Desbordados. Salidos del borde. Pisando rayita. Eufóricos. Inconsecuentes. Incongruentes. Hijos del desvarío. Exultantes. Pletóricos. Incluso peligrosos. Un asunto es compartir el abrazo con desconocidos a la hora de gritar juntos un gol —encuentro poético por demás— y otro entregarse a la celebración pública que desemboca en tragedia como río fuera de cauce. El noticiero empieza hablando de la victoria, contando goles, y termina hablando de tristezas, contando riñas, heridos, muertos…
No sabemos ganar.
No sabemos perder.
Terminan las elecciones presidenciales y los que quince días antes dijeron que todo estaba bien porque habían ganado ahora dicen que todo está mal porque perdieron. Si el resultado fuera otro no gritarían, twitter en mano, ¡fraude! ¡fraude! ¡fraude! sino que dirían que todo fue justo y transparente.
En este país lanzan una moneda al aire y antes de que caiga dicen: con cara gano yo, con sello pierde usted.
Somos duchos en fracasos pero no en aprendizajes. La sabiduría del técnico Francisco Maturana y su célebre “Perder es ganar un poco” todavía no termina de entenderse en este lugar y hay quien piensa que es solo un juego de palabras, pero es mucho más que eso. Fabricamos nuevos dioses con la misma rapidez con que los destrozamos. Alguien pasa de héroe a villano con un mínimo cambio de luz. Por eso miro con prudencia el tono altivo de los triunfadores y temo por el ánimo revanchista de algunos derrotados.
Andrés Escobar, el inolvidable número 2, fue columnista deportivo mientras jugaba en el Mundial del 94 en Estados Unidos. Todos recordamos sus manos cubriéndose la cabeza, su cuerpo largo en el piso, su dolor que era el de toda una nación la tarde en que involuntariamente —no puede ser de otra manera— marcó un autogol. Escribió en el periódico, luego de aquello, con el peso del gol en contra: “El fútbol es solo un juego y no el comienzo y el fin de la vida”. Y ya sabemos qué pasó. Todavía nos duele en el pecho esa absurda ausencia.
El día de la madre con su festejo, homenaje y alegría sigue aportando las cifras más altas en reportes en salas de urgencias de hospital en Colombia. Y cada número son vidas en vilo, recuerde usted. Ganar un campeonato equivale para médicos y fuerza pública un operativo de atención solo visto en caso de tragedia natural. ¿Nos resignaremos a decir entonces que esa es nuestra naturaleza?
No sabemos ganar.
No sabemos perder.
Vuelvo los ojos hacia la pantalla en el que se ve el Brasil que nos quieren mostrar por estos días. Qué reconfortante que hoy no solo somos hinchas de “el árbitro colombiano que está en el mundial”. Un televisor en lugar público, hileras de desconocidos abrazándose como amigos de infancia. Tan bonito. Como preciosa es esa mancha de amor amarillo recorriendo las calles el día minutos antes de que empiece el partido en que juega nuestra selección. A esa hora nos pueden cambiar la Constitución completa y solo nos vamos a dar cuenta dentro de un mes. Gol. Veo el abrazo de James Rodríguez y Juan Fernando Quintero ayer y hoy. Ese abrazo de siempre te recuerda por qué juegan de memoria. Y por qué corren no solo con las piernas sino con el corazón. Ellos nos regalaron el grito de gol contra Costa de Marfil. ¿Cuántos niños hay por allí hoy que serán nuestra sonrisa mañana? ¿Cómo hacemos para que esta alegría de ser colombiano se sienta todos los días?
Y si seguimos ganando ¿qué pasa?
Y si perdemos ¿qué tan malo es?
Y no hablo solo del juego de pelota. Hablo de lo que ya dije líneas arriba y de lo más cotidiano y digo de la tristeza del estudiante ante el examen perdido que se parece al arquero que mira al piso con su arco vencido. Hablo de un país en que a muchos les cuesta aceptar las victorias ajenas tanto como las derrotas propias también.
Creo que podemos aprender a ganar en paz y a perder en paz también.
Y lo digo en plural por que me gusta la palabra Nosotros.
Y me gusta la palabra Después.
Porque un país no lo abarca completo un ellos y un ustedes.
Porque siempre es un Nosotros si queremos construir un Después.
@lluevelove