En los años ochenta todos teníamos miedo. Pero Carlos Fernando, Juan Manuel y Claudio Galán tenían más miedo que todos. Eran hijos de Luis Carlos Galán, el hombre más amenazado del país. Desde que en 1982, en una plaza pública en Medellín, Galán echó del partido Liberal a Pablo Escobar, quien era suplente en la Cámara de Representantes, le tenía la sangre en el ojo. A Galán y a sus hijos les constaba que Escobar cumplía sus promesas.
En 1984 decidió acribillar a tiros a uno de los hombres que decidió denunciar sus crímenes. El entonces Ministro de Justicia de Belisario Betancur, Rodrigo Lara Bonilla quien emprendió una heroica y medio suicida batalla contra un hombre que no solía dejar vivos a sus enemigos. Dos pelados de 18 años en una moto, venidos desde Medellín, lo tenían marcado.
El 30 de abril de 1984, al atardecer, mientras se desplazaba hasta su casa en el Mercedes Benz de placas W-123, lo sorprendieron. Eran dos integrantes de los Priscos. Se llamaban Iván Darío Guisado, quien fue el hombre que disparó la ráfaga y Byron de Jesús Velásquez, quien conducía la moto. El esquema de seguridad persiguió a los sicarios, mató a Guisado y capturaron a Velásquez quien pagó ocho años de cárcel.
El hijo de Rodrigo Lara supo del perdón gracias a sus abuelos. Los papás del Ministro, en vez de condenar a Byron de Jesús, le pagaron el estudio y ayudaron a su rehabilitación. Por eso, en el 2008, decidió viajar a Buenos Aires y se vio con Sebastián Marroquín, el hijo del capo Pablo Escobar, quien se había refugiado en la capital argentina para huir de su pasado junto a su mamá y se había cambiado su apellido para torcer su destino.
En el delta del Tigre se reunieron, se abrazaron y aceptó el perdón del hijo del hombre que le quitó todo. Porque Rodrigo Lara apenas tenía siete años cuando sucedió la tragedia. Tuvo que aprender a vivir sin un papá. Cuando vio a Sebastián le dijo “El día que tu papá mató el mío, mi vida cambió para siempre". A lo que Marroquín respondió: "El día que mi papá mató a tu papá, mi vida también cambió". Sólo después de este viaje Rodrigo Lara Restrepo pudo empezar de nuevo. No le tembló el pulso a la hora de meterse en las densas aguas de la política además de los malos recuerdos.
Cinco años después Galán, quien fue uno de los más cercanos amigos de Lara y escudero suyo en la lucha contra las fuerzas de Escobar, despuntaba como el candidato más opcionado a ser presidente. Le había declarado la guerra al criminal más buscado del mundo. Prometía que una vez ocupara el solio de Bolívar extraditaría a los mafiosos que llenaban de sangre este país. Los tres hijos de Escobar tenían miedo. Carlos Fernando tenía 12 años. Veía las noticias, sabía lo que le había afectado la muerte de Lara a su papá. Cada vez que arrancaba una gira política Carlos Fernando sufría. Sabía que podía ser la última vez que podría verlo.
El 16 de agosto de 1989 Luis Carlos Galán estaba en Medellín. Allí se salvó de milagro que el Cartel lo matara. Durante una manifestación en esa ciudad habían montado un operativo para matar al líder liberal. Un día después, el jueves 17 de agosto, regresó a Bogotá. Estuvo con sus hijos todo ese día, preparándose para la gran manifestación que haría en Soacha el 18 de agosto. Carlos Fernando recuerda que su papá les tenía una sorpresa: había comprado boletas para ver el primer partido de la eliminatoria mundialista del equipo de Francisco Maturana en Barranquilla. Sería contra Ecuador el domingo 20 de agosto. Los niños no cabían de la dicha.
Sin embargo pasaban cosas. En las últimas semanas el General Miguel Maza Márquez, máximo comandante del DAS, realizó un cambio en su esquema de seguridad, nombrando al teniente Jacobo Torregosa como el hombre que tendría que velar por su seguridad, reemplazando a Víctor Julio Cruz que tenía toda la confianza de Galán y de su familia. En la mañana de ese viernes 18 de agosto en Medellín, Valdemar Franklin Quintero, uno de los pocos oficiales del Ejército que no se había dejado corromper por Pablo Escobar, fue asesinado con más de sesenta tiros en una parada de semáforo en esa ciudad.
Carlos Fernando y sus hermanos intentaron convencer a su papá que se resguardara, que lo mejor era incumplir el compromiso en Soacha. Pero tenía una cita con el destino. A las 8:30 de la noche se subió a la tarima del parque central y allí lo esperaba la ráfaga, los disparos que se le metieron por la parte de debajo de su chaleco antibalas. Todo había fallado, su esquema de seguridad no lo respaldó. Lo peor estaba por llegar. En vez de llevarlo con prontitud a un hospital, donde podrían evitar que se desangrara, le dieron una vuelta enorme que terminó quitándole cualquier posibilidad para sobrevivir.
Tanto Carlos Fernando como Rodrigo saben que sus papás no sólo fueron víctimas de Escobar y los carteles de la droga sino de un Estado que no supo cuidarlos, que en el fondo los traicionó. Aunque estén lejos de tener la valentía de Luis Carlos Galán y de Rodrigo Lara Bonilla han intentado hacer política con las fuerzas que tienen. Y así piensan ocupar el segundo cargo mas importante de Colombia