No voy a comenzar repasando los múltiples atropellos y abusos que se han dado sobre el campesinado colombiano durante el proceso de acumulación de tierras, proceso que inicia en el período de la colonia y que hoy enloda el nombre de “honorables” figuras políticas y económicas del país. Me gustaría creer, basándome en lo que nos muestra la historia, que este asunto será bien recordado, que la justicia actuará con fuerza e imparcialidad, y que los protagonistas de estos escándalos sufrirán el reproche de un pueblo que los castigará con su repudio.
Si decido comenzar mencionando la acumulación de tierras, es porque tiene una relación inmediata con los tres términos que componen este título, ya que los cuatro temas: acumulación, ganadería, deforestación y paz están estrechamente entrelazados.
Solo un necio podría negar la relación que tiene la ganadería con la deforestación del norte amazónico. Aunque muchos quisieran culpar al boom cocalero por este atropello ambiental, el protagonismo que tiene la ganadería en la deforestación de la Amazonía es evidente tanto desde la carretera, como desde las cifras que arrojan las entidades oficiales. Tomemos como ejemplo al Caquetá, departamento líder en deforestación. En concreto, el departamento cuenta con más de 9 millones de hectáreas, de las cuales 1.2 millones corresponden a áreas de pastoreo de acuerdo a los reportes de la UPRA (2016). Los datos actualizados de la Secretaría de Agricultura del departamento nos arrojan una cifra mucho mayor, con 2.6 millones de hectáreas. Cualquiera que fuera la cifra correcta, los reportes nos advierten que entre el 13% y el 28% del área del departamento se encuentra en pasturas para ganado, de las cuales solo 1,100 hectáreas corresponden a sistemas ganaderos más amigables (silvopastoriles). Volviendo a la coca, los cultivos de esta planta sumaron 7,712 hectáreas en el año 2015 según el censo de la UNODC. Supongamos que la cifra está muy subestimada y que hoy el área real sembrada de coca es triple; de todas formas esto solo representaría el 0.2% del área del departamento.
Pasando de la cifra a la experiencia, lo invito a viajar de Florencia o a San Vicente del Caguán por carretera. Si al salir de la ciudad dirige su mirada a la izquierda, podrá observar el piedemonte de la cordillera oriental. Le aseguro que en cualquier momento que voltee en esta dirección, se encontrará con algunos grupos de vacas, muchos potreros que se extienden hasta las faldas de las montañas, algunos parches de bosque que sobrevivieron gracias al capricho humano, y si tiene suerte, media hectárea de plátano. En cambio, si mira a su derecha, verá cómo la llanura amazónica se extiende hacia el horizonte. En la llanura seguramente encontrará potreros extendiéndose por kilómetros, otros parches de bosque y con otro tanto de suerte, algún cultivo de plátano.
Y bueno, a mí ese paisaje me encantó. Es difícil describir la calma y placer que genera encontrarse con esa mezcla de praderas salpicadas de pequeños bosques y cananguchales, donde algunas palmas se levantan solitarias en potreros que se extienden bajo un cielo claro dibujado con cientos de nubes, un cielo típico de esta región amazónica. Pero lo que es bello para un hombre no siempre es bueno para la tierra.
Si en cambio decide tomar un jeep al sur occidente, se embarcará en un viaje de cuatro horas (tres horas de una trocha intransitable en temporadas de lluvia), para llegar finalmente al municipio de Solita, en la costa del río Caquetá. En el trayecto se encontrará a lado y lado con potreros y sabanas inundables, que hoy sufren inundaciones más frecuentes e intensas debido a la falta de bosques reguladores del recurso hídrico.
En el puerto de Solita puede tomar una “voladora” hacia Solano, el municipio más extenso y con menor presencia institucional del departamento. En el trayecto de una hora sobre un rio amplio y marrón, se encontrará con otro paisaje sublime en el que sobresalen unas cuantas fincas a ambas costas, que sorpresivamente se extienden en forma de potreros sobre las que pastan miles de vacas que saldrán por planchón hasta Solita y que luego se subirán a un camión vía Florencia. En el camino se encontrará -en menor medida- con plantaciones de plátano, y tal vez tres o cuatro plantaciones de coca. Finalmente en Solano podrá adentrarse a caballo pasando por enormes fincas que han sido “limpiadas” (deforestadas) a $450.000 por hectárea.
Tanto en el departamento como en el país abundan los pequeños ganaderos y agricultores, quienes han sido en cierto grado los responsables de la tala de estos y otros bosques. Sin embargo, conozco de muchos ganaderos de la región que han desarrollado una fuerte conciencia ambiental y que defienden más que nadie la protección y conservación. Ahora, si queremos encontrar a los principales responsables de la deforestación, guiados simplemente por las cifras de distribución de tierras, debemos buscar entre los grandes propietarios de tierras, entre los dueños de haciendas que fácilmente ocupan veredas y quienes por pura coincidencia corresponden a las élites políticas y comerciales locales.
Aunque no parezca, mi intención con este artículo no es señalar culpables o lamentarme de la situación actual, sino plantear alternativas que podrían mejorar aspectos de los tres conceptos que componen el título. La alternativa que propongo consiste en aplicar algo de garrote, pues en las estrategias de desarrollo rural colombiano ha habido mucha zanahoria, que llega frecuentemente en forma de mermelada.
Antes de presentar mi propuesta debo introducir brevemente a los sistemas silvopastoriles, un modelo productivo que se ha comprobado es mucho más sostenible y productivo que la ganadería extensiva. Los sistemas silvopastoriles introducen árboles de distintas especies en los potreros, para que sirvan como sombríos, barreras de viento, fuentes de alimentación suplementaria para el ganado y como ingresos adicionales por venta de madera y otros subproductos. Estos sistemas son ampliamente conocidos entre los ganaderos, pero su implementación ha sido precaria, debido en parte a los precios de los terrenos, los costos de implementación, los requerimientos de manejo y al cambio cultural que precisan. Estos sistemas hoy están priorizados dentro del Plan de Desarrollo Ganadero para el año 2019 y son parte de la estrategia de transformación productiva del sector, lo que ha de suponer que mi propuesta no representa ninguna novedad en términos de planeación y desarrollo territorial.
Basado en esta información, mi propuesta consiste en la implementación de un impuesto nacional a la ganadería extensiva, aplicable únicamente a unidades productivas de tamaño mayor a tres Unidades Agrícolas Familiares (UAF) y con incrementos graduales de acuerdo al tamaño de la finca. Con el ingreso de este impuesto se deben financiar los insumos y asistencia técnica necesarios para introducir exitosamente sistemas de producción más sostenibles en las pasturas degradadas del país, sean sistemas silvopastoriles u otras alternativas más aptas de acuerdo a la región. La distribución de estos ingresos debe ser canalizada efectivamente a los pequeños productores, a diferencia de lo ocurrido con instrumentos como el ICR, créditos agropecuarios, AIS, Incentivo al Seguro Agropecuario, Fondo de Fomento Agropecuario, entre otros (véase el informe de rendición de cuentas del Ministerio de Agricultura 2015 - 2016). Para ello, debe definirse un límite mínimo de inversión del 80% del recurso recaudado (no de unidades productivas intervenidas) dirigido a fincas de pequeños productores ubicados principalmente en áreas de alta deforestación, poblaciones en situación de vulnerabilidad y zonas de posconflicto.
Usando la UAF como unidad de referencia, se introduce ese término que les encanta a todos: enfoque territorial. Especialmente si tenemos en cuenta el trabajo que vienen adelantando algunos compañeros de la Universidad Javeriana de Cali en el que buscan redefinir el tamaño y características de las UAF de acuerdo a aspectos productivos, sociales, económicos y ambientales de cada región. Siguiendo ésta lógica, los sistemas sostenibles de producción a desarrollar y su modelo de extensión también deben estar diseñados de acuerdo a las condiciones biofísicas, socio-económicas y productivas de cada territorio.
Con esta estrategia se lograría incrementar el ingreso rural gracias a los incrementos de productividad en carne y leche, al incremento en la inversión para reforestación productiva y a los nuevos empleos requeridos para la extensión y provisión de insumos. Incluso se podrían incluir esquemas de financiación basados en planes de compensación por captura de carbono apalancados en estrategias como REDD+ entre otras. El impuesto también desincentivaría la acumulación de tierras ociosas o usadas en sistemas perjudiciales para el medio ambiente y mejoraría la distribución de los beneficios al orientar la inversión hacia los productores que más lo necesitan. Todo lo anterior puede ser paso importante hacia esa paz estable, duradera y sostenible que muchos buscamos.