En los últimos tres meses, el país ha atravesado por una serie de acontecimientos que bien podrían acelerar la rueda de la historia colombiana a un ritmo más rápido que el que llevaba hace unos años atrás. En 2012 (hace apenas cuatro años), ni el más eficaz analista político (mucho menos el más acertado vidente), hubiese pensado que para este año estuviésemos ad portas de sellar una de las confrontaciones armadas más agudas y prolongadas del mundo. Tampoco que la posibilidad de finiquitar la paz dependiera de un acto tan sencillo como el de introducir un papel marcado aprobando o rechazando lo pactado entre las partes.
Este proceso de paz es un ejemplo de profundización de la democracia, tanto así que su aprobación está sujeta a la voluntad de la mayoría de los colombianos, incluso de aquellos que no han vivido tan de cerca los efectos de la guerra. Por esta razón, si algo debe reconocer aquellos que no han estado de acuerdo con la salida política, dialogada y civilizada del conflicto, es que han tenido la oportunidad de manifestar su desacuerdo no solo en la opinión pública, sino a través de mecanismos de participación vinculantes como el plebiscito que se realizará el próximo 2 de octubre.
Someter a la democracia un acuerdo que amplia y profundiza la democracia misma, conlleva a una posible paradoja. ¿Qué ocurrirá en el país si democráticamente se decide que no se estamos de acuerdo con ampliar la posibilidad de participación democrática de sectores históricamente excluidos? Este es sin duda un escenario probable pero al mismo tiempo desastroso, no para las FARC EP o para el gobierno nacional, sino para la construcción histórica de un país que tendrá dentro de sus páginas una sombra similar a la de Alemania en 1933, que tras llevar al nazismo al parlamento le concedió el poder político a Hitler.
La victoria del No además de reactivar la confrontación militar entre Estado e Insurgencia, traería como consecuencia un panorama de incertidumbre política, social, económica e institucional, que tendrá reflejo no solo en el movimiento social que ha venido enarbolando las banderas de la paz, sino en la legitimidad del gobierno y la confianza misma de los mercados. La decisión de este 2 de octubre, por simple que parezca, nos puede conducir a la senda del desarrollo social, económico y cultural o por el contrario, hundirnos en el oscurantismo de la guerra y la estigmatización –que legitimada por el No- se posaría por todo el territorio nacional resolviendo de forma militar los conflictos sociales que existen a lo largo y ancho del país, guiando así el camino para el restablecimiento de una gobierno civil con prácticas de dictadura militar como el que soporto Colombia entre el 2002 y el 2010. No parece lógico que en pleno siglo XXI una sociedad se niegue a sí misma la posibilidad de resolver sus problemas y contradicciones sin el uso de las armas, sin embargo, la historia ha demostrado que las sociedades no siempre se mueven de forma racional.
Hoy, es posible mantener un optimismo que ilumina el horizonte y llena de expectativas positivas a gran parte de la población colombiana, a pesar de existir la eventualidad latente de retroceder en el curso de la historia frente a un guerrerismo conservador que, a pesar de estar a punto de fallecer, aún se niega a morir. Esto nos llama a ser lo suficientemente responsables y salir este 2 de octubre a decidir democráticamente ¿Paz o Guerra? ¿Democracia o Dictadura?
