Con ocasión de la muerte de Luis Alfredo Garavito, republicamos esta entrevista con el periodista Rafael Poveda, quien se reunió con uno de los violadores de niños más despiadado de la historia.
El periodista Rafael Poveda recuerda perfectamente el día. Era diciembre del 2019, estaba frente al Fontaine Blue de Miami, sede de una feria de negocios para la televisión, buscando recursos para su productora, Testigo Directo, cuando lo llamó Kevin Pinzón, un muchacho de 18 años que arrancó a hacer prácticas en su programa. Le tenía una exclusiva: había convencido a Luis Alfredo Garavito de que les dieran una entrevista en su celda en la terrorífica cárcel de la Tramacúa en Valledupar. Garavito recibe al día cientos de solicitudes para reportajes y entrevistas. Nadie tan joven como Kevin lo había solicitado. El asesino se interesó.
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Lejos de celebrar la primicia Poveda se preocupó. Él era un padre de un niño de diez años, la edad que tenían la mayoría de los 192 niños que el monstruo nacido en Génova Quindío había violado y asesinado. Reprimiendo la náusea regresó a Colombia. La cita era en febrero del 2020. Fue con Kevin, por supuesto. Llegaron al penal a las ocho de la mañana. Pasaron el detector de metales y dos puertas de hierro. Descendían al infierno. De una celda un hombre reconoció al periodista
-Hombre Poveda, te saluda Yolmer, soy de la Oficina de Envigado.
Rafael devolvió el saludo. Durante una década fue el presentador estrella de Noticias Caracol. Su rostro es uno de los más conocidos del país. Entraron al pabellón de máxima seguridad. La última imagen que tenía del asesino, hinchado de tanta inmovilidad en los quince metros cuadrados en los que vive. Ahora lo veía seco como un chamizo, con un ojo apagado. Las señoras que hacen aseo a la celda le comentarían después
-Yo creo que tiene un pacto con el diablo. Lleva un tiempo desahuciado por la leucemia, hay noches que llora del dolor, pero después se levanta como nuevo. Eso no es normal ¿O sí?
Garavito los esperaba en lo que es una especie de sala que antecede al lugar donde duerme. Está asilado de cualquier otra celda. Hace veinte años, cuando entró, la Tramacúa vivió uno de los momentos más inquietantes de su historia: un coro que gritaba ¡Hijueputa! ¡Hijueputa! Acompañó la llegada del violador. Lo odiaron.
-Incluso me tiraron mierda, orines. Me iban a linchar.
Los intentos de matarlo se cuentan por docenas. Incluso, una vez, cavaron un hueco en el piso los presos para llegar hasta su cama y acuchillarlo. El odio se ha atenuado pero es mejor no tentar a nadie. Garavito no tiene vecinos así comparta pasillo con otro preso también detestado en el penal: Rafael Uribe Noguera.
-Si tienen hambre ahí está el desayuno- Les dijo. Había, sobre una mesa, café y un ponqué Ramo.
Rafael y Kevin se disculparon diciendo que habían desayunado copiosamente. Inmutable, Garavito procedió a tomar un sorbo de café y a abrir el Ramo. A Poveda lo conocía, lo respetaba. Cada rato hacia comentarios sobre su labor como periodista. Pero todo el centro de atención se lo llevaba Kevin. No le quitaba los ojos encima, bueno, el único ojo que la enfermedad le deja abrir. En todo momento Luis Fernando, a sus 67 años, quiere dejar en claro que ha cambiado, que Cristo ha sabido curar al monstruo que lo habitaba. Se la pasa con una Biblia todo el día, recita salmos enteros. Siempre en sandalias, siempre con su mirada penetrante donde su único ojo verde funciona como un aparato de rayos x: te cala hasta los huesos. Ya entrados en calor, Garavito va ganando confianza y da detalles. Cuenta.
A los cinco años un boticario, amigo de su papá, lo violó. Cada vez que desde su casa lo mandaban a la botica por un remedio el niño recibía su castigo. El hombre, cuando lo consumaba, tenía el rito de quemarle los genitales con un cigarrillo. Se fue de la casa a los once años, poco después de terminar quinto primaria. Empezaría un vagabundeo en donde se mantenía a punta de vender estampitas del Sagrado Corazón de Jesús y la Virgen del Carmen. Así recorrió todo el país. Vivía con dos mujeres, una de ellas tenía dos niños de 7 y 10 años. Garavito nunca les levantó la mano, Garavito nunca los agredió. Si Garavito no se tomaba una gota de licor podría pasar por un padrastro amigable. El Mister Hyde salía cuando abría la botella.
Entre 1992 y 1998 Garavito se disfrazó de cura, conferencista, cuidador de ancianos, mendigo, heladero y motivador profesional. Poveda quedó asombrado de su capacidad oratoria. Con razón, en la década del 80, se ganó la vida siendo culebrero en el parque Santander de Bogotá. En 36 municipios colombianos mató a niños siguiendo el mismo parámetro; patearles el estómago, la cara, a pisotones les demolía las manos. Les trituraba las costillas dándole saltos encima. Todos los niños resultaron mutilados. Después los enterraba en descampados y le pedía a lucifer que ningún gallinazo chismoso bajara a husmear el terreno. Ni siquiera ellos lo delataron.
Garavito intenta mantenerse imperturbable pero, a veces, cuando cuenta sus verdades pareciera que contara la vida de un personaje que no es él, que jamás existió. Al principio violaba a los niños pero, en 1995, en Buga, mató al primero. Lo asfixió para que no hablara. Desde entonces se le hizo fácil. Un año después, si los funcionarios de este país cumplieran su trabajo, lo hubieran detenido y como le dijo a Poveda
-Nos hubiéramos ahorra 150 niños muertos
En las goteras de Tunja Garavito llegó disfrazado de pordiosero. Siempre tenía el mismo método, llegar a una tienda, pedir media de aguardiente e ir identificando niños. Las tiendas tenían que quedar cerca a descampados, a lugares boscosos. Vio a un grupito de colegiales en bicicleta. Escogió a uno, se lo llevó al monte diciendo que le iba a mostrar un venadito. Los convencía fácil, era su trabajo. Al niño lo destruyó a dentelladas después de violarlo. Lo acuchilló hasta dejar sólo hilachas de piel. Lo mató con rabia. Regresó solo del monte. Lo que no sabía es que la tía del niño lo había visto con él. Lo siguió al hotel de mala muerte donde se estaba quedando. Llevó policía y un fiscal. Garavito, adoptando su papel, los convenció de que era un pordiosero. Lo dejaron ir. A pesar de la angustia, el llanto de su tía.
-Mire, si hubieran subido a la habitación encontrarían, debajo de la cama, el cuchillo ensangrentado con el que lo maté.
Poveda, esa noche, después de estar cinco horas con él, regresó al hotel a llorar. Pensó en renunciar pero sabía que entre manos tenía un perturbador tesoro periodístico. Cuando iban a empezar un documental arrancó la pandemia en abril del 2020. Creían que, por sus condiciones de salud, el Monstruo no sobreviviría. Pero si, tiene cruce con el diablo y un año después pudieron entrar a la Tramacúa todo un equipo de cámaras y sonidistas para hacer un documental. Estaba más fuerte que un año atrás.
Fueron extenuantes las jornadas escuchando como se confesaba como un depredador, se le paraban los pelos a Poveda al soportar el recuerdo de una tarde en la Tebaida, Quindío, cuando, en medio de una manifestación política escogió a una mamá que tenía en una mano a un niño y en la otra a una niña. Garavito se hizo atrás de ellos y empezó a hacerle carantoñas al niño. Este empezó a reírse hasta que se soltó de la mano de su mamá y ella nunca más lo volvió a ver.
Sin embargo, el momento más escalofriante de la entrevista no había llegado. Cuando el periodista le preguntó cómo encarnaba los papeles con los que sorprendía a sus víctimas se levantó e hizo el que más le funcionaba, el de lisiado. Entonces dormía sus manos, arrastraba sus pies, se le torcía la cara. No era una simple imitación, era una encarnación, un actor de método, un aprendiz de Robert de Niro.
Esas veinte horas de entrevista han servido para tener un mapa de los lugares donde decenas de niños permanecen sepultados y no han sido encontrados. Gracias a esa investigación pudieron descubrir el cuerpo de un niño de ocho años, desaparecido en 1999, enterrado en una arenera. Su mamá pudo descansar. Ahora ya sabe que no vendrá ninguna navidad. Descansó pero se le acabó la fe.
Poveda no le cree nada a Garavito. Nunca podrá traicionar su instinto. En una de las últimas conversaciones, antes de grabar, el periodista le preguntó si sabía que tenía admiradores. Un extraño brillo le iluminó su único ojo verde:
-Si, tengo miles, tengo una que me escribe desde Carolina del Norte. Me adora, quiere ser como yo.
Cuando encendió la cámara Poveda le hizo la misma pregunta y, asumiendo el papel de monstruo arrepentido, dijo para su público
-Si, es horrible que puedan admirar a un monstruo como yo.