Hay una reflexión profunda que hacer como país respecto al incidente que le ocurrió a un ciudadano colombiano cuando la esposa del senador de Luis Alfredo Ramos lo confundió con un guerrillero y colgó su foto a twitter, acompañada de un mensaje que decía: “No quise montarme en el mismo avión en el que iba un guerrillero de las farc, @Avianca me dice que es discriminación, no me dejaron ni bajar”
(Para mayor contextualización leer: El hombre al que señalaron de guerrillero en un avión y se enteró al ser tendencia en Twitter)
En mi opinión, muchos ciudadanos colombianos parecen exigir una paz que no están dispuestos a construir, y ello se refleja en el peligroso discurso de segregación social que se hizo evidente con la publicación mencionada, que fue retuiteada no solo por personajes pertenecientes al uribismo sino por muchas personas que le siguen. Esta situación tiene un significado mayor en lo que sería la reincorporación de las FARC y en el futuro del país que hemos de empezar construir desde ahora.
Los ciudadanos colombianos que siguen el uribismo en su mayoría se declaran en favor de la paz, pero no de este proceso de paz. Sostengo que lo hacen porque en serio nos cuesta demasiado pensar a largo plazo: no se logra entender que pensar en que no haya más violencia en el futuro requiere concesiones en nuestro concepto de justicia tradicional (el cual, por cierto, ha demostrado ser incompetente y vengativo más que constructivo y/o efectivo), ni que el perdón es necesario para que no sigamos teniendo una guerra infértil, ni que los derechos sociales necesitan dejar de ser una promesa incumplida, y esta es una gran oportunidad para conseguirlo que requiere ser construida por todos, paso a paso.
Lograrlo pasa por comprender que el acuerdo de paz de la Habana se realizó entre dos perdedores, —y toda la sociedad colombiana como la mayor perdedora— no entre un ganador y un perdedor (si ubicamos militarmente al Gobierno en posición de ganador). También pasa por entender que la vida de muchos seres humanos dependerá de que tengamos la madurez de escuchar al otro: si las FARC tienen un espacio en la política de este país y usted está en desacuerdo con sus ideales, pues usted tiene todo el derecho de no votar por ellos, es una cuestión de proyección hacia el futuro, de respeto y de reconocimiento del otro el aceptar que se reincorporen a la vida civil y que participen en política. Cuestión del mismo respeto que ha hecho posible la violencia en nuestro país.
Y es que Segura y Mechoulan[1] tienen razón al afirmar que no hemos logrado convencer a la mayoría del país de que este acuerdo de paz era suficientemente importante como para abandonar el desencanto por la política o que el acuerdo ciertamente marcaría el inicio de tiempos mejores. Pero, como jóvenes, no deja de ser una tarea complicada resignificar a favor de la tramitación pacífica de las diferencias los repertorios emocionales que marcaron la memoria y las representaciones sociales de los colombianos de mayor edad, quienes vivieron épocas de caótica violencia. Pues, aunque creo que actos de perdón como los que se llevaron a cabo entre víctimas y victimarios durante la visita del papa Francisco a Villavicencio pueden ayudarnos como sociedad, nos encontramos con la dificultad de que frecuentemente se nos está reconectando emocionalmente con discursos de odio, por lo que no logramos ser pacíficos en la práctica.
Es desolador encontrarse con lo bien que sabe utilizar nuestras decepciones el Centro Democrático: aprovechándose de nuestra dignidad dolida, nuestra poca capacidad para imaginarnos el país que queremos, para creer en el cambio y para construirlo nosotros mismos; nos dice lo que queremos pasional y momentáneamente oír, canaliza todos esos repertorios emocionales dejados por la violencia y los solidifica en un discurso de odio y discriminación que nos hace terminar defendiendo —en nombre de la justicia y con una memoria selectiva que sataniza lo diferente y/o se conforma con “lo menos peor” en política—. Una democracia real no es posible de ese modo, así nunca vamos a tener un país mejor.
Quiero expresar que no puedo compartir una posición en la que exigimos un país mejor pero no vemos que nos estamos encaminando a ser parte del problema cuando permitimos y alimentamos discursos de odio y discriminación como es el de #SanciónSocialALasFARC y “no me subo a un avión porque va un guerrillero y me creo con la superioridad moral para juzgar sin conocer la realidad del otro”, discursos que invitan a la segregación, promoviendo el odio y la no reconciliación, es una posición que para mí es imperativo denunciar. Quiero expresar que las afirmaciones de la esposa de Luis Alfredo Ramos, senador uribista, y el apoyo de este y del Centro Democrático a las mismas tienen toda esta reflexión de fondo sobre lo que estamos construyendo para el futuro, sí hubiese sido un guerrillero real, tampoco tendría justificación.
Quiero decir que si rechazan este acuerdo por no ser perfecto, mágico y celestial pero no están de acuerdo con reconocer a los guerrilleros como los seres humanos que son –que no sólo han sido victimarios sino también víctimas en esta historia— entonces no solo no vamos a no poder terminar el mayor conflicto del país porque en 2018 no nos importa la implementación, sino que vamos a seguir generando segregaciones que causen nuevas violencias.
Es demasiado preocupante ver que al parecer aquí muchos no están dispuestos a “dar el primer paso”, ni en cosas tan sencillas como que, como sociedad, demostremos no desear que con las FARC suceda lo mismo que con la UP.
Las FARC han demostrado voluntad de paz (solo un ejemplo de ello es que después de la baja de Alfonso Cano en medio de las negociaciones, no se levantaron de la mesa ni cambiaron en absoluto su posición) y han reconocido que el fin de la lucha armada es un paso necesario hacia la resolución de muchas injusticias que son las causas profundas del conflicto, pero con nuestra falta de reflexión como sociedad al alimentar este tipo de discursos promovidos por el uribismo no estamos demostrando en absoluto voluntad de paz, ni de la que se firmó en el acuerdo ni de ninguna otra posible.
[1] Renata Segura y Delphine Mechoulan, “Made in La Habana: Cómo Colombia y las FARC decidieron terminar la guerra”, Nueva York: International Peace Institute, febrero de 2017. [Disponible en línea]https://www.ipinst.org/wp-content/uploads/2017/02/IPI-Rpt-Made-in-HavanaSpan.pdf pp 34