Hace 73 años una serie de balazos puso fin a la existencia de Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo del pueblo. Ese día la oligarquía colombiana respiró tranquila, convencida de que había salvado su poder sobre la sociedad colombiana, que Gaitán amenazaba destruir.
En un momento de la historia la sociedad se dividió entre elites que se apoderaron del control del poder y la riqueza, y masas populares que producen tales riquezas, aunque solo reciben lo indispensable para sobrevivir. Colombia no es ajena a ello, somos una de las sociedades más desiguales del mundo, caracterizada por la acumulación de algunos gigantescos capitales que se ubican entre las grandes fortunas del mundo, al tiempo que millones padecen hambre y carencias en educación, salud y otros aspectos de la existencia.
Tal situación ha estado presente en nuestra historia, y contra ella han luchado los sectores populares buscando transformarla. De ahí la riqueza de nuestra tradición de lucha popular en contra de las elites gobernantes. Contra ellas lucharon los indígenas conquistados mediante la espada, y los negros esclavizados. Contra eso lucharon los comuneros y su revolución. Por ello Bolívar y sus seguidores trataron de darle contenido popular a las guerras de independencia; por ello el liberalismo radical y el movimiento socialista se erigieron sobre la base del movimiento popular.
Sobre esa tradición de lucha apareció Jorge Eliécer Gaitán, erigiéndose en caudillo indiscutible de las masas populares de Colombia. La oligarquía temblaba ante sus discursos, ante las movilizaciones gigantescas de colombianos que entendían que organizados políticamente podrían transformar la realidad que vivían. Ante la imposibilidad de detener un movimiento popular de dimensiones colosales, la oligarquía decidió el asesinato del caudillo; un recurso ya utilizado antes. En 1830 habían asesinado al mariscal Sucre, heredero político de Bolívar; y en 1914 habían asesinado al general Rafael Uribe Uribe, caudillo de las masas liberales.
Los años 80 vieron una vez más el crecimiento del movimiento popular, esta vez en la forma de organizaciones políticas como la Unión Patriótica, A Luchar, los sindicatos, organizaciones campesinas y estudiantiles. Una vez más la oligarquía acudió a la violencia; esta vez no solo el magnicidio, el asesinato del dirigente, sino que optaron por el exterminio sistemático de las organizaciones populares. El resultado fue un genocidio que cobró la vida de miles y miles de dirigentes y militantes de estas.
La oligarquía está convencida de que cuando su dominio político sobre la sociedad está amenazado, el asesinato funciona como último recurso. El asesinato de Gaitán es el argumento que les resulta incontestable.
Desde hace varios años Colombia vive un nuevo auge de la lucha popular por construir una sociedad menos desigual, más justa. Ya no se acepta el discurso neoliberal que se hizo dominante desde la década del noventa, cuando se impuso la idea de las privatizaciones y la conversión de los derechos en servicios a los que solo accede quien los pueda pagar. Así se construyó una de las sociedades más desiguales del mundo. La pandemia hizo patente tal situación, millones la padecen bajo los rigores de la miseria y el hambre, en tanto que las elites capturan billones de pesos del presupuesto público para su beneficio exclusivo, sea mediante subsidios estatales a las grandes empresas y capitales, créditos blandos a los bancos o la corrupción descarada y abierta.
En este contexto el movimiento popular y las fuerzas políticas alternativas viven un proceso de ascenso organizativo. Ello ha sido favorecido por la firma del proceso de paz con las Farc y la consolidación de la figura política de Gustavo Petro y el programa político implementado en la Bogotá Humana, y presentado al país en la campaña presidencial de 2018.
El 2022 será un nuevo hito en el que la lucha de los sectores populares se enfrenta a su enemigo histórico: la oligarquía elitesca y criminal que ha convertido a Colombia en el desastre que es. Queda por ver si Petro llega hasta el 2022 o si, como en el caso de Gaitán, la oligarquía logra detenerlo mediante el recurso del atentado personal, que ya ha empleado repetidamente, con éxito.