Horas antes del estreno de la quinta entrega de Game of Thrones en el Colombia, la gente hace alarde de sus mejores chistes, memes y comentarios sobre lo mucho que saben de la serie, el autor y los personajes que le dan vida a este festival de la lujuria y decapitación. Ese buzz en los medios y redes sociales desespera a los pocos humanos que aún no profesamos la ñoñez y el pseudointelectualismo intenso.
Ojalá este fenómeno se hubiera limitado al otrora país del Divino Corazón, pero todas partes del mundo la gente se prepara para la noche del domingo; HBO debe estar haciendo millones mientras el mundo se embrutece. Tentado por los buenos comentarios y alentado por la el talento de J. R. R. Martin, me tomé la molestia de ver la serie.
En mi cuarto, el sonido y las escenas contundentes que salen de la pantalla de mi computador me hipnotizan durante los primeros minutos. Después de ese breve espacio de tiempo te empieza a molestar el hecho de que la serie sea una copia entre el Señor de los Anillos, Narnia y algún largometraje de Brazzers; que los personajes carezcan de algún tipo de humanidad y, sobre todo, que profesen un narcisismo tan evidente.
Chistes racistas, actitudes misóginas, el elogio al sexo y la brutalidad, llenan de gozo los vacíos espíritus de los hinchas de Tyrion Lannister. Es tan profunda la decadencia de occidente que un vómito repulsivo como Game of Thrones va camino a convertirse en la producción más vista en la historia de HBO. Si los de ISIS la llegan a ver ya no tendrían ninguna duda de que merecemos ser exterminados no sólo por creer en un hombre crucificado, sino por rendirnos, sin ningún tipo de reparos, a la inmoralidad sexual y el mal gusto.
Si a finales de los setenta los críticos lamentaban la muerte del cine de autor y avecinaban el reinado de Blockbuster después del estreno de Tiburón, con las aventuras de los Stark no queda otra cosa que echarle tierra a esa fábrica de sueños que alguna vez fue HBO. El guionista de esta propaganda de más de dos temporadas, no se preocupa por seguir un lineamiento previamente trazado, sino que va llevando por Kings Landing, Winterfell y Braavos, a este grupo de mastodontes sin cerebro. Por ahí uno, en medio del aburrimiento, puede vislumbrar que hay un tipo rudo que quiere vengar la paraplejia de su hermano menor y se va a tomar el trabajo de eliminar uno a uno a los protagonistas del hecho. De eso parece que se trata, pero en realidad lo único que importan son las coreografías con los espadas, las flechas que un arco escupe y los ruidos que generan las continuas relaciones sexuales de sus protagonistas.
Las series de drama y fantasía, esas que tanto disfrutamos con Arrow, American Horror Story o Sex and The City cambiará después de este fenómeno “taquillero”. De ahora en adelante por lo menos se ahorrarán los 500 mil dólares que cobra en promedio un buen guionista en USA. Preparación actoral tampoco van a necesitar. Después de la aparición en la pantalla de Kit Harintong hasta un simio podrá aspirar a un protagónico. A su lado, Marlon Moreno es el mismísimo Al Pacino. Las malas actuaciones no terminan allí.
Las luces en mi cuarto se encienden mientras PopCornTime me anima a ver el siguiente capítulo. No puedo decir nada, la tristeza me embarga: la series de drama y fantasía han muerto.
