsillo para que pudiera terminar la memoria de Aureliano Buendía y enviar los folios manuscritos a la argentina editorial Suramericana.
Después fue el aplauso.
Después fue la gloria.
Después la enfermedad.
Su obra es la suma de su pasión: periodismo y cine.
No podrías entenderlo de otra forma.
García Márquez está enfermo.
Tal vez esté lejano el día de su ausencia definitiva. O tal vez no.
Eso incluso poco importa porque hace décadas respira entre nosotros un hombre que no muere jamás. Sus letras ya le han dado la inmortalidad.
Yo no voy a esperar a que García Márquez muera para decirle —aunque no me escuche— que lo quiero tanto.