En Chile, la izquierda más radical conocida desde Allende logró el sorpasso. Impulsada por un calculado plan de agitación violenta de las calles y con las facilidades que le dejó la desacertada estrategia del candidato de la derecha en el camino a la segunda vuelta, el marxista Gabriel Boric fue elegido con una incuestionable ventaja de votación. ¿Quién es Boric? Un joven de 35 años, líder estudiantil de la Universidad de Chile, que, no terminó su carrera universitaria, fue elegido diputado por la región de Magallanes, y se convirtió en uno de los más visibles protagonistas de las violentas “revueltas sociales” padecidas en Chile durante el año 2019, que dejó 22 muertos y más de 2.200 heridos, desencadenando, además, la destrucción de 300.000 empleos y pérdidas por más de USD 4.000 millones en daños a bienes públicos, saqueos, violencia, destrucción del Metro y bloqueos a empresas.
Hasta hace poco, hablar de Chile era referirse a una de las naciones más sólidas y dinámicas, con crecimiento sostenido por encima del 5 % y una vibrante economía de libre mercado que acogía con amplitud inversión extranjera directa, un país estable en términos políticos y democráticos desde la transición, respetuoso de los derechos humanos, capaz de haber construido y sostener un Estado fuerte y unitario. En Colombia muchos mirábamos con desazón la probable incidencia del discurrir del estallido político y social chileno en sus elecciones presidenciales. La razón es simple. Acá vivimos en el 2019 un proceso de insurrección calcado del chileno, que nos dejó llenos de miedo e incertidumbre. Dicho lo anterior, conviene sacar conclusiones del, probablemente muy costoso, experimento que viene acontenciendo en el país austral.
Imposible desligar el proceso de insurrección ocurrido en Chile de los planes del Foro de Sao Paulo (2019) y de aquel video que se dio a conocer en el marco de dicho Foro, en el que Nicolás Maduro decía: “estamos cumpliendo el plan, el plan va como lo hicimos, ustedes me entienden, el plan va en pleno desarrollo, victorioso”. ¿Cuál era el plan? Evidentemente, crear un clima de violencia en las calles, una guerra contra las autoridades de policía, imponer una narrativa antisistema, revivir el pasado de la dictadura para ponerle el rostro de Piñera (a la derecha), alzarse en contra del modelo económico, desconociendo sus éxitos, exacerbar las causas feministas, dividir a la sociedad con el discurso del odio y del adanismo. En siíntesis, Una toma calculadamente planeada, desbordada y rabiosamente hostil del poder, desde la destrucción y la anarquía.
Tan violento y profundo desde el punto de vista ideológico fue el proceso insurreccional chileno que, rápidamente se dio lo que denominan los constitucionalistas como el “momento constituyente”, forzando no solo la convocatoria sino la conformación de mayorías de izquierda en la propia convención constituyente. Y cuando todo estaba claramente desbordado y bajo el control de los radicales, en el camino de las elecciones a la presidencia, se dio la disruptiva remontada en las encuestas del candidato de la derecha más conservadora, José Antonio Kast, quien logró lo que candidatos más moderados no se propusieron: crear un clima casi que contrarrevolucionario, una especie de histeria anticomunista, desnudando la realidad de los peligros que representan las propuestas de Boric y el partido comunista, y así logró pasar en primer lugar a la segunda vuelta.
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Muchos se preguntan por qué perdió Kast las elecciones, si normalmente quien es puntero pasando a segunda vuelta, gana. La respuesta se encuentra en la estrategia. Kast cometió errores de peso
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Ante semejante esfuerzo que parecía inalcanzable, muchos se preguntan por qué perdió Kast las elecciones, si normalmente quien es puntero pasando a segunda vuelta, gana. La respuesta se encuentra en la estrategia. Kast cometió errores de peso. Dejó de debatir y se concentró en infundir temor. Entró en ataques personales. No supo moderarse una vez posicionado en el primer lugar. Hizo un programa, una campaña y un equipo que no tenía como perspectiva ser competitivos hacia una segunda vuelta. No entendió que debía ser vertical a la hora de rechazar de tajo lo que significó la dictadura de Pinochet. Se identificó con Bolsonaro y Trump en varias de las entrevistas. En cuanto al programa, este incluía posturas retrógradas, algunas tendientes a desmontar lo que para las mujeres chilenas eran conquistas irrenunciables, otras que mostraban un desdén hacia los derechos y libertades, y en especial frente a grupos LGBI. Ninguna de las temáticas de sus banderas tenía posibilidad de crecer de cara a concertaciones con otros sectores en búsqueda de apoyos que robustecieran sus posibilidades electorales en el escenario de segunda vuelta, que requería crecer y aumentar el caudal.
En cambio, Boric rápidamente moderó su discurso, desdijo lo que dijo, cambió su programa, bajo el tono, explotó los errores del rival, encontró en los lideres de la constituyente un abrigo, logró que Bachelet se olvidara de que él era uno de sus férreos contradictores y rompiera el protocolo agitando banderas femeninas, y así de fácil le resulto etiquetar a Kast con el fascismo y machismo, con lo cual consiguió cerrar filas frente a lo que estratégicamente hicieron ver que sería el regreso de Pinochet. En cuestión de dos semanas se dio el búmeran. Todo con ayuda de las redes, propaganda falsa, los errores de Kast y el empeño de periodistas influyentes afines al proyecto de izquierda.
Mirarnos en ese espejo es una obligación. En realidad, la estrategia para derrotar a Petro -si acaso la hay- no está bien encaminada. La narrativa que viene imponiéndose desde hace rato: Uribe es el mal y se quiere un cambio, no importa a qué costo, no ha tenido una respuesta convincente. Petro ha lanzado propuestas seriamente inconvenientes y descabelladas, atentatorias contra nuestro modelo económico, y no ha habido lucidez para interpelarlo y desnudar la inconsistencia de sus propuestas, su discurso de odio cada día tiene mas adeptos y no hay un líder que se disponga y consiga enfrentarlo con conocimiento y firmeza, sin necesidad de acudir a posturas extremas. Estamos atrapados en una maraña de egos y en la pequeñez política de perseverar en el protagonismo obsoleto de los logros del pasado, sin entender la eficaz ductilidad y gran capacidad de mimetismo de quien encarna en Colombia el plan que Maduro anunciara altanero desde su torpeza comunicacional.
Colombia resistió sola en la primera década del siglo cuando casi toda Sudamérica era dirigida por líderes de extrema izquierda. Éramos la excepción y nuestra democracia sobrevivió. Quizá el largo castigo armado de la violenta guerrilla marxista, mantuvo alto nuestro instinto de conservación, y preservó nuestra democracia de la demagogia izquierdista que nos rodeaba. También, hay que decirlo, ese clima emocional que se exacerbó con los abusos del Caguán, facilitó el surgimiento del timonel firme que ha sido Uribe, quien por dos décadas mantuvo a raya la oleada, al tremendo costo de volverse blanco de todas las infamias hasta diezmarlo politicamente.
En Chile gobernará un marxista, y surge una pregunta obligada: Cuando el liderazgo de Uribe palidece bajo el martillo de un plan politico que se ejecuta desde lo judicial, y no aparece una presencia politica con calado, que le remplace en la tarea de descoser el disfraz del totalitarismo seudodemocrático que nos amenaza, la pregunta forzoza es, ¿podremos derrotar aquí, el bien articulado plan del Foro de Sao Paulo que ganó ayer en Chile? Duque no es Piñera, y hay tiempo, pero el episodio chileno debe obligarnos a corregir ya.
@sergioaraujoc