La fundadora de la revista Arcadia en el 2005, Marianne Ponsford, se despachó contra Gabriel Gilinski desde su cuenta de Facebook por el abrupto cierre de la revista cultural más importante del país. Estas fueron sus palabras:
Algunos millonarios compran los medios de comunicación para controlar los contenidos. Otros lo hacen por vanidad. Y para los segundos, entre los que está Gabriel Gilinski, la vanidad tiene mucho que ver con el juego. La banca, en cualquier caso, no es un oficio divertido. Las esponjillas bombril tampoco. La apuesta de querer convertir la marca Semana en el Fox News colombiano, en cambio, sí puede serlo. Y por supuesto, un proyecto cultural como Arcadia no puede encajar de ninguna manera con semejante apuesta. No importa si el proyecto no pierde dinero, como tampoco importa si gana un poco, como sucede con Arcadia en la realidad. Lo que importa es que nunca va a ganar más. Y eso aburre a un jugador porque amenaza su vanidad. El que Arcadia cumpla una función fundamental para la circulación de tantos bienes y procesos y productos culturales en Colombia lo hace bostezar. El que Arcadia tenga por misión abrir espacios para la construcción del pensamiento a través de la escritura le parece algo arcaico e irrelevante. Obsoleto en este tiempo audiovisual. Si Arcadia se acabara por motivos económicos, se puede entender. Pero se acaba porque no aporta lo suficiente a una vanidad. O más precisamente, a un ego que quiere demostrar que es capaz de hacer del periodismo una máquina de hacer dinero, aunque en el camino acabe con él. ¿Y a quién se lo quiere demostrar? A su papá.