Y no sería precisamente una de esas juergas al son de “Jaime Molina” entonada por la voz del gran Rafael Escalona, su amigo y artista vallenato favorito; o mucho menos una de aquellas animadas por las historias cantadas de aquel que él mismo rotularía como “el desconocido más conocido que él conocía”, su gran amigo de tertulias, Rubén Blades.
Esta era una parranda cuya melodía constante la entonaban los grandes juglares del periodismo, al son de la armonía entre letras e ideas que surgían de estos intrépidos y experimentados genios de la palabra.
Hernando Álvarez, Juan José Hoyos, Recental Alves, Michael Reed, Martín Caparrós, entre muchos otros, fueron los grandes caciques del periodismo que armonizaron a voces “Cubrir un continente”, “Reportar el hambre”, “El periodismo tiene futuro”, “Artesanos de la realidad”, entre muchos otros temas que sorprendieron, alegraron y deleitaron a los presentes.
Por un momento, paró la música. Los intérpretes tomaron asiento y el gran anfitrión tomó posesión del puesto principal. Todas las miradas apuntaban a él aunque nadie propiamente lo veía. Pero allí estaba.
Gabo, el gran protagonista. Después de una aparente muerte, había reaparecido hace dos días deambulando entre los pasillos del Centro de Convenciones Plaza Mayor, atraído por aquel jolgorio de letras. Ahora era él quien se encontraba sentado en la silla de honor.
¿Dónde había estado? No estaba muerto, andaba de parranda. En el cielo de Macondo, Con Aureliano Buendía y sus hijos. Con aquél coronel que en él encontró quien le escribiera. A ritmo del folclor que en su tierra, Aracataca, aprendió a amar. Junto a la musa de su inspiración: su abuela.
Allí “el cantante que cuenta”, Rubén Blades; le habló a Gabo, “el cronista que canta”. E imitando las palabras de Escalona en su canción Jaime Molina, Blades se dedicó a cumplir aquella condición: hacer un retrato del genio loco García Márquez y cantar uno que otro son en honor a él.
¿Gabo, el muerto? Para nada. Gabo sigue vivo. Inmortalizado en el recuerdo de sus seguidores, eternizado en la historia por su genialidad y perpetuado para siempre en la letras de las miles de historias que escribió.
Luego de estos tres días, y como buen costeño amante y orgulloso de su tierra, no habrá parado esta parranda.Seguramente, elevado por mariposas amarrillas, se habrá ido volando al cielo de Macondo. Allá, recostado en una “Hamaca grande” se encontrará compartiendo un par de tragos, anécdotas y unos cuantos versos junto a su amigo del alma, Rafael Escalona.