Gaita en los Montes de María
Opinión

Gaita en los Montes de María

Noticias de la otra orilla

Por:
octubre 24, 2015
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Estimados lectores: les presento mis excusas por estas últimas semanas de ausencia. Yo sé que no me echaron de menos, ni más faltaba, pero yo sí a ustedes.

En el primer fin de semana de este mes de octubre, tuve la oportunidad de regresar, luego de muchos años, al sufrido corazón de los Montes de María, en el departamento de Sucre, para vivir la gratísima experiencia de volver a vivir la tremenda fiesta de cultura popular que es el Festival Nacional de Gaitas de Ovejas, evento que este año llegaba a sus 31 años de los cuales yo solo había podido vivirlo un par de veces. Esta sería la tercera.

La primera vez fue a mediados de los años 80, un par de años después de haber sido creado el festival en 1984, empujado quizá por la inconformidad de no saber mucho de la gaita y luego de disfrutar su sonido y sus ritmos en el Carnaval de Barranquilla, ciudad a la que había llegado a vivir finales de 1976.

La segunda vez fue tal vez en 1995, invitado en mi calidad de director del Instituto Distrital de Cultura de Barranquilla para hacer parte del foro institucional del festival, y aproveché para conocer un poco más la magia de la gaita y el mundo cotidiano del gaitero y el poderoso efecto espiritual de esa música en su pueblo.

Pero hay que ver cuán separados podemos estar a veces de aquello tan cercano que también nos pertenece. A pesar de haber nacido y vivido en Sincé hasta mis 17 años, un pueblo muy cercano de Ovejas en las sabanas de Sucre, y de haberme movido mucho en mi temprana adolescencia por Sincelejo, Corozal, Betulia, Galeras, San Onofre y, desde los luego, el paso obligado por San Juan, San Jacinto, El Carmen y Ovejas, a la vera de la troncal del Caribe, nunca tuve contacto cercano con la gaita y su cultura, a pesar de vivir en un importante ambiente musical a instancias de mi padre. Pero él nunca me habló de gaitas. Vivíamos la supremacía del porro y la cultura ganadera y no la de la gaita y su cultura campesina y agrícola. Pero así fue.

Vuelvo ahora en un momento crucial de mi vida, esta vez con el pretexto de ser jurado en el concurso oficial de canción inédita del festival, y tengo la oportunidad de compartir, convivir y disfrutar la cercanía familiar de la dinastía gaitera de los Cabrera, pioneros del rescate de la gaita hace más de 30 años y vinculados estrechamente a la creación del festival. Y bailé y canté y hablé con la gente de la gaita; y desde mi puesto en la mesa del jurado pude apreciar de cerca los ademanes que mueven esta música desde el rostro las manos, la cabeza, los pies, las abarcas y el sombrero, y desde allí meencantó comprobar que la Gaita está más viva que nunca, que los peligros de la transculturación permanente de la vida de hoy, la afectarán sin duda pero no le harán mayor daño. Porque hay jóvenes interpretando, componiendo y bailando su música. Porque también hay escuelas de formación consagradas a los semilleros de la Gaita que nos regalan el espectáculo de estas criaturas sembradas ya en la cultura.

Porque puede comprobarse que hay nuevas generaciones de excelentes intérpretes del tambor, de la gaita y del canto que vienen desde distintos rincones del Caribe colombiano, pero también desde Cundinamarca, Pereira, Bogotá y otras ciudades del país seducidos por ese universo mágico que comporta la gaita y cuanto la rodea, para tocar en la tarima y competir por un premio que al final importa poco. Sino para tocar también en pequeñas carpas que rodean la plaza central donde se realiza el festival y en donde pueden compartir con otros músicos, nativos o foráneos, que quieren mostrar lo que saben en el desafío de conocer el mundo de la gaita.

Porque la Gaita no es solamente una música sino una cultura. Porque hay generaciones que quieren que se toque y se interprete y se componga como hacían los legendarios músicos de la tradición. Y porque hay otras generaciones que la quieren inscrita en la dinámica de los tiempos de hoy, con nuevos sonidos y efectos, verseada con nuevas poéticas y en diálogo con otras culturas sonoras. Es natural. Y es además cuento viejo. Como se sabe, hay que saber conciliar ambas "pretensiones". La música y los músicos están ahí, sucediéndose, a pesar de todo, y más allá de las dificultades que los rodean. La gente espera. Lo demás es organización y la convicción rotunda de la importancia cultural de esta música.

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