En 1946 el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán se pronunciaba en contra la oligarquía liberal y conservadora que usufructuaba y obtenía grandes ganancias de las necesidades del pueblo colombiano. Incluso desde ese entonces el pueblo sufría de sed y no solamente de justicia, de sed literal, de ese líquido vital que hace mucho debería correr libre y fresco por los grifos de nuestra casa. Hoy viene a nuestra memoria esta escena histórica de Colombia gracias a las actuaciones del ministro Carrasquilla, que merced a sus argucias condenó a cientos de compatriotas a una sed perpetua y agónica.
En ese entonces Gaitán denunciaba la falta de acueductos, la ausencia de inversión en un renglón tan importante para la sociedad colombiana: “En este país hay muchos y hondos problemas; y no se puede hablar de demagogia cuando uno los enuncia. No son las oligarquías quienes van a transformarnos. Cuando uno llega a Sincelejo o a cualquier rincón de Colombia encuentra que no se ha estimulado la construcción del acueducto únicamente porque hombres de inmensas fortunas les venden a ochenta centavos la carga de agua a esos infelices para poder comer. Y esos vendedores de agua con millones de fortuna y que le venden a esa pobre gente, son vendedores liberales y conservadores; y los pobres parias, los pobres parias que tienen que pagar a ochenta centavos la carga de agua son liberales y conservadores… Los unos tienen todos los beneficios y no se pelean por arriba sino cuando necesitan llegar a las elecciones y entonces siembran el odio entre los de abajo para poder seguir los unos y otros vendiendo, a pesar de sus millones, a ochenta centavos la carga de agua entre los infelices… A eso lo llaman demagogia y yo lo llamo elemental justicia”.
Ahora bien, a Gaitán lo asesina esa misma oligarquía el nueve de abril de 1948. Setenta años después de su denuncia y su sacrificio por el pueblo colombiano las cosas no han cambiado mucho. Ahora es esa misma oligarquía la que entrega el agua a las grandes multinacionales para que la vendan a los parias de Colombia. Claramente se puede observar esta realidad analizando el debate que se le hiciera al ministro de Hacienda a raíz de las denuncias periodísticas sobre sus turbios negocios en torno a financiación y construcción de acueductos en 117 municipios de sexta categoría en Colombia.
Queda una sensación de impotencia, zozobra e incertidumbre. Y reviven las palabras de Jorge Eliécer Gaitán cuando expresaba que en Colombia la conciencia se ha convertido en una moneda de estanco para todos los trágicos más bajos; palabras que cada día toman mayor fuerza en la forma en que hacemos y concebimos la política en nuestro país. ¿Acaso no podemos declarar trágico y bajo el debate contra un ministro que se enriquece de unas normas que él mismo diseña y a su propia medida para posteriormente obtener beneficios personales? ¿O tampoco es plausible considerar que 117 municipios de sexta categoría de Colombia estén condenados a no tener un acueducto, un saneamiento básico y agua potable? Miles de colombianos padeciendo la tragedia de un ministro que se pavonea en el Congreso mientras sus áulicos intentan ejercer su papel de escuderos del diablo.
Ya son conocidas ampliamente por la opinión pública las trapisondas realizadas por este ministro para entregar a grandes multinacionales el control y manejo del agua, la venta y entrega de empresas a grandes consorcios que obtienen extraordinarias ganancias del bolsillo de los colombianos. Además, expresaba este ministro —el mismo que propone IVA para los productos de la canasta familiar, que acabó con empresas rentables y dejó en la calle a cientos de compatriotas, que hizo del agua un gran negocio y luego se lucró de sus mismas iniciativas— en otra ocasión que en nuestro país el salario mínimo era muy alto y que se requería un nuevo esquema en el cual se consideran las condiciones específicas de las regiones, como si el hambre de Bogotá fuera diferente a la de cualquier provincia colombiana.
Todo indica que en nuestra patria lo importante no ser honesto sino saber ser un corrupto legal, saber acomodar las normas y las leyes a las necesidades de los corruptos que nos expropian cincuenta billones de pesos al año y regalan otros 72 billones de pesos a las grandes multinacionales y consorcios por excepciones tributarias y de renta. Y que sea el pueblo raso, el de a pie, el de ruana y alpargata el que se sacrifique en toda reforma tributaria.
Poco faltó, como lo confirma un medio periodístico en Colombia, para que el ministro salga en andas. De nada sirvieron argumentos sólidos y fruto de una investigación en los cuales se sustentaba la relación y el nexo entre la desgracia de estos municipios, la empresa panameña con socios de dudosa reputación y la quiebra por una deuda impagable y claramente agiotista de estos municipios. Queda ver la responsabilidad de los alcaldes y los concejos municipales que aprobaron un endeudamiento con este esquema perverso y maquiavélico, que atentó contra el bienestar de los pueblos. Contra ellos también se debe iniciar un juicio público y un veto ciudadano.
Aún sigue viva, como lo dijera Jorge Eliécer Gaitán, la Colombia de los parias y la Colombia de los oligarcas que siguen comerciando con la sed del pueblo. Ya nos expropiaron el trigo, el pan, la cebada y el agua. Y hoy como ayer esos grandes usureros continúan enriqueciéndose con el sudor y la sangre de esa clase trabajadora que envilecida y sumida en la ignorancia continúa peleándose y desangrándose cuando los de arriba ven la proximidad de las elecciones. Recordemos las palabras de Gaitán y su memorable discurso en el que señala las injusticias contra el pueblo colombiano, la falta de acueductos y alcantarillados, ausencia de una equidad social y la muerte perversa y silenciosa de cientos de niños por falta de alimentos y asistencia social. Escuchemos su voz que aún resuena en la conciencia del pueblo de Colombia.