Dios, sigue impactando. Todavía pega en el alma, todavía uno busca respuestas. Y no las encuentra. Lo impresionante es ver otra vez vivo a Andrés Escobar. Juan Pablo Urrego, el actor más importante del país, en este momento, fue capaz de encarnar en la nueva serie de Netflix, Goles en Contra, al caballero del fútbol. Gracias a Netflix volvemos a vivir la pesadilla, Todo lo que vivimos hace veintiocho años. Aún sentimos el eco de los disparos.
-Ey te queremos felicitar porque hiciste un autogol muy bonito.
-¿Si o no? cierto que fue una verraquera ese gol.
Esta fue la respuesta revestida de ironía que le dio Andrés Escobar a Pedro David Gallón Henao, un narcotraficante paramilitar, pieza clave junto con sus hermanos Santiago y José para recoger los recursos que Carlos Castaño requería en la cruzada que había emprendido dos años atrás para acabar con Pablo Escobar Gaviria.
Ese viernes 2 de julio de 1994 , a la discoteca Padova no le cabía un rumbero más. Andrés estaba allí con sus amigos Eduardo Rojo y John Jairo Galeano, intentando sacarse las malas vibraciones que había traído el fracaso de la selección Colombia en Estados Unidos. Él, uno de los jugadores más queridos y respetados por la afición, había tenido la mala suerte de cometer el autogol en el juego decisivo contra los anfitriones, en el partido que puso a Colombia por fuera del Mundial del 94.
Contrariando los consejos familiares Escobar regresó a Colombia a ponerle la cara a la prensa. Quería, además, concretar su millonario traspaso al todopoderoso A.C. Milán, al que llegaría por pedido expreso de su entrenador Fabio Capello. Nadie lo recibió en el aereopuerto José María Córdoba en esa tarde lluviosa del 29 de junio en la que regresó al país. El ambiente en Medellín resultó tan tenso como se lo habían anticipado sus amigos, así que decidió invitar a los más entrañables a salir para “quitarse la tupia” como dicen en Antioquia e intentar exorcizar el fatídico partido y del futuro prometedor que lo esperaba en Italia. Pero el lugar escogido no fue el mejor.
Los borrachos de una mesa vecina no hacían más que hostigarlo recordándole con insultos su minuto de infortunio y cuando se levantó al baño uno de ellos se atrevió incluso a tocarle las nalgas. Eran los hermanos Gallón. Querían provocarlo. Rojo le sugirió no exponerse y abandonar la discoteca pero Andrés no solo no quería sino que al ver que los agresores se marchaban encontró más razones para quedarse.
A las dos de la mañana sus amigos se fueron y el autor del mítico gol contra Inglaterra en Wembley se quedó un rato más con una amiga. Salió media hora después a recoger su Honda Civic en un parqueadero contiguo, el de la discoteca El Indio. Recién se había montado en el carro cuando identificó a los incómodos personajes de la discoteca al lado de una de las dos camionetas negras en las que esa noche habían salido a rumbear. Bastó verlo para rematarlo con nuevos insultos: “Hoy si te pusiste bien los calzoncillos Leo”, en referencia a la publicidad que éste protagonizaba en televisión. Escobar omitió la advertencia de su amiga y reaccionó rabioso pidiéndoles que no se metieran con él y que el autogol no había sido más que un accidente de los que se dan en el futbol.
-Que va… vos sos un torcido, como el negro hijueputa ese del Asprilla.
Sin lograr contenerse Andrés los rechazó con una grosería. Claramente no sabía con quiénes se estaba metiendo, como se lo recordó uno de ellos.
El alegato no concluía cuando apareció Humberto Muñoz, el chofer y guardaespaldas que durante cinco años se había ganado la confianza de los hermanos Gallón Henao quienes se movían en el oscuro mundo del narcotráfico, el lavado de dólares y las apuestas. Se acercó sigilosamente por detrás del Honda y descargó seis disparos de su revólver calibre 38 al cuello de Andrés Escobar.
La noticia se esparció por el Valle de Aburrá como una mancha negra. Algunas versiones se atrevieron a afirmar que había sido un crimen pasional. Mientras las autoridades ofrecían 50 millones de pesos por información que ayudara a encontrar a los asesinos, estos no perdían el tiempo e iban urdiendo su coartada.
Dejaron abandonada cerca de una cañada una de las dos camionetas en las que se movilizaban. Golpearon con un palo el rostro y el torso a Muñoz e incluso le amarraron las muñecas con una cuerda para que quedaran impresas las marcas. A las nueve de la mañana el propio chofer de los Gallón denunció en la policía el robo de una camioneta en el sector del barrio Buenos Aires, con las mismas características descritas por los testigos que habían presenciado en la madrugada el asesinato.
El chofer se presentó sin su habitual bigote, mostrando las marcas que le habían dejado los ladrones. Las mentiras se fueron cayendo una a una y a los investigadores judiciales tan sólo les bastó una hora para descubrir que era el propio Humberto Muñoz quien le había disparado al ídolo del Atlético Nacional. La presión fue tal que reconoció con frialdad su responsabilidad: “Estaba dormido en el carro cuando escuché una discusión entre mi patrón y un hombre que estaba en el carro. Cumpliendo con mi deber, me bajé de la camioneta y disparé sobre el tipo. Juro que no sabía que era Andrés Escobar”.
Los Gallón Henao estaban desesperados. Más que temerle a las autoridades les aterraba la reacción de su patrón, el paramilitar Carlos Castaño quien comandaba el grupo de Los Pepes. Aunque según la versión de Popeye, entonces la mano derecha de Pablo Escobar, Castaño no se inmutó con la noticia. Les aconsejó entregarse a la Fiscalía y les prometió sacarlos del lío a cambio de tres millones de dólares.
Los Gallón obedecieron. Convencieron a Muñoz de atribuirse el asesinato por iniciativa propia sin que mediara orden de sus patrones. Se sometieron a la justicia y obtuvieron una pena de quince meses de prisión domiciliaria y una multa de un millón y medio de pesos.
El día que Humberto Muñoz ingresó a la cárcel a pagar una condena de 45 años sabía que nada le faltaría. Combatía el tedio con visitas y cursos de marquetería. Quedó libre cuando apenas cumplía once años de la sentencia. El día que las autoridades fueron a la cárcel a notificarle la libertad debieron esperarlo cinco horas porque el preso no se encontraba, estaba en la calle visitando a su mamá que se encontraba enferma. Desde el año 2005 lo único que se sabe de él es que está libre.
A Muñoz se le obligó reconocerle una indemnización de $ 40 millones a la familia Escobar, dinero que nunca les llegó como lo recuerda su padre en una entrevista realizada en el 2005: "Y no es que yo esté reclamando la plata pues no la necesito, pero si me la dan de inmediato la donaría a la parroquia de La Visitación, que tanto quería Andrés. En esto también se puede ver que desde todo punto de vista se está incumpliendo la ley. Yo pregunto si ese señor juez tuvo en cuenta esta situación para dejar libre a esa persona"
Mucho se ha escrito sobre lo mal llevado que fue este caso. La procuradora que estuvo a cargo de la investigación afirma que los Gallón Henao fueron mal interrogados y que es probable que el juicio hubiera sido manipulado. Jesús Albeiro Yepes, quien fue el fiscal que llevó este caso, afirma haber visto como atestiguaron a favor de los dos hermanos, algunos miembros de “Los 12 del patíbulo” nombre con el que se conocía al grupo de narcotraficantes, pertenecientes al cartel de Medellín, que habían traicionado a Pablo Escobar y prestado ayuda al gobierno colombiano para acabar con el capo. “Además – dice Yepes- me parece que la justicia les dio un trato muy indulgente porque terminaron siendo procesados por encubrimiento, pero no se les investigó ni como cómplices ni como determinadores del homicidio. Un fiscal de segunda instancia revocó la decisión que se había tomado de procesarlos por asesinato y por eso estuvieron muy poco en la cárcel”. La teoría del fiscal es que los Gallón evidentemente habían dado la orden de disparar, pero el caso fue cerrado de un carpetazo y la policía no dudó en afirmar que todo se había tratado de un accidente.
En 1996 reaparecen Pedro, José y Santiago Gallón Henao, esta vez como ganaderos haciendo negocios con una prestante familia antioqueña; los Uribe Vélez, la familia del entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez. Los Gallón adquirieron a través de su empresa Ganados del Norte cuyo representante legal era Pedro David Gallón Henao, una buena parte de Guacharacas, la hacienda emblemática sobre el río Nus donde fue asesinado por las Farc, Alberto Uribe, padre del expresidente.
Durante la siguiente década los tres hermanos no hicieron otra cosa que aumentar su poder. Con la llegada del nuevo milenio se convirtieron en la ficha clave que tenía el Chapo Guzmán para abrir nuevos mercados en Suramérica. Pedro y Santiago Gallón se convirtieron en el objetivo de la policía y en el 2009, se entregaron a la Fiscalía confesando el delito de haber financiado grupos paramilitares. Su otro hermano, José, quien no estuvo implicado en la muerte de Escobar, cayó en la operación Fronteras que adelantó la policía nacional el 8 de febrero del 2010.
Veinte seis años después aún están claras las causas de la muerte de Andrés Escobar. Viendo la frialdad y el cálculo con el que quisieron tapar las evidencias se podría llegar a pensar, como aún piensa la familia Escobar, que detrás pudo haber estado una red de apostadores que, enfurecidos por la millonaria perdidas por el descalabro de la selección en el Mundial del 94, se desquitaron con uno de los pocos jugadores que regresó al país a dar cara, a dejar claro que esto era tan sólo un juego. Un juego que le costó la vida a sus escasos 28 años.