Hay voces y opiniones diversas cuando se trata de ejercer el derecho a escoger a la persona que va a dirigir los destinos de Colombia. Unas son pesimistas y otras un tanto diferentes; de acuerdo a las propuestas de los candidatos, a su origen y hasta su personalidad.
Al descalificar a un candidato inmediatamente se descalifica su actuar y se acepta por lógica lo contrario a esas ideas. Uno no entiende cuando un colombiano dice que está hastiado de la corrupción, pero odia al que propone acabarla. O que a pesar de saber que algún candidato propone profundos cambios, inmediatamente le entra temor y lo esparce a su alrededor generando antipatía por este.
Somos un país raizalmente miedoso o completamente cómodo con el status quo; en el que somos capaces de convivir con la frase "que roben pero que también hagan obras". En nuestro país esas voces desalentadoras son las que intentan a través del miedo que esto siga lo mismo: altos niveles de corrupción, violencia a montón, atracos a diario, los bancos haciendo de las suyas, el sistema de salud hecho una porquería, el insultante salario mínimo que no alcanza siquiera para lo básico, la justicia es una farsa, ni que se diga de la educación.
Las grandes transformaciones de este país jamás se verán realizadas por las manos de los que les conviene que esto siga así: las mismas familias "ilustres" turnándose el poder, los medios de comunicación amangualados, la violencia y la politiquería haciendo de las suyas.
Lamentablemente hay dos visiones de país diferentes dependiendo de donde se encuentre algún compatriota o de lo "cómodo" que se encuentre: la de los que estamos chupando del bulto acá con estos grandísimos hijos de mala leche que gobiernan; la otra, la de los que están fuera del país, quienes se fueron buscando mejores vidas en otros lares. Pero cuando se trata de opinar lo hacen de manera tan romántica e ingenua que terminan por apoyar a los mismos gobernantes que, quizás, les hicieron emigrar. Nadie se ha querido ir de su país presionado por las circunstancias, pero como las condiciones no cambian se ven obligados a hacerlo.
El que está afuera siente nostalgia por todo lo lindo, cultural y geográfico de Colombia y desea estar aquí para disfrutar de eso. Sin embargo cuando vienen de visita y se dan cuenta de está cruda realidad que los golpea con atracos, paseos de la muerte, pésimos servicios públicos, etc, en seguida quieren devolverse.
Este país debe cambiar para que los hijos de está patria visiten con gusto y hasta no quieran regresar al extranjero, también debe cambiar para aquellos que estamos aquí no querramos irnos a buscar mejores rumbos. Debe cambiar para que no veamos más cordones de miserias, como los de Tasajera, los niños de la Guajira o el pueblo chicos no. Debe cambiar para que nos veamos y sintamos un poco mejores.