Esta es una declaración de amor. No cualquier declaración: es la declaración de un amor macondiano. Si usted no es uno de esos amorosos que describe Sabines, por favor, no lea este texto. No le aportará nada. Mi amor por García Márquez surgió en el seno de la literatura. Es un amor tan mágico como de seguro él hubiese querido que fuera. Lo empecé a amar desde muy niña. No sabía que sería ésta la historia de un amor eterno. No me interesa aquí hacer un comentario crítico sobre su obra. Los análisis se los dejo a William Ospina, a Luz Mary Giraldo, a Plinio Apuleyo Mendoza, a José Luis Garcés, a Roberto Burgos Cantor y a cualquier otro literato que se le mida a tamaña tarea. Yo me siento imposibilitada para eso. Lo mío es amor. Decidí escribir este artículo como una especie de catarsis. No me importa que no lo publique ninguna revista ni que mis amigos se convenzan de que he perdido el juicio.
A Gabo lo conocí a los doce años a través de El Coronel no tiene quien le escriba, que leí en grado séptimo. De ahí en adelante, leí Crónica de una muerte anunciada, La Hojarasca y sólo fragmentos de Cien Años de Soledad. No sabría definir el momento justo cuando empecé a amarlo, pero sé qué ya a mis dieciocho sentía una extraña atracción por él. Recuerdo que cuando entré a estudiar la Licenciatura en la Universidad de Córdoba, me estaba horas y horas en la biblioteca leyendo Cien Años de Soledad, siempre prestada porque no tenía forma de comprarla. De tanto leer me aprendí de memoria las dos páginas iniciales que pronuncio hoy con una pasión desmedida.
Recuerdo que Cien Años de Soledad fue una de las primeras obras que compré con dinero propio. Compré dos tomos. Le regalé uno a un gran amigo. Todavía cargo mi libro, pesa una vida pero me encanta porque es amarillo como las mariposas que revive en sus páginas. Está sucia, rayada, resaltada, ha ido conmigo a todos lados. La leo siempre. De camino a la Universidad, en la Universidad, en la calle, cuando voy a trabajar, en la casa, siempre. Y bueno, mi labor como docente me ha dado la posibilidad de obsesionarme cada vez más con el que defino como el gran amor de mi vida. El año pasado los niños/as de grado sexto a undécimo leyeron conmigo Doce Cuentos Peregrinos, Cien Años de Soledad, La Hojarasca, Crónica de una muerte anunciada y El Coronel no tiene quien le escriba. Me apasionaba verlos a todos dramatizando el cuento “Sólo vine a hablar por teléfono”, que hace parte de los cuentos peregrinos. Los ponía a leerlo para tener una razón más para no salirme de él. Todo lo que no me sepa a Gabo me aburre.
Los fines de semana cuando no lo leía, lo escuchaba. Conozco todas y cada una de sus entrevistas que están en internet: el documental sobre el Caribe que le hizo el ya desaparecido Ernesto McCausland, la entrevista que le hicieron días antes del recibir el Nobel en 1982. He visto más de diez veces el documental La Escritura Embrujada transmitido por el programa Encuentros, así como el documental que le hizo "La Vida Según..." transmitido por Televisión Española Internacional en 1995. Como puede verse, lo mío no es esa admiración que le profesan sus lectores comunes. Se trata de una fascinación casi obsesiva por estar al tanto de todo lo que Gabo decía, hacía o escribía. Estuve siempre atenta para saber cuándo cumplió años, cómo lo celebró, ya cuántos años tiene, cuándo visitó Colombia. Una de mis mayores frustraciones es no haberlo conocido físicamente, aunque viéndolo bien, así fue mejor, más mágico y más real fue este amor.
El hecho de tener que enfrentar su muerte resulta innarrable. Fui una de las primeras en conocer esa lamentable noticia. Recuerdo que abro facebook y de inmediato, en un anuncio de un periódico virtual llamado Sopitas. com, leo Murió Gabriel García Márquez. Me había enterado hacía semanas que estaba ya en casa después de estar hospitalizado varios días. Le dije muchas veces que lo necesitaba sano y vivo por muchos años más. Al leer esa noticia empiezan mis estados de inconsciencias: Estado uno: No jueguen conmigo de esta forma. Gaboooooo, Te amo!!!. Es evidente que creí que era un mal chiste.
Sigo leyendo noticias. Confirman la noticia El Pais, El Tiempo, El Colombiano. Es un hecho. Estado dos: Estoy literalmente llorando. Noooo !qué dolor tan grande siento! Mis amigos me comentan, se lamentan y me terminan de confirmar esa noticia que me partió el corazón en mil pedazos. Estallé en llanto. Lloré con la misma fuerza con la que supongo lloró Melibea a Calisto. Ya convencida pero inconsciente, me invento en dos segundos el estado más poético que he escrito en los últimos tiempos: Te amaré y te leeré toda la vida. Soy ahora UN GENERAL EN MI LABERINTO. Sin ti tendré CIEN AÑOS DE SOLEDAD en mi corazón por esa fuerza de EL AMOR Y OTROS DEMONIOS. Ahora AURA NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA, pero sé que tú y yo veremos nacer EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA. Gabo, te amoooooo.
Después vino la rabia. Mis amigos en las redes sociales se molestaron ante mis manifestaciones de amor y estallé con un estado cuatro: Que nadie me diga nada. Es mi muerto y yo lo lloro como a mí me dé la gana!. Fui grosera con todo aquel que intentó hacerme entrar en razón. Mandé a algún “amigo” que indirectamente me llamó ridícula a comer mierda. Ya menos energúmena pero todavía con dolor, escribí un estado cinco para mi amiga Claudia Sanabria: Amiga, se fue el churro que tanto peleamos. Me ha dejado. Ahora a quién voy a querer, si ese era el único hombre que merecía mi amor. He quedado vuelta, como diría Gabo, MIERDA!
Derrotada en el dolor le dediqué la canción Amor Eterno de Rocio Durcal con un estado seis: Gabo, oscura soledad estoy viendo. Eres mi amor eterno. Pasé toda la noche escuchando sus entrevistas y sus vallenatos preferidos. En vez de Alicia, yo cantaba, Ay pobre mi Gabo, mi Gabo adorado, yo te recuerdo en todas mis parrandas. Ay pobre mi Gabo, mi Gabo querido te recordaré toda la vida. Los días siguientes fueron terribles. Me sentí en un duelo tremendo. Lloré hasta cansarme.
Desde ese infortunado 17 de abril no he vuelto a ser la misma. Veo a Gabo en todas partes. Mis fotos sólo son de él. Sólo lo leo a él. Me molesta que lo mencionen directamente en conversaciones, noticias o conferencias, porque me duele mucho recordarlo. Y me duele mucho más encontrarme con ignorantes de todo tipo que intentan vender una imagen negativa acerca de él. Discuto con todo aquel que me hable mal de Gabo y soy capaz de abandonar la amistad de cualquiera que irrespete o su memoria o mis sentimientos por él.
Afortunadamente siempre habrá gestos bellos de gente valiosa. El profesor Guillermo Tedio me llama la garciamarquiana más convencida, titulo con el que me honra; y el profesor Yury Ferrer Franco me guarda en su casa una edición del especial que hizo El Espectados sobre mi Gabo. Qué gestos más hermosos. Hace unos días estuve en la Feria del Libro de Bogotá. En la entrada hay una imagen preciosa de Gabo con sus mariposas amarillas. No pude contener las lágrimas pero tampoco desaprovechar la oportunidad de verme al lado del gran amor de mis ensueños. Aquí les dejo la imagen de un amor mágico que me condenó eternamente a vivir Cien Años de Soledad. Descansa en paz, amor mío.