Gaira, el sueño de Guillermo Vives que se derrumbó

Gaira, el sueño de Guillermo Vives que se derrumbó

La pandemia unida a una disputa con su hermano Carlos, llevaron al cierre de uno de los sitios de parranda más famosos y gratos de Bogotá

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septiembre 25, 2020
Gaira, el sueño de Guillermo Vives que se derrumbó

Guillermo Vives decidió coger camino propio después de ir muy al paso de su hermano Carlos.  A finales de los 80 había intentado ser actor, arrancando con un papel pequeño en Las Ibañez y uno de éxito en la novela Música Maestro, al lado de Pacheco, haciendo el entrañable personaje de Paseo. Creían que tenía pasta para ser el protagonista de una telenovela. Incluso Bernardo Romero Pereiro llegó a considerarlo para el papel de Bolívar. La cosa iba en firme. Tomó clases de actuación con Ruben di Petro. Pronto le llegó un protagónico. En vez de ser una oportunidad se transformó en un portazo que se le cerró en la cara.

Le tocó hacer de pareja de Virginia Vallejo quien con la telenovela Sombra de tu sombra regresaba a la televisión. Los libretos nunca tuvieron nivel y fue un estruendoso fracaso. En ese año, 1991, su hermano Carlos se convertía en un ídolo de la música hispanoamericana con sus Clásicos de la provincia.

Los hermanos Vives rezumaban música por culpa de su mamá, la paisa Aracely Restrepo. Ella tocaba la bandola y en su casa en Santa Marta todo el tiempo se escuchaban boleros. Sin embargo fue por su papá, el médico Luis Aurelio Vives, que Carlos comenzó a cantar. Lo llevaba al lugar donde trabajaba, el hospital San Juan de Dios, para que aliviara los dolores de sus pacientes con la voz de su hijo. Muchos olvidaban devoradores fiebres o devastadores cólicos con sólo escuchar de su voz canciones de José Barros.

Guillermo también cantaba pero nunca tuvo público. A los 33 años, cansado de la televisión, se tomó un año sabático en Nueva York a estudiar algo que no tenía nada que ver con su hermano, la cocina. Cuando regresó a su ciudad en 1994 Carlos Vives ya era un ícono de la música mundial y él apenas recomenzaba su vida. El barrio había cambiado, las viejas casas habían caído y en su lugar erigieron edificios llenos de oficinas. Le dio a Aracely que quería usar el garaje de la casa para montar un almorzadero. Alcahueta, como siempre, le dijo que de una “y de paso usa la cocina porque nunca más voy a volver a cocinar”.

Nunca lo bautizó Gaira. La intención nunca fue más que pasar un año intentando hacer algo diferente con su vida. El primer plato fue una posta negra con arroz con coco. 70 sillas en un garaje. La carta apenas tenía 15 platos: Tres ensaladas, una carne, un pescado y un pollo. La parrilla apenas medía 50 centímetros. Las filas eran enormes. Carlos se la pasaba de gira pero empezó a coger el lugar de ensayadero cada vez que volvía. Entonces empezaron a llegar amigos como Andrés Cepeda Santiago Cruz y Fonseca y los empezaron a convencer de que abrieran hasta el domingo y también en las noches. Por esa época Gaira era un restaurante cualquiera, un almorzadero que quería traer al frío de Bogotá el sabor de la comida samaria. Pero la cosa se desbordó a punta de posta negra, suero costeño y arepas de huevo.

En 1997 Gaira se convirtió más o menos en lo que fue. Compraron la casa de al lado y las otras dos de la manzana. Gaira era un monstruo insaciable de clientes que siempre gozaban entrando. Había buena comida y música. No sólo había comida costeña. Desde que eran niños Doña Aracely los subía en un Renault 4 a recorrer el país y conocer los platos. Antes de ser cualquier cosa en la vida Guillo Vives fue cocinero. Cuando era niño el olor de leche asada se extendía en toda la casa de la tia Rita Echeverría. Mientras su hermano Carlos se iba a las canchas a jugar fútbol, Guillermo se quedaba en la cocina, espiando a Rita e intentando desentrañarle sus secretos culinarios más escondidos de alquimista celoso. En un par de años ya hacía unos postres tan ricos como las de su tía, célebres en toda Santa Marta.

Gaira se convirtió en los 20 años en los que existió en un pequeño imperio en la zona rosa bogotana. Atendió a más de 800 comensales diarios y sus rumbas fueron épicas. Contaba con un centro de procesamiento de alimentos que garantizaba la calidad de lo que vendía y proveía a otros restaurantes. En él trabajaron cerca de 300 personas. Tuvieron incluso una academia para niños que se llamó Escuela de Río Grande.  Además se fusionaron con el grupo mexicano Mera, que también está en el aeropuerto de Cancún, para operar dentro del Dorado después de las reformas que le hicieron. Mera quería traer 5 restaurantes para los viajeros pero desde mediados del 2017 se contactaron con los Vives y a ambas partes les gustó la idea. La sucursal del aeropuerto también está en veremos debido a la inesperada disputa familiar.

Porque Carlos y Guillermo Vives, como cuando estaban pelados, se han agarrado y de qué manera. Hasta el momento sólo es especulación, lo único cierto es que las puertas de Gaira, la leyenda, cerraron para siempre, como esas viejas casas colombianas donde nadie vive en ella.

 

 

 

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