Desde que llegó a Colombia en el 2019 Carlos Mario Jiménez está desesperado por ser escuchado ante la JEP. En marzo del 2021 reconoció 162 crímenes entre los que se contaban violencia sexual, homicidios, desplazamientos, desapariciones, torturas y otras conductas ilícitas en las que habría participado el Bloque Central Bolívar de las AUC del cual era comandante. Había sido extraditado en el 2008 a los Estados Unidos y, tres años después de haberse firmado el proceso de paz, Macaco intentó expurgar sus culpas. Incluso se reunió varias veces con Pastor Alape, su rival en la Antioquia en la época en la que se daban bala con las FARC, sus más encarnizados enemigos.
Carlos Mario Jiménez era tan cansón que sus mismos papás le pusieron Macaco. No se quedaba quieto y por eso los vecinos que tenía en el barrio Santa Teresa en Dosquebradas, Risaralda, iban a hacerle fila a la carnicería que administraba su papá, Mario Jiménez, para reclamarle cada ventana rota, cada niño estropeado. Al final, de tanto regañarlo, su papá lo sacó del colegio Guillermo León Valencia en cuarto primaria y se lo llevó a trabajar a la carnicería. Le gustaron los negocios, era bueno, sabía que iba a hacer plata.
A los 17 años se va para Puerto Asís, a trabajar con Oscar Henao un amigo de su papá que le prestó la plata para poner un negocio de venta de combustible. Con su habladito paisa iba cautivando incautos. Negociante avezado, aventajado, a los pocos meses ya tenía la plata suficiente para tener su propia estación de gasolina, Los recuerdos, se llamaba. En Puerto Asís conoció la fortuna y el amor cuando se enredó con Rosa Edilmira Luna Cordoba, 15 años mayor que él y con quien se fueron a vivir a una finca llamada Animalandia, pero los problemas empezaron a aparecer en el paraíso cuando el frente 32 de las FARC secuestró a Rosa Edelmira. Le pidieron a Jimenez 250 millones por el rescate pero, siendo tan ventajoso, de lengua tan hábil, logró que la guerrilla le rebajara a la mitad. Según Verdad Abierta en esa negociación Macaco salió marcado como auxiliador de fuerzas del estado. Con esa cruz le tocó salir del Putumayo e irse al Bajo Cauca antioqueño a donde, con la ira atenazándole el alma, juró vengarse y allí encontró a un socio, Ramiro Vanoy Murillo, mejor conocido como Cuco Vanoy, y juntos crearon, junto con la ayuda de ganaderos de la región, el Bloque Mineros de las Autodefensas Unidas de Colombia.
En 1996 la Compañía Compañero Tomas del ELN le hizo un atentado en el corregimiento Piamonte. Aunque a él no le pasó nada dos de sus mejores amigos murieron, entre los que se contaba un comandante del ejército, decidió irse con todo contra los guerrilleros y es por eso que decide vender todo lo que tiene para crear y comandar su propio frente paramilitar: El Bloque Central Bolivar. Un año después Vicente Castaño convocó en su finca, las Tangas, hizo una reunión con todos los comandantes paramilitares y allí le anunció a Macaco y a uno de sus lugartenientes, Julián Bolívar, impusieron el terror en el bajo Cauca antioqueño. Sin embargo la obsesión de Macaco no fue la venganza sino hacerse rico con el narco.
Los peores crímenes de Macaco fueron el del periodista Flavio Iván Bedoya, ocurrido en abril de 2001 en Tumaco (Nariño); el desplazamiento de familias campesinas de que ocupaban la hacienda Las Pavas, en el corregimiento de Buenos Aires de El Peñón (sur de Bolívar); y el secuestro, homicidio y desaparición de las hermanas Mónica, Jenny y Nesly Galárraga, y otra integrante de esa familia, en enero de 2001, en el municipio de San Miguel, en Putumayo.
Macaco se sometió a Justicia y Paz en el 2008 y desde una cárcel en Miami su testimonio fue clave para meter en la cárcel al exgeneral de la Policía Flavio Buitrago, exjefe de seguridad del expresidente Álvaro Uribe, quien tenía alianzas con el narcotraficante Marco Antonio Gil, alias El Papero. En mayo de 2019, la Corte Suprema de Justicia confirmó la condena de Buitrago a nueve años de prisión por los delitos de lavado de activos y enriquecimiento ilícito.
Macaco sigue mostrando su voluntad de hablar. La JEP aún no da su visto bueno pero más de un ganadero, empresario y político tiembla por las verdades que pueda decir.
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