Queridos amigos:
Cumplo con un deber de justicia y buena educación si empiezo por expresarles a Mercedes y a sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, mi gratitud impagable por haberme hecho el honor de pedirle al rector Parra Chacón que me encomendara el honor de llevar la palabra en este acto, tan cargado de emociones, de cariño, de evocaciones, de símbolos y significados.
Les pido un favor: no vayan a creer que esto es un discurso. No estamos reunidos esta tarde para hablar de literatura, ni de libros geniales, ni de grandes temas académicos, ni estamos en una ceremonia oficial.
Los titulares de algunos periódicos de esta mañana decían que hoy vendríamos al Claustro de la Merced a darle “el último adiós” a Gabriel García Márquez. No. No hemos venido a despedirlo sino a saludarlo. Antes por el contrario, si nos encontramos reunidos es para darle la bienvenida. No estamos aquí para participar en una ceremonia fúnebre ni en un ritual de exequias. Esto es una reunión de amigos, y los amigos verdaderos nunca desaparecen. Menos aún si se trata, como en este caso, de un amigo inmortal. Esto no es, pues, un homenaje a la muerte. Esto es un homenaje a la vida.
Si nos hemos congregado esta tarde es para acompañar a Mercedes y sus hijos en el acto de devolverle a esta tierra lo que a esta tierra le pertenece. ¿Por qué precisamente en Cartagena?, se preguntarán ustedes, como se han preguntado ya incontables personas en Colombia y en el exterior.
La familia García Márquez llegó a establecerse en Cartagena cuando Gabito era poco más que un adolescente. Desterrado de Bogotá por los estragos que causó el asesinato de Gaitán, volvió aquí para cursar su segundo año de Derecho, en la benemérita Universidad de Cartagena. Ese mismo año, por fortuna, abandonó su carrera de abogado, para dedicarse por completo al periodismo y la literatura, para gloria suya, de las letras, de Colombia entera, de sus amigos y de la lengua castellana.
Es esa misma universidad la que esta tarde vuelve a recibir a su antiguo alumno, y ya para siempre, en este lugar, tan lleno de tranquilidad y de hermosura, y al lado de las murallas gloriosas y del Mar Caribe al que él se consagró a lo largo de todas sus obras.
Fue aquí donde consiguió su primer empleo de periodista, en el diario El Universal, y aquí escribió sus primeras crónicas, con un fresco aliento juvenil, como aquella auténtica joya sobre la procesión de la Virgen María en el Carmen de Bolívar. Aquí escribió, en largas tiras de papel periódico, los primeros capítulos de ‘La Hojarasca’, la novela con la que se inició el milagro prodigioso de su universo creativo.
Fue aquí donde se exhibió por primera vez su película ‘Tiempo de morir’, en la época en que el Festival Internacional de Cine, fundado por Víctor Nieto, se presentaba todavía en las históricas instalaciones del Circo Teatro. Allí lo conocí aquella tarde, hace más de cincuenta años, al finalizar la proyección.
Como si fuera poco, esta es también la ciudad donde están enterrados sus padres y sus hermanos. De modo que vuelven a juntarse ahora, bajo la tierra amorosa, como aquellas familias legendarias de los patriarcas bíblicos, o como la estirpe mitológica de los Buendía bajo el suelo de Macondo.
La razón más poderosa para que las cenizas de Gabito descansen en esta ciudad y en este sitio es porque él mismo quiso que así fuera. Me lo contó de su propia boca y jamás se lo he contado a nadie. Nunca he escrito esa historia, ocurrida hace más de veinte años, y ahora voy a hablar de ella por primera vez.
Mi mujer y yo queríamos comprar una vivienda para afincarnos en Cartagena cuando nos llegara el tiempo del retiro y la edad de la jubilación. Un día, mientras almorzábamos en el Hotel Caribe, Margot y yo le pedimos a García Márquez que nos vendiera el apartamento que tenía allí cerca, en el edificio conocido como ‘La máquina de escribir’, en ese sitio repleto de árboles, de paz y de mar, en las playas de El Laguito, donde era vecino del pintor Enrique Grau.
Me dijo rotundamente que no, y agregó estas palabras que nunca he olvidado: “La gente sabe que a mí me gusta vivir en Cartagena, pero más me gustaría que algún día me entierren en Cartagena”.
Mercedes, sus hijos y yo jamás hemos hablado de ese tema. Pero supongo que el propio Gabito se los habrá comentado alguna vez. De modo, pues, que si a eso vamos, esta reunión de hoy significa, ni más ni menos, y simplemente, que le estamos haciendo caso a lo que deseaba un hombre. Eso era lo que él quería. Esa era su voluntad. Y hoy se ha cumplido.
Muchas gracias.