Chucho lléveme rápido a un hospital, fue la última frase que articuló Galán antes de perder la conciencia y dirigirse a sus casi 46 años, aquel viernes 18 de agosto de 1989 hacia la cita inevi-table en el pabellón de urgencias del hospital de Ciudad Kennedy. Todo fue muy confuso, excepto para los asesinos a los que la confusión facilitó la perpetración del crimen y su huida. Especular después de que los hechos han ocurrido no deja de ser un ejercicio que no cambia las cosas, pero había demasiadas señales que indicaban la temeridad de realizar una manifestación política nocturna, como la que se programó esa noche en la población de Soacha. El día anterior había sido asesinado el magistrado Carlos Valencia, quien había llamado a juicio a Pablo Escobar por el crimen de Guillermo Cano Isaza, director del diario El Espectador, y en las horas de la mañana del día señalado sicarios ametrallaron y segaron la vida del coronel Valdemar Franklin Quintero, comandante de la policía de Antioquia. Galán mismo estaba amenazado y quince días atrás las autoridades policiales habían neutralizado en Medellín un atentado en su contra. Sin embargo, como en algunas tragedias griegas los hombres se dirigen a su martirio como marionetas en manos del destino.
Los hechos se desencadenaron de manera frenética aquél viernes de agosto, después de un día de encuentros y declaraciones políticas (entre ellas condenando las muertes de Valencia y Quintero), con un nuevo jefe de escolta y una fuerza policial de contención retirada a última hora, Galán llega hacia las ocho de la noche a la población de Soacha entre los gritos y vítores de una masa de seguidores, en sus hombros accede a la tarima en la que alza y abre sus brazos como un crucificado, deja ver el chaleco antibalas que se eleva unos centímetros de la cintura, en ese instante se oyen ráfagas de ametralladora y varios de los disparos se dirigen certeros al espacio que deja al descubierto, uno de ellos perfora la aorta abdominal infrarrenal que como una manguera rota comienza a inundar de sangre el peritoneo, se pone pálido, sudoroso y el pulso se reduce, los escoltas no lo llevan al hospital de Soacha que queda a cuatrocientos metros (porque piensan que allí podrían rematarlo) y se dirigen al de Bosa que está a cuatro kilómetros del lugar del crimen, la vida se le escapa sin remedio, en Bosa no hay equipos para atender la gravedad de las heridas, la ambulancia con el moribundo corre por la avenida Primero de mayo hacia el Hospital de Kennedy, cuando allí arriban, los médicos lo intentan todo para resucitarlo, pero no hay nada qué hacer y fallece el líder liberal.
La noticia, valga la expresión, se riega como pólvora y de una incredulidad inicial, sigue el des-concierto, la tristeza y la indignación. Delante de todos lo han matado como mostraron las imágenes del valiente camarógrafo Chucho Calderón. Del shock hipovolémico de Galán se pasó al shock espiritual de millones de colombianos que veíamos impotentes y temerosos la imposición, una vez más en la historia, de una voluntad criminal sobre la sociedad.
Era inevitable la comparación con Gaitán, quien también fue asesinado a sus 45 años, 41 años antes, por una amalgama de intereses situada a la derecha del espectro político. Ambos intentaron reformar el partido liberal, primero a través de una disidencia y luego integrándose a sus reglas de juego. Gaitán barrió en las elecciones al oficialismo y se convirtió en el jefe del partido liberal, ahí selló su destino. Galán logra que se institucionalice la consulta al pueblo liberal y se perfilaba, según todas las encuestas, no solo como el candidato del partido, sino como el Presidente que sucedería a Barco.
Quizás valga la pena formular abiertamente las siguientes preguntas e intentar responderlas: ¿de dónde venía Galán y qué intereses representaba? ¿Cuál era la singularidad de su liderazgo? ¿Qué fue lo que le propuso al país en su breve carrera política? ¿Quiénes fraguaron su muerte? ¿A quién benefició su muerte? ¿Cuál es finalmente su legado histórico?
Galán pertenece a una generación que se hace adulta en el Frente Nacional. Era el segundo de once hermanos de una familia santandereana de clase media, en la que sus padres tuvieron como padrino de matrimonio a Eduardo Santos. Su padre, Mario Galán Gómez fue durante once años gerente de Ecopetrol, respaldado por su padrino y Lleras Restrepo. En ese ambiente frente-nacionalista se forma el joven Galán y no es casual que en sus primeros años de Derecho cuando impulsa Vértice, revista de ideas liberales, en la Universidad Javeriana, sea llamado por el padrino de su padre, dueño y señor de El Tiempo, a vincularse en las tareas editoriales del periódico. Allí comienza su formación política al lado de los Santos y los Lleras.
Tampoco es casual que a sus casi 27 años en 1970 sea nombrado por el presidente Pastrana, Ministro de Educación cuando aún no se había graduado como abogado. Luego de dos años Galán deja el ministerio en el que habría que destacar la creación de los INEM, el servicio social en vez del servicio militar y el estatuto docente. Luego es nombrado embajador en Roma. Cuatro años después regresa a Bogotá a participar en la codirección de la revista Nueva frontera al lado de su mentor y maestro Lleras Restrepo. Hasta ese momento Galán ha sido un mimado de la fortuna y excepto algunas páginas editoriales, el ser un ministro joven y su indudable carisma personal, no hay mucho que destacar todavía.
Se forma en la vertiente liberal oficialista (santismo-llerismo) que fue derrotada por Gaitán en 1948, que luego pacta con Ospina Pérez y Rojas Pinilla y en la decadencia de la dictadura negocia con Laureano Gómez, el frente nacional con su dos cuernos institucionales: la paridad y la alternación. Que si bien atenúa el sectarismo político y su carga de violencia específica, engendra una serie de exclusiones en el orden político y social que harán crisis en el surgimiento de la oposición armada al sistema y en la apelación del mismo a las medidas represivas para conjugar los efectos de las crisis sociales periódicas que genera el modelo económico impuesto por los centros de poder del capitalismo mundial. Esa tendencia liberal es desbordada por las reivindicaciones de las nuevas masas en pueblos y ciudades que ante la falta de empleo y oportunidades es cooptada por el clientelismo (definido certeramente por el propio Galán: como la respuesta individual a problemas colectivos) que ofrece puestos y ayudas a cambio de votos y cuyo represen-tante más conspicuo es Turbay Ayala, quien merced a la paciente construcción de una red clientelar llega a la presidencia de la república en 1978, dejando en el camino las aspiraciones reeleccionistas de Lleras Restrepo.
Hereda esos conflictos y encuentra que sus propias aspiraciones políticas no tienen ninguna posibilidad de desarrollarse dentro de las maquinarias que se han tomado el partido liberal. Entonces decide fundar el Nuevo Liberalismo, una disidencia con el propósito de transformar las costumbres políticas y avanzar en un proceso de reformas institucionales encaminadas a fortalecer el proceso democrático.
Es consciente del fin de una época, de que los frutos del frente nacional se han marchitado y las contradicciones del país urbano y del viejo país rural requieren nuevas respuestas. El documento fundacional: Nuevo Liberalismo para una Colombia Nueva merece ser releído y a pesar de que han trascurrido tres décadas la vigencia de su formulación básica no ha expirado. La convocatoria es amplia y se dirige no solo a los liberales inconformes, a los independientes, a la izquierda democrática, a los que no votan y en particular a los jóvenes.
De entrada plantea una tesis que parece inspirada en acontecimientos recientes: «La sociedad colombiana está dominada en este momento crucial por una verdadera oligarquía política que controla las corporaciones públicas y ha convertido la administración del Estado en un botín que se reparte a pedazos en cada elección». Y sin amages clama: «la casta política que controla el actual Congreso nos ha arrebatado a los colombianos el derecho a tener una auténtica asamblea que represente al pueblo» Rechaza la demagogia de las ofertas políticas y es contundente en su diagnóstico: «La economía colombiana está sometida al más egoísta proceso de concentración del capital, incapaz de propiciar el desarrollo equilibrado de la industria, la agricultura y los demás sectores básicos de la producción». Y sin dejar ninguna duda de su estirpe liberal progresista, como si estuviese hablando ante la asamblea en plena Revolución Francesa exige «la abolición de todos los privilegios de cuna y clase y especialmente los que se dan en la educación y que constituyen el punto de partida de los demás privilegios»
Galán advierte que la independencia de Colombia no es un asunto concluido y tiende a agudizarse por «los nuevos factores de poder mundial de orden financiero y tecnológico» y como si estuviese hablando de las locomotoras mineras y extractivas que tanta fantasía y codicia despiertan en la clase dominante: «La administración de nuestros grandes recursos naturales no renovables se está haciendo sin tener en cuenta las duras lecciones del petróleo y por eso se negocian los grandes intereses nacionales en forma precipitada e injusta para las actuales y las futuras generaciones como ha sucedido con el carbón».
Se presenta a sí mismo como un gran reformador social, un líder que pretende transformar las instituciones. Hoy sabemos que su muerte truncó las cosas, pero es útil interrogarnos ¿si Galán contaba con un equipo capaz de llevar a cabo esos nobles propósitos, si el Galán que es sacrificado en Soacha es el mismo que funda el Nuevo Liberalismo y convoca a la nación colombiana? Ya dijimos que Galán es un heredero del Llerismo y de su cantera surgen los principales compañeros de viaje en su aventura política. Muchos de los que acompañaron a Lleras Restrepo en su proyecto electoral de la Democratización Liberal ahora son los animadores del Nuevo Liberalismo. Otro núcleo dirigente surge de su propio entorno familiar que con el tiempo se tradujo en críticas de sus contradictores sobre el nepotismo al interior del movimiento. Y hay un sector de la izquierda, de los jóvenes y de gente sin partido que se vincula al movimiento y le otorga el dinamismo y la originalidad de su primera etapa.
Viaja por el país, hay una voz nueva y distinta, un ascenso permanente de su estrella política. La gente lo quiere y lo respeta. Su propósito de construir una nueva manera de hacer política lo representa él mismo, su necesidad de argumentar cualquier propuesta, su estilo directo y franco, su talante democrático y dispuesto siempre al diálogo. Galán es una tromba. Escribe sus do-cumentos, discursea, da entrevistas, a veces parece el secretario general de un partido de izquierda con sus convocatorias periódicas, en las cuales hace un examen de la coyuntura y plasma su visión del país. Ese primer momento del movimiento es un cataclismo, un desborde de energías democráticas, pero la realidad colombiana es tozuda y se estrella contra unos muros y unos enemigos que finalmente acabarán con su vida y su proyecto político.
Tal vez sea necesario hacer un paréntesis para reflexionar sobre la siguiente hipótesis que ayudaría a entender la tragedia de Galán: no fue la mafia la que corrompió la política, sino que aquella adoptó las formas clientelistas de la clase política. Estructuras verticales con unos jefes en la cúpula, una familia extendida en las regiones (directorios) y un botín común (los dineros públicos). Las elecciones serían análogas a las purgas y matanzas para la distribución del poder y los territorios y las instituciones públicas como las de salud y educación serían parte de las fechorías (juego, prostitución, drogas, etc.) que le correspondería a cada líder regional de acuerdo a su votación o capacidad de imponer su poder. El narcotráfico encontró en la política clientelista su alma gemela y la gran paradoja: el mafioso mayor: Pablo Escobar, quiso ingresar a la política por las puertas limpias del Nuevo Liberalismo. No había otra alternativa que expulsarlo y de inmediato así lo hicieron Rodrigo Lara y Galán, generándose un rencor en el capo antioqueño hacia estos dos jóvenes líderes.
La pelea política era muy desigual y no obstante la aceptable votación de Galán en las presiden-ciales de 1982 (730 mil votos aproximadamente) terminó imponiéndose la maquinaria de los dos partidos tradicionales en cabezas de Belisario y López Michelsen. El oficialismo liberal lo acusó de ser el causante de la división y de la derrota del partido. Pero un análisis objetivo de las cifras y de las tendencias políticas demostró que sin Galán la ventaja de Belisario sobre López hubiese sido mayor todavía. López Michelsen que había sido un disidente del partido con el Movimiento Revolucionario Liberal en la primera época del frente nacional y que había finalmente pactado con lleras y con Turbay su reingreso al partido y su candidatura liberal dejando los pasajeros de la revolución a bordo del desencanto.
Galán se reclama como un hombre de centro izquierda y si alguien estudia con detenimiento sus tesis políticas y económicas se encontrará con un social-demócrata; además tiene claro desde el comienzo de su disidencia la existencia de una derecha liberal que se opone a los cambios, auspicia nuevos actores armados (los paramilitares) y se alía con las mafias con el fin de mantener los privilegios de la clase terrateniente, ampliar su frontera terrestre a través de la expulsión de comunidades enteras y contener el avance de las fuerzas subversivas. Galán caracteriza esa derecha liberal como un sector que tiene miedo de denunciar las torturas y el libertinaje financiero; una derecha liberal que se acobardó con la reformas agraria y urbana, que liquidó la posibilidad de intervención del Estado en favor de los desposeídos; Galán no se siente representado en aquel momento por esa derecha que domina el partido liberal y los colombianos nos enteraremos de manera amarga la traición que esa misma derecha hará a su vida y a sus ideales políticos
Intenta mantener el Nuevo Liberalismo como una fuerza independiente pero los resultados electorales le son adversos después de la apoteosis del 82. El Nuevo Liberalismo ingresa al gobierno de Betancur a través de Lara Bonilla en la cartera de Justicia con el corolario trágico que todos conocemos: el asesinato del Ministro por orden del cartel de Medellín y sus socios políti-cos. Lara era el líder de la vertiente más progresista del galanismo y su muerte destruye la sucesión natural dentro del movimiento, pues no había otro más que Lara que pudiera emular de tú a tú con Galán. Incluso hay qué decirlo, Galán no respaldó con claridad a Lara Bonilla cuando la mafia le tendió una trampa con el cheque de un millón de pesos supuestamente “donado” a su campaña para el Senado; hecho que le produjo una profunda decepción hasta el punto de que al final de su vida Lara Bonilla estaba pensando en impulsar una coalición democrática de izquierda por fuera de los partidos tradicionales. También Galán frente al holocausto del palacio de justicia decide que el Ministro Parejo continúe representándolo en el gobierno de Betancur con la esperanza de impulsar una investigación independiente e imparcial sobre lo ocurrido los días 6 y 7 de noviembre de 1985.
Galán fracasa electoralmente del mismo modo que Lleras Restrepo después del consenso de San Carlos, oponiendo su propia y débil fuerza política a la avalancha de votos de la maquinaria. Y la fórmula de López Michelsen: «si no es Barco, ¿quién?» termina imponiéndose, Galán retira su candidatura y se suma a la de Virgilio Barco.
Los últimos años en la vida de Galán están marcados por una creciente violencia en la sociedad colombiana y por una serie de atentados contra líderes políticos de izquierda, defensores de derechos humanos y periodistas como los inolvidables Jaime Pardo Leal, Héctor Abad Gómez y Guillermo Cano Isaza. El matrimonio en las sombras entre los sectores extremistas de la clase política, los aparatos de inteligencia del Estado y los carteles de la droga se ha consumado y concibe una criatura horrible: los grupos paramilitares, que tanta sangre, destrucción y miedo habrían de ocasionarle a los colombianos del común. Galán hace una lectura crítica de todos estos graves hechos y con cierta ingenuidad cree que no tiene enemigos al interior del partido liberal, sino que sus enemigos son los que utilizan la violencia para conseguir fines políticos.
Lo que no sabe o no entiende o no se da cuenta o no quiere mirar es que esa monstruosa e imberbe criatura se ha tomado parte del Estado, controla decisiones políticas y tiene asiento en las directivas del liberalismo. Hoy sabemos con certeza que Santofimio y los intereses que representaba Hernando Durán Dussan participaron en el crimen; que las autoridades encargadas de protegerlo como el general Maza Márquez lo entregaron a los lobos, que buena parte de los dirigentes liberales fueron espectadores cómplices de la tragedia. No hay que engañarse, Galán no solo era enemigo de las mafias del narcotráfico, sino que su cruzada contra el clientelismo y la corrupción era la mayor amenaza a la clase política tradicional y allí hay que buscar las explicaciones de su magnicidio.
Lo mismo que López Michelsen y Gaitán, disuelve su movimiento disidente y se reintegra al Partido Liberal de la mano de Turbay Ayala, el gran gurú del clientelismo. Es aclamado en la convención de Cartagena y pacta la consulta a las bases para la escogencia del candidato liberal. Los argumentos de Galán son de simple aritmética política, el partido liberal es la fuerza política mayoritaria, por tanto, para reorganizar al país en crisis es necesario primero organizar su fuerza principal y con una mayor audiencia pero sin la audacia de los primeros años el discurso de Galán se mueve muy poco del centro político.
Galán cree en la buena fe y en la nobleza de los colombianos y en sus últimos discursos insiste en que los problemas del país se pueden solucionar por medio del diálogo.
Ve en los antagonismos la expresión de un proceso social necesario en una democracia, para él «la paz no es la ausencia de conflictos porque estos son indispensables para el progreso y la evolución de los pueblos». Apela a la razón como el medio idóneo para resolver los conflictos, “no convocando su odio, su frustración, su resentimiento, sino su confianza en que Colombia puede transformarse y crecer para ser una sociedad verdaderamente justa y progresista», como en efecto ocurriría años más tarde con líderes amargos que le trasmitieron el veneno de su amargura a un país lleno de miedo e incertidumbre. Porque hay que insistir
Para Galán «la paz tampoco es la rendición del antagonista ni la humillación del disidente». Si mal no recuerdo, —y solo con el propósito de marcar contrastes macondianos— el día que frustraron el atentado a Galán en Medellín, nacía a la vida pública el movimiento de Renovación nacional Morena, el ensayo de laboratorio de los paramilitares en la política y expresión de la Asociación Campesina de Ganaderos y Agricultores del Magdalena Medio de donde saldrían los sicarios que atentaron contra su vida. Movimiento que fue saludado como algo positivo por Enrique Santos Calderón, como años más tarde lo haría con el bloque capital de las autodefensas su primo Francisco Santos y como si la memoria fuese una flor invisible hoy en el alba del segundo periodo de otro primo y otro Santos, se propone la creación de un partido de los paramilitares desmovilizados.
¿Qué queda de Galán? El coletazo póstumo dio para mucho. Cesar Gaviria recibió en el cementerio central de Bogotá ante la mortaja de Galán la encomienda de llevar adelantes sus banderas, solo que —y admito que es un chiste onomatopéyico— allí donde decía Nuevo Liberalismo el economista pereirano leyó neoliberalismo borrando de un plumazo toda la herencia social-demócrata del líder asesinado. Los efectos de su muerte, así como los pactos de paz del M-19 fueron decisivos en la convocatoria de la constituyente y su hija política: la Constitución del 91.
De los compañeros de ruta de Galán, algunos pelecharon burocracias en el gobierno de Gaviria, pero la desbandada hacia la derecha fue la nota característica como son los casos de Juan Lozano y Vargas Lleras para poner el ejemplo de dos señoritos bogotanos. Quedan sus hijos, decentes y honorables como su padre, pero lejos de su carisma y de su visión radical de la democracia.
Queda una lección triste en la guerra contra las drogas impuesta por las conveniencias y la decisión de los Estados Unidos: nosotros pusimos los muertos y ellos aspiraron la cocaína y se quedaron con la parte gruesa del pastel. Galán y Lara Bonilla son muertes que quizás hubieran podido evitarse si los gobiernos no se hubiesen plegado a los intereses de la DEA y las agencias represivas del gobierno estadounidense. Lo más paradójico de todo es que el lema de los extradita-bles: prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en los Estados Unidos, hoy se ha trasformado y podría ser: prefiero un arreglo con la DEA que un día de cárcel en Colombia.
Queda su ejemplo, su voluntad y tenacidad, su don de gentes, su esfuerzo por cambiar el orden de cosas injusto a través de los mecanismos de la democracia; quedan sus ideas sobre el país a las que hay que volver a mirar. Queda su dignidad intacta, su inmortalidad mientras exista una patria llamada Colombia.